Alba
Mi primer amanecer después de tantos años fue... raro. Creo que lo calificaría así. Abrí los ojos desorientada, esperando encontrarme mi pequeña habitación de Houston. Me llevó unos segundos darme cuenta de que no estaba allí. Había vuelto a mi pueblo natal, pero no a casa. Ya no sabía cuál era mi casa. Ahora mi cama era más pequeña, igual que mi dormitorio, pero estaba de vuelta, había cambiado mi vida radicalmente, otra vez. Al salir del dormitorio, no encontraría ni a mamá en la cocina ni a María resoplando o enfadándose por tener que compartir el agua caliente con Joan y conmigo.
De hecho, al salir a la cocina, no encontré a nadie. Joan se había marchado a trabajar con el alba, y yo tenía un día un tanto incierto por delante. El día anterior había hablado por teléfono con John Gómez, el dueño de la tienda de antigüedades y restauración, y me había pedido que me pasara a lo largo de la mañana. Pensé que llegar a primera hora denotaría demasiada urgencia, así que me obligué a mí misma a tomarme una taza de café y darme una ducha antes de ir. Le envié un mensaje a mamá, para cuando pudiera verlo con el cambio horario, y otro a Joan para preguntarle si comíamos juntos o no. Después elegí mi ropa. Por suerte, ese día no supuso un drama. Opté por un jersey gris que siempre me había sentado bien y un pantalón vaquero cualquiera. Me puse las zapatillas y salí del apartamento lista para caminar hasta el pueblo. No estaba cerca, pero tampoco excesivamente lejos y yo no tenía coche, así que, mientras salía de la granja de los Lacunza, sentí que volvía a ser la adolescente que hacía grandes caminatas con tal de pasar un rato en el pueblo con Natalia. Y eso que a nosotras, a menudo, nos gustaba más vernos en nuestro árbol.
Sentí un tirón en el estómago y pensé en todos esos momentos. Eso me llevó de un modo inevitable a nuestro contrato. El que firmamos hacía años. No sé quién se olvidó primero y sería un poco injusto culpar a Natalia de algo que yo tampoco hice bien. Dejamos que el tiempo acabara con nuestra amistad hasta el punto de romper algo tan bonito como un contrato de años. Y, aun así, me pregunté si seguiría enterrado allí o si Natalia, en alguno de esos ataques de indignación que solía tener de joven, había acabado destruyéndolo.
Desterré la idea de inmediato. Puede que Natalia tuviera un genio terrible a veces, pero nunca haría algo así. De pronto, quise ir hasta el árbol y comprobarlo yo misma. Sentía que era una necesidad, pero no lo hice. La Alba adolescente habría olvidado sus responsabilidades sin dudarlo ni un segundo, pero yo ya no era esa Alba. Quería ser una mujer adulta y responsable. Quería conseguir el trabajo en la tienda del señor Gómez y quería, además, causar una buena impresión. Había vuelto para enderezar mi vida, aunque no tuviera mucha idea de cómo hacerlo, pero estaba segura de que ignorar mi entrevista de trabajo para ir a desenterrar una cápsula del tiempo que hice de niña estaba bastante lejos de ser una decisión responsable y adulta. Además, tenía que contar con lo que pasaría si no encontraba nada al excavar en la tierra. Por diminuta que fuera la posibilidad, existía. ¿Quería enfrentarme nada más volver a la certeza de que Natalia me había odiado hasta el punto de destruir nuestra cápsula? No. No era algo para lo que estuviese lista, así que me obligué a dejar de pensar en ello de inmediato.
El camino se hizo largo y, aunque pasaron algunos coches, ninguno paró al verme. Eso también había cambiado. Me imagino que nadie pensó que era yo, Alba Reche. Posiblemente mi vuelta aún no era noticia, pues, de ser así, estoy segura de que alguno de los vecinos me habría dejado subir para llevarme. Llegué cansada al pueblo pero contenta. Creo, sin mentir, que fue la vez que más ejercicio hice en meses. Era una certeza triste, pero no podía negarla. No era grande, pero como muchos vecinos vivían a las afueras, la gente iba un poco a lo suyo. Todo el mundo se conocía, sí, pero por lo general no eran demasiado cotillas. O quizá es que yo me fui justo antes de experimentar si un pueblo así de pequeño puede o no ser asfixiante.

ESTÁS LEYENDO
El tiempo que tuvimos
Fiksi PenggemarNatalia Lacunza y Alba Reche siempre han formado parte la una de la vida de la otra. Desde pequeñas han estado unidas por una promesa: la de reunirse cada dos años para firmar un contrato que las define como mejores amigas y enterrarlo de nuevo dent...