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Natalia
Sexta firma

Miré una vez más el papel que había encontrado en mi chaqueta el día anterior con la letra de Alba. ¿Quién narices podría dormir después de leer algo así?

Todavía quiero que seas tú. ¿Sigue en pie tu propuesta?

Hacía dos años que habíamos hablado de ello. Después de aquel día, ninguna de las dos volvió a mencionar lo ocurrido. Dos años no pasan rápido, precisamente. Cada vez que Alba salía con alguien me preguntaba si llegarían al final. Si nuestro trato dejaría de estar vigente. Nunca le pregunté. Alba seguía siendo mi mejor amiga, pero habíamos llegado a una especie de acuerdo en el que yo no me metía en lo que ella hacía y ella no me preguntaba por las chicas con las que yo salía. Era raro, pero ahora entiendo que ninguna era especialmente feliz imaginando a la otra con alguien más.

Además, me sentía un poco traicionera. Yo sí me había acostado con alguien. Y sabía que Alba se había enterado. Todo el maldito pueblo se había enterado, porque, finalmente, Carla había decidido acostarse conmigo y pregonarlo a los cuatro vientos. No es que me arrepintiera, pero no me gustaba airear mi vida privada. Puede que solo tuviera dieciocho años, pero tenía el cerebro suficiente como para saber que nunca era buena idea hacer partícipe a los demás de mi vida sexual. Carla, al parecer, pensaba distinto. No era mala chica, para nada, pero sus ansias de protagonismo no iban mucho conmigo.

El caso es que sabía que Alba se había enterado, sin embargo, no dijo nada. Aquella misma tarde, quedamos para tomar unos batidos en el pueblo y lo único de lo que habló fue de la granja y de que, según ella, sus padres la explotaban. Ni una sola palabra de Carla. Y me sentí un poco agradecida, pero lo cierto es que también estaba un poco decepcionada. Eso era un comportamiento un poco asqueroso, ¿no? ¿Quería que ella estuviera molesta porque yo me había acostado con Carla? Sí, era un comportamiento un poco asqueroso y, aún así, era algo instintivo. Casi primitivo.

Fuera como fuese, el tiempo pasó. Me acosté con otras chicas y nunca supe nada de Alba, porque ella sí consiguió ser lo bastante discreta como para no comentarlo nunca. Hasta la noche anterior, yo no era capaz de decir si lo había hecho con alguien o no.

Y entonces encontré su nota.

La leí de nuevo. Una vez más. Solo una. No le había respondido. No supe qué decir y, de todos modos, me pareció que había cosas que era mejor hablar en persona. Estábamos a punto de firmar por sexta vez el contrato. Parecía un buen momento para hablar de ello. Un momento genial para decirle que estaba dispuesta a acostarme con ella. Claro que lo estaba. ¡Estaría loca si no lo estuviera!

Alba... Ella... Había crecido. Seguía siendo una chica inteligente, con un humor raro y cierta predilección por las listas y los contratos personales. Pero, además, había decidido teñirse de rubio, lo que hizo que sus ojos color miel y sus labios melocotones se intensificaran más. Era bonita de un modo único e incomparable.

-¡Natalia! -El grito de Marta se escuchó alto y claro desde la planta inferior. Bajé los escalones y miré a mi hermana- ¿Puedes llevarnos al pueblo? Quiero ir a tomar un helado con Sabela.

-Es un día intenso y hay mucho que hacer, ¿por qué no ayudáis un poco? Iremos al pueblo todos por la noche. Para el solsticio.

-¡Pero quiero ir ahora!

-Marta, no puedo llevarte. He quedado con Alba. Que te lleven papá o mamá.

El tiempo que tuvimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora