Puntos rojos

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Capítulo 2

Rahvenon, Estación invierno

Samantha

Nana había planeado un día conmigo para hacer de jardinería, como el invierno estaba aún poseyendo todo afuera, decidimos sembrar algunas pequeñas margaritas y petunias en macetas para las ventanas y así ambientar la casa.

Me habían arreglado con un delantar y pequeños guantes de jardinería. Mi pelo negro estaba trenzado desde el inicio hasta el final, buen recogido y sin una sola hebra salida de lugar.

Nana llenaba las macetas de tierra mientras yo les regaba un poco de agua y luego tapaba las pequeñas raíces con tierra. Habíamos llenado más de cinco macetas en toda la mañana y habíamos adornado cada ventana con una flor diferente.

Alnorth se encargaba del hogar mientras nosotros nos entreteníamos. El día estaba soleado, estaba hermoso para salir a dar un paseo y saludar a la gente. Me sentía con ganas de hacerlo, de coger aire en el rostro y respirar pureza.

—Nana, ¿crees que podríamos dar un paseo? —dije mientras colocaba la última flor en la ventana de mi alcoba. Una margarita amarilla abierta en temido su esplendor.

Atina se tensó un poco pero luego sonrió en mi dirección. Se pasó las manos por la tela del delantar limpiando toda suciedad que hubiera cogido del aire.

—No lo creo, Sam. Mejor, ¿por qué no ayudas a Alnorth con sus panqueques? Sabes que se le enredan los ingredientes.

Reí, era verdad, a su edad siempre se quejaba de que no lograba entender las diminutas letras de los envases. Refunfuñaba cuando lo rectificabamos o le salía mal alguna receta por cambios en sus ingredientes.

—Por favor, solo es un paseo. —supliqué haciendo ojitos y uniendo ambas manos frente a mi rostro —. Sabes que no pido nada, solo quiero dar un paseo y luego volvemos, por favor, nana. Por favor, una vez.

Atina me miró preocupada pero asintió una vez. Solté un grito de alegría a la vez que la abrazaba.

—Gracias, nana. —me separé de ella muy emocionada.

— Está bien, daremos un paseo pero con un condición —el brillo boscoso de sus ojos se tornó más serio que de costumbre —: que no hables con extraños y que ignores los comentarios.

Asentí emocionada porque había aceptado, había aceptado que diera un paseo. No recuerdo la última vez que había salido más allá de la cerca de madera.

Según nana y Alnorth, yo no debería estar más allá, fuera de casa, ya que habían males que acechaban a las jovencitas, hombres casa fortunas que querían quitarme la dignidad. Me había asustado mucho con eso último, ¿Cómo iban a hacer eso?

Me cambié a un vestido más abrigado y me coloqué un abrigo y mis guantes de invierno. Tomé de mano a mi nana cuando llegamos al salón y me despedí de Alnorth con un beso en la mejilla. La preocupación clara en su rostro al verme salir.

«—Cuidado. —había dicho cuando pasamos de la cerca de madera.

Caminamos en silencio, mientras yo admiraba la nieve barrida a los lados de la acera para que pudiéramos caminar sin resbalar o hundirnos en ella. Las casas tenían sus chimeneas humeantes y sus ventanas cerradas a causa del frío. Los jardines muertos por el frío y los niños jugaban a hacer hombres de nieve o haciendo ángeles con sus manos y pies.

La vegetación en el pueblo era poblada cuando la primavera llegaba, los árboles de cerezo llenaban el cielo de colores y el dulce olor de las flores era como un cuento. Las actividades en el pueblo para los niños variaban por días y cada pequeño, o incluso joven, disfrutaba con amigos. Yo nunca había podido asistir a ninguno ya que mis únicos amigos eran los conejos y mis cuidadores.

Pasamos el parque Rahvenon y vi unos puestos ambulantes de comida chatarra, como solía llamarla Alnorth. Decía que la grasa rancia no era nada buena para el estómago, que luego te daría dolor de barriga.

Yo me reía de él porque siempre que comía palomitas de maíz terminaba con retortijones de estómago. Eso sucedía siempre que lo obligaba a ver alguna película conmigo.

—¿Puedes comprarme uno? Huelen delicioso. —señalé un puesto de comida donde vendían salchichas gigantes embadurnadas de una salsa roja deliciosa.

Nana asintió, buscó en su bolso algo de dinero y luego me advirtió con su dedo índice al aire:

—Nada de hablar con extraños, pequeña. Recuerda.

Se alejó y luego se puso a la fila para comprar. Un grito me hizo exaltarme y buscar la dirección de la que provenía. Unas niñas corrían despavoridas de unos chicos más grandes que las asustaban con ranas verdes muy horribles.

Seguí mirando a mi alrededor y en mi pecho, justo debajo de mi vestido, vibró mi piel, se sintió más caliente, casi quemando. Toqué mi pecho por reflejo al fijarme en dos puntos rojos más allá del parque, donde empezaban a verse los grandes y negros troncos del bosque.

Di un lado al frente sosteniendo la piedra ardiendo en mi mano. Los puntos no se movían, se mantenía tan fijos en mí como si me observaran. Miré a mi alrededor, nana aún seguía en la fila y le faltaban varios para comprar. Empecé a caminar hacia los puntos sintiendo una extraña atracción, como un imán que me jalaba.

Estaba tan cerca del bosque que los árboles se entonaron sobre mí tan altos e imponentes, tan aterradores como hermosos. El color negro en su corteza y sus hojas verdes casi negras le habían dado el nombre de Bosque de Cuervos. Eran casi tan negros como esos pájaros. Tan aterradores como esa especie.

Los puntos rojos eran más grandes, más unidos, como un par de ojos rubíes que destellaban más allá a unos metros de mí. La oscuridad que envolvía el bosque no me permitía observar nada más que los puntos al otro lado. Me acerqué más al bosque con el corazón en la garganta y la joya de mi collar cada vez más ardiente, oculta bajo mi palma.

Estaba a solo cinco metros de los puntos rojos, lo sentía tan cerca, tan fuerte que no me di cuenta que mi nana estaba sarandeando mi brazo.

—¡Samantha! ¡Despierta, detente Samantha! —parpadeé dejándo de sentir calor en mi mano. Los puntos habían desaparecido y ya solo había oscuridad más allá del tronco ancho y negro.

—¿Nana? —parpadeé con un repentino dolor de cabeza.

—Oh, cariño, que susto me has dado. Cuando te busqué y no te vi casi me da un infarto —lloriqueó abrazándome— . No vuelvas a desaparecer así, muchacha. No es sano para mi edad que me des esos sustos.

Volvimos a la casa luego de que me comiera mi salchicha gigante. Estaba deliciosa, esponjosa y grasienta. Si mi mayordomo me viera comiendo esto, seguro que vomitaría su desayuno.

Llegamos a la casa y Atina corrió a la cocina dejándome sola dentro del salón. Me senté frente a la chimenea viendo como devoraba la madera en sonidos crepitantes. Me senté en uno de los sofás y me cubrí los pies con una de las mantas. Alnorth se sentó a mi lado con una bandeja de té de limón y miel con dos tazas y una tetera.

—Atina me dijo lo que sucedió hace un rato. —me tendió una taza llena de té, el humo brotaba del líquido y se perdía en el aire camuflandose.

—No sé que sucedió, no logro recordar bien. —dije tomando un sorbo del líquido caliente.

No lograba recordar por qué me había acercado a ese bosque, por qué había estado tan cerca de ese árbol. Era como si hubiera desaparecido ese momento y solo recordara esperar a nana y luego sus manos sacudiendo me.

—Entiendo, mejor sube a tu alcoba y duerme un rato. La nieve debe de haberte mareado un poco. —dejó un beso sobre mi coronilla y luego se marchó.

Me bebí todo lo que quedaba del té y me quedé un rato más perdida entre la madera consumida y las llamas doradas y naranjas del fuego.

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Esencia de Vampiro I (INMORTAL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora