XII.

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Miré aquella postal que tenía entre mis manos

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Miré aquella postal que tenía entre mis manos. La primera que recibía después de que Charles y yo nos besamos. La enviaba desde Barcelona, lugar en el que tendría lugar la próxima carrera.

Sonreí tontamente, releyendo la tarjeta una vez más la postal. Todavía me parecía increíble lo que había pasado días atrás. El beso con Charles me había robado el aliento y también la razón.

No puedo olvidarme de lo que pasó el otro día. Eres la persona más especial que he conocido jamás, Alice. Gracias por aparecer en mi vida.

Estoy deseando volver a Mónaco solamente para verte,

Charles.

Suspiré como cada vez que leía su mensaje, recordando cómo nuestros labios se rozaban y se amoldaban a la perfección. Aquello era algo que jamás había experimentado. Era una conexión brutal que tan solo afloraba cuando se trataba de Charles.

Y pensando en él, fue cuando su nombre apareció en la pantalla de mi teléfono. Me estaba llamando, después de un par de días sin hablar. Habían sido dos largos días pensando en si se habría arrepentido, si yo habría hecho algo mal, si habría vuelto a hablar con Camille... Pero allí estaba de nuevo; su nombre en la pantalla y yo sonriendo como una tonta.

–Pensé que no responderías... No te habrás arrepentido, ¿no? –preguntó sin darme siquiera tiempo a hablar. Se me escapó una carcajada al darme cuenta de que, evidentemente, habíamos estado pensando lo mismo el uno del otro.

–No, no me he arrepentido –respondí, pues si de algo estaba segura era de que, lo que había sucedido entre Charles y yo, era lo mejor que me había pasado en mucho tiempo.

–Genial, porque en un par de días volveré a Mónaco... y estoy deseando verte, Alice.

Me mordí el labio inferior con cierta fuerza, intentando que no se me escapase aquella carcajada tonta que siempre aparecía cuando se trataba de Charles.

–En serio, Ali... Me ha encantado lo del otro día –confesó finalmente, aunque por su forma de actuar no hacía falta. Era más que obvio que ambos estábamos completamente obnubilados. –Y... no sé qué es lo que quieres tú, pero yo... bueno...

No estaba en su cuerpo, pero podía sentir perfectamente cómo se formaba un nudo en su garganta al intentar hablar de lo que había pasado entre nosotros. Y es que... ¿qué había pasado? ¿Qué había entre nosotros? ¿Qué éramos a partir de aquel instante? Cada vez que pensaba en ello, tenía una sensación de vértigo horrible que conseguía casi cortarme la respiración.

–Es que... soy incapaz de darle vueltas a nuestro beso, a qué pasará después de esto... –volvió a hablar Charles, que parecía cada vez más nervioso. Él era de aquel tipo de personas que siempre tienen que tener todo controlado al milímetro. Yo, por lo contrario, siempre había sido más de fluir.

Postales certificadas | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora