VII.

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Miré el papel que tenía entre mis manos, aquel en el que estaba escrito el número de teléfono de Alice

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Miré el papel que tenía entre mis manos, aquel en el que estaba escrito el número de teléfono de Alice. Suspiré profundamente, pensando en todos los días que llevaba aquella nota colgada con un imán en la nevera. Habían sido infinidad de ocasiones en las que la había mirado pensando en si era una buena idea o no llamar a Alice.

Pero lo cierto es que la había tomado y me la había llevado conmigo a Australia. Y en ese mismo instante, sentado en la cama de mi habitación de hotel, era incapaz de dejar de mirarlo mientras me preguntaba si sería buena idea llamar a Alice.

'A la mierda. La llamo'

Lo pensé cuando alcancé mi teléfono móvil y, en cuanto lo hice, empecé a marcar los números. Tomé aliento una última vez antes de darle a llamar, rezando por no quedar como un loco. Pero me moría por volver a escuchar su voz, hablar con ella...

–¿Quién es? –la voz adormilada de Alice me tomó por sorpresa y fue entonces cuando me di cuenta de lo que acababa de hacer. Eran alrededor de las cuatro de la mañana en Mónaco, algo en lo que no había pensado antes de hacer aquella llamada.

–Soy Charles –susurré algo avergonzado. –Siento haberte despertado, de verdad. No me he dado cuenta. Hablamos en otro momento...

–No –me interrumpió al otro lado del teléfono. –No cuelgues.

–Pero... ¿qué hora es ahí ahora mismo? –pregunté algo desconcertado por si mis cálculos habían fallado.

–Da igual; está bien –sonreí tontamente por sus palabras, por el hecho de que ella también quisiese hablar a pesar de la hora. –¿Cómo estás? –preguntó todavía con su voz adormilada. Fue entonces cuando pude escuchar una especie de ronroneo por su parte, y pude imaginarla estirándose ligeramente en su cama. Sonreí una vez más pensando en aquel instante, en cómo sería estar allí con ella.

–Bien. Encerrado en la habitación del hotel. Aquí hace mucho calor. ¿Cómo estás tú? –pregunté antes de morderme el labio inferior para después dejarme caer de espaldas sobre la cama.

–Hasta hace un par de minutos, durmiendo –dijo entre risas, haciendo que yo riese con ella.

–¿En tu cama o...? –me arrepentí al instante de aquella pregunta. Lo había dicho sin pensar, tan solo con la intención de saber si había vuelto a quedar con Travis o no.

–En mi cama –confirmó rápidamente, y yo no pude evitar sonreír. –Lo que sea que tuviese con Travis, se ha terminado. Me merezco algo mejor, ¿no? –aquellas eran las palabras exactas que yo le había dicho, y el hecho de que las recordase hizo que me ilusionase ligeramente. –Los dos nos merecemos algo mejor; tú y yo.

Parecerá estúpido, pero aquellas simples palabras consiguieron que mi pecho se quedase con aire y que volviese a notar aquella presión en el corazón que hacía mucho que no sentía. Con Alice todo era así; natural. Ella no tenía temor a decir las cosas; simplemente hablaba sin pensar, dejándose llevar por lo que sentía. Y a veces la envidiaba por ello, porque era capaz de transmitir.

Postales certificadas | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora