XI.

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GP de Mónaco

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GP de Mónaco

Miré a mi alrededor cómo todo el mundo aplaudía con ganas mientras yo recibía el trofeo por el primer puesto. Mi primera victoria en Mónaco, y lo hacía con Max y Lewis a mi lado. Y mientras el inglés se entretenía saludando al público, el holandés me dedicaba una sonrisa orgullosa que había echado de menos.

O quizá también lo hacía porque conocía mis planes; porque horas antes le había dicho lo que haría si conseguía ganar aquella carrera de una vez por todas.

" –Si gano, iré a su casa a darle una sorpresa –informé a Max, que me miró al borde de la risa.

–¿A darle una sorpresa o a lanzarte? –preguntó Max con una sonrisa burlona.

–¿Ambas? –comenté con un tono burlón a pesar de que los nervios me estaban matando. –Últimamente solo pienso en ella, Max. Pienso en aquel día en la playa, en qué habría pasado si no hubiese sonado su maldito teléfono...

–Pues que os habríais besado; eso es lo que habría pasado –comentó tranquilamente. –Y es más que obvio que te mueres de ganas por hacerlo...

–¿Y si me rechaza? –allí estaba de nuevo uno de mis mayores miedos: el rechazo.

–No lo hará, Charles. He visto cómo te mira. Es más que obvio que se muere por ti, así que... hazlo."

Pensé que el día jamás terminaría. Había tenido ruedas de prensa, felicitaciones, visitas en el garaje del equipo... Oleadas interminables de fans de Ferrari se agolpaban a la salida del paddock, con la esperanza de que pudiesen llevarse una firma en alguna de sus camisetas o gorras. Y mientras yo me dedicaba a ellos e intentaba complacer a todo el mundo, tan solo Alice, sus preciosos ojos azules y su sonrisa perfecta.

Suspiré profundamente cuando llegué al coche, acompañado de mi trofeo, todavía vestido con la ropa del equipo porque ni siquiera había tenido tiempo a cambiarme. Sonreí inmediatamente al recordar a dónde me dirigiría, sin pensarlo más veces y sin saber muy bien cuál era su dirección, porque lo que quería era darle una sorpresa. Tampoco necesitaba saberlo; preguntaría por ella al llegar al pueblo. Al fin y al cabo, era un lugar pequeño en el que todo el mundo se conocía.

Y todo parecía ir bien hasta que llegué a aquel lugar y mis piernas comenzaron a temblar por los nervios. Hasta unos segundos antes, estaba completamente decidida. No existían los miedos ni las dudas, pero en ese instante comenzaron a aflorar. ¿Qué haría si ella me rechazaba? ¿Qué haría si había confundido todo, si lo único que quería ella era un amigo, alguien con quien hablar?

–¿Estás perdido, muchacho? –la voz de un anciano al otro lado de mi ventanilla me sobresaltó. Me había estacionado a uno de los lados de la carretera que cruzaba el pueblo, completamente paralizado y sin saber muy bien qué hacer.

–Eh... estaba buscando a una persona –respondí con la voz temblorosa. –Alice. ¿Conoce usted a Alice?

–Claro que sí –contestó sonriendo ampliamente mientras ajustaba su boina. –Vive en aquella casa del final de la calle –señaló mirando hacia aquel punto. –Es una buena chica –comentó al volver la mirada hacia mi.

Postales certificadas | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora