XXI.

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–¿Estás seguro de que esta persona podrá ayudarme? –pregunté a Carlos, mi compañero de equipo, que había movido algunos de sus hilos (y de los de su padre) para darme un contacto

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–¿Estás seguro de que esta persona podrá ayudarme? –pregunté a Carlos, mi compañero de equipo, que había movido algunos de sus hilos (y de los de su padre) para darme un contacto.

–Es el único abogado sin escrúpulos que he podido encontrar –contestó en un susurro a pesar de que no había nadie a nuestro alrededor.

Nos encontrábamos en el hall del hotel en el que nos hospedaríamos ese fin de semana de la carrera de Austria. Éramos los únicos que quedábamos por recibir nuestras tarjetas para las habitaciones. Los demás ya descansaban en sus cuartos.

–En serio, Charles. Tiene un equipo increíble a su alrededor. Si quieres saber todo de una persona, deberías acudir a él.

Suspiré profundamente, todavía no muy convencido de si estaba haciendo lo correcto o no. ¿Y si estaba cometiendo un error? ¿Y si estaba yendo a por la persona equivocada y de repente mi vida se convertía en un infierno?

–Mira... yo no quería meterme en donde no me llaman, pero le he hecho un par de preguntas a mi amigo –puse los ojos en blanco. No me sorprendía para nada lo que estaba escuchando. A Carlos le encantaban aquel tipo de historias. –Ese tío se llama Edmond Dumont. Es el hijo del dueño fallecido de la galería. Hace unos años se trataba de uno de los negocios más rentables de todo Mónaco, pero los ingresos han empezado a bajar en la última década.

–¿Cuánto han bajado? –pregunté porque sabía perfectamente que Carlos también se había atrevido a averiguarlo.

–No sé un número exacto, pero ese tío ha empezado a vender los coches de lujo de su colección. Tiene deudas, Charles, y de las gordas, aunque su mujer no parece ser consciente de ello, porque sigue yendo de compras a tiendas de lujo casi cada semana.

–Por otras personas sentiría pena, pero ese tío...

–Lo sé, Charles. Aunque, sinceramente, no sé cómo podrías vengarte de él...

–¿Cuánto crees que valdrá la galería? –pregunté antes de que Carlos siguiese hablando.

–¿Qué?

–¿Cuánto valdrá?

–Pues... no lo sé –contestó algo dubitativo. –Pero si Edmond sigue así, tendrá que venderla por la primera mísera oferta que le hagan. No creo que pueda sostenerlo mucho tiempo si sigue así...

–Necesito saber de cuánto es la deuda –susurré bajo la atenta mirada de Carlos, que parecía cada vez más confundido.

–Charles... ¿Se puede saber en qué estás pensando? –preguntó el moreno, que ya parecía tener una idea de lo que estaba tramando.

–Le voy a pagar lo mínimo posible y me voy a quedar con la galería.

Los ojos de Carlos amenazaron con salirse de las cuencas. La sorpresa se instaló en su rostro al saber por fin aquello en lo que estaba pensando. No le culpaba. Podía parecer una locura, pero aquel hombre había intentado hacer daño a Alice... De hecho, me temía que no había sido la única con quien lo había intentado, y probablemente con alguna lo habría conseguido. No iba a permitir que siguiese con su vida sin más. Iba a quitarle aquello que tanto quería. Le iba a quitar su poder.

Postales certificadas | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora