XXIII.

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–¿Cómo estás? –la voz de Charles resonó a mis espaldas mientras yo pasaba los dedos por encima de la mesa de mi nuevo despacho, intentando asimilar el hecho de que, en cuestión de horas, estaríamos abriendo las puertas de la nueva galería

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–¿Cómo estás? –la voz de Charles resonó a mis espaldas mientras yo pasaba los dedos por encima de la mesa de mi nuevo despacho, intentando asimilar el hecho de que, en cuestión de horas, estaríamos abriendo las puertas de la nueva galería. Y yo lo haría como directora. Ni siquiera la placa en la puerta del despacho conseguía que asimilase la realidad.

–A punto de morirme –bromeé, aunque era así de verdad cómo me sentía. Tenía una enorme presión en el pecho que me cerraba la garganta y me impedía respirar.

–Lo vas a hacer bien, Ali... –susurró abrazándome desde la espalda, apoyando su barbilla sobre mi hombro. Me encantaba cuando hacía aquello. Me hacía sentir protegida.

–¿Cómo estás tan seguro? –pregunté, pues siempre me llamaba la atención que nunca dudase de mi. Tenía la sensación de que era yo la única que no confiaba.

–Porque tú sabes de esto –intentó animarme.

–Sé de arte, no de dirigir galerías –respondí con una pequeña sonrisa a pesar de que mis nervios aumentaban cada minuto. –¿Ha llegado mucha gente ya? –pregunté jugando con sus manos, aquellas que estaban alrededor de mi cintura.

–Está el salón lleno –contestó de forma dulce, antes de dejar un beso sobre mi cuello. Sabía que hacía aquello para tranquilizarme, para intentar que me olvidase de todo. Y lo conseguía. Al menos durante unos segundos; mientras sus labios estaban pegados a mi piel.

–¿Y si me quedo en silencio? ¿Y si simplemente me quedo sin palabras cuando salga ahí fuera? –aquel era mi mayor miedo: que todo el mundo pensase que era una auténtica estúpida el mismo día de la inauguración.

–¿Sabes qué es lo que creo? –negué varias veces, contrariada al ver cómo se alejaba de mi para ir hacia la puerta, girando el pestillo con una pequeña sonrisa dibujada en sus labios. –Que necesitas relajarte... y aquí estoy yo para ayudarte.

Suspiré profundamente al darme cuenta de a qué se refería Charles con aquellas palabras. Relajarme. Sin duda alguna, él sabía cómo hacerlo. Le bastó con juntar su cuerpo con el mío, guiándome de espaldas hacia la mesa de mi nuevo despacho, auparme hasta quedar sentada en ella y arrasar mi boca con la suya.

Lo hacía de maravilla; como si conociese mi cuerpo incluso mejor que yo misma. Sabía dónde y cómo debía tocarme. Y me robaba el aliento cada vez que lo hacía; cada vez que sus manos se perdían en mi cuerpo, cada vez que su boca arrasaba con la mía y Charles comenzaba a entrar en mi interior.

De pronto, ya no existía la inauguración. Ya no existía nada más allá de aquel despacho. Dentro de aquellas cuatro paredes, solo existíamos él y yo; fundiéndonos el uno con el otro como si no hubiese un mañana.

–Te van a escuchar nuestros invitados –susurró Charles sin dejar de moverse, perdiéndose en mi interior.

–Me da absolutamente igual. Ahora yo soy la jefa –nuestras risas se entremezclaron sin perder siquiera el ritmo.

Postales certificadas | Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora