~Capítulo I~

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Klaha se dirigía a una iglesia, pues había vuelto a soñar con ella, esa tierna e inocente monja que nunca le dirigía la palabra a nadie pero a él le dedicaba miradas que no debía, hasta diría que estaba pensando seriamente si le atraía.

Esta vez fue un sueño erótico, él en una cruz rodeado de mujeres desnudas y aquella monja quitándose la ropa. Pero cuando lo hacía no podía verla.

Solamente sentía sus manos por todo su cuerpo tocando cada extremo de su piel, sentía los labios de la mujer sobre la tela de los pantalones, justo en la zona de su entrepierna.

No era correcto pensar en ella de esa manera, aquella mujer era una devota del señor y creía que Dios lo castigaría si seguía pensando en ella de esa forma.

En cuanto llegó a la iglesia, se sentó en una de las bancas y comenzó a rezar por los pensamientos impuros que tenía últimamente.

Oyó unos pasos que cada vez estaban más cerca, por la forma de caminar y la delicadeza que demostraba, era ella. Ni siquiera tenía el valor de mirarla a la cara porque era tanta la vergüenza que no podía estar en el mismo lugar.

—Lo siento, hoy cerramos. —dijo la chica, jamás había escuchado su voz pero ahora que lo hizo sentía que había algo raro ¿Acaso estaba enferma de la garganta?— No quiero ser descortés.

—Necesito confesarme. —contestó Klaha.

—El sacerdote está de viaje, puede hablar conmigo si es muy urgente.

—Verá.

Levantó la mirada y al tenerla tan cerca su corazón se aceleró, ahora se veía mucho más linda. Era difícil estar en su presencia, oliendo su aroma, viendo esos ojos tan bonitos.

—Estoy a días de casarme pero comencé a soñar con una muchacha y esos sueños no son propios de un hombre como yo.

—Todos hemos tenido deseos pecaminosos. —tomó asiento al lado de aquel hombre y le entregó un rosario— No siempre somos correctos con lo que anhelamos o pensamos, somos humanos, la creación divina de nuestro señor.

—Pero, no es correcto. —al tomar el rosario rozó las manos de Mana, estaban algo frías pero lo pasó por alto— Yo quiero mucho a mi prometida sin embargo.

—Continúe.

—Quiero, necesito. —se acercó más a ella, precisamente al oído para susurrarle— Hacerle el amor, oír sus gemidos. Si supiera cuánto deseo tenerla en mis brazos.

—Veo que sus deseos carnales a esa señorita están a flor de piel, no es bueno desposar a una pero pensar en otra.

Quería aprovechar ahora que la tenía tan cerca de él y hacerla suya ahí mismo pero tenía miedo. Además, así como Cecil estaba guardando su pureza, él también tenía la obligación de cumplir con lo mismo.

—¿Usted ha tenido ese tipo de pensamientos alguna vez? Hermana todo esto es muy confuso.

—He pecado mucho en mi pasado, yo me entregaba a hombres por dinero y tuve la desgracia de interesarme por un sujeto que sólo me utilizaba como los demás y al final volvía con su esposa.

—Que terrible, no me lo esperaba. —ahora deseaba abrazarla y consolarla un poco, terminar con un pequeño beso en esos hermosos labios— ¿Ha vuelto a hablar con él?

—No, lo último que supe de él fue que su esposa había muerto. Él se embriagaba en la cantina y me llevaba a la habitación para tomarme, se desquitaba conmigo. Eso fue antes de que ella vaya al paraíso.

Jamás pensó que una mujer tan correcta haya tenido una vida promiscua y se haya acostado con muchos hombres. Agarró la cruz del rosario con muchas fuerzas hasta que se lastimó.

Bara no konrei (Mayonaka Ni Kawashita Yakusoku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora