🥀Capítulo 6: Mantenerse frío.

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Los colores se pierden, la mente se vuelve difusa y el todo cae en un abismo. Octavio yace en el mismo lugar, envuelto en sudor y aflicción. Su cuerpo, agotado y febril, evidencia el fútil intento de resistencia. Los músculos atrofiados se rebelan con espasmos y cada movimiento se vuelve un desafío.

La cabeza, acosada por sonidos perturbadores, responde delirante, creando siluetas errantes entre recuerdos vagos.

Pasado y presente.

Desesperación y resignación.

La falta de alimento debilita sus pensamientos, difuminando las líneas entre la realidad y la ensoñación. Imágenes de momentos perdidos sólo concluyen en la representación de aquel animal. Enfrentando la dura realidad de su existencia mientras el cuerpo se marchita y la mente abraza con anhelo la locura.

Después de sesenta y nueve horas de encierro, el tiempo se desliza como una eternidad insoportable.

La puerta, que hasta entonces ha permanecido cerrada y silente, finalmente cede.

La luz tenue del pasillo se filtra, delineando a dos hombres. Uno de ellos, de altura imponente, avanza con paso firme, mientras el otro vacila en ingresar.

Octavio, famélico y aturdido, apenas puede comprender lo que sucede. Sin mediar palabra, el hombre toma al profesor entre sus brazos con fuerza.

Lamentablemente, el contacto no representa la salvación esperada, sino más bien, lo sumerge en una oscuridad más profunda.

Nadie vino a rescatarlo.

La vista borrosa no permite delimitar los rasgos de ese sujeto, pero su aroma ya ha penetrado en lo profundo de sus temores. El ser que enfrenta en sus pesadillas es quien lo contiene. Ni siquiera tiene energía para pelear; todo en su cuerpo duele y la vitalidad se ha desvanecido hace mucho tiempo.

El pasillo se extiende bajo una luz escasa que titila de forma irregular, revelando los contornos desgastados de las paredes húmedas y las puertas de las distintas habitaciones que componen ese subsuelo.

El aire se vuelve denso. Los aromas, inicialmente nauseabundos, se dispersan lentamente, dejando una amalgama de olores antiguos y terrosos.

La vista casi nula de Octavio no puede discernir puntos de referencia. Las paredes parecen cerrarse sobre él, una presión invisible que le recuerda el dolor sordo y persistente que se cierne sobre su abdomen. Cada latido del corazón resuena con un eco doloroso en la región donde descansa su hígado. El malestar se vuelve intenso, empaña su visión y cierra los ojos en un intento inútil de escapar de esa agonía constante. Un mareo envuelve sus neuronas, convirtiéndose en una fuerza que amenaza con arrebatarle la conciencia.

Por reflejo, se toma el abdomen y lo presiona. 

Gio registra este movimiento abrupto y se detiene.

Reprimiendo el sufrimiento, Octavio no percibe lo que ocurre a su alrededor; su cuerpo es sacudido de golpe. Pequeños gemidos de dolor se contienen mientras el sudor empapa completamente su rostro pálido. Solo cuando siente el pinchazo de una aguja delgada experimenta cómo la tensión de su cuerpo se alivia. El frío consuelo de la sustancia aliviadora se desliza por sus venas.

La respiración, agitada como las ráfagas de viento en lo alto de las montañas, se asienta en una cadencia serena. El corazón encuentra un ritmo constante, marcando la transición hacia la serenidad. Los músculos, uno a uno, se relajan en una liberación gradual, como el águila que extiende sus alas después de haber descendido en picado. Los pensamientos tumultuosos, como las corrientes turbulentas en la tormenta, ceden ante la calma, como el cielo tranquilo por donde vuela en libertad.

S.E.L "Unión en la Oscuridad" / En corrección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora