"tu canto no me ayuda.
cada vez más tenazas,
más miedos, más sombras negras."
—Alejandra Pizarnik, Te hablo
El aire se siente denso, como si todo a su alrededor intentara aplastarle el pecho. El suelo está cubierto de fragmentos de vidrio y sobre la cerámica, charcos dispersos trazan líneas irregulares de agua. En la pequeña mesa de madera, hojas sueltas descansan junto a una computadora portátil abierta.
Un hombre está sentado, solo, en una silla.
Sus manos se aferran con fuerza a sus rodillas, mientras su rostro permanece inclinado. No hay otro sonido, salvo el ruido rítmico de la silla crujiente bajo su pierna temblorosa. Cada segundo de silencio le deja oírse a sí mismo con una claridad enfermiza. «No lo hice», repite, pero cada palabra se apaga un poco más con el paso del tiempo.
Cuando la puerta se abre, esas sílabas ya no tienen fuerza.
Un rastro familiar se extiende en el aire: un aroma dulce y fresco, tan arraigado en su memoria como una cicatriz.
Uno, dos... los pasos se aproximan con un ritmo lento y cadencioso, como si cada pisada estuviera destinada a desgarrar la poca cordura que le queda.
Tres, cuatro... Octavio cierra los ojos, sus pestañas tiemblan al rozar su piel. «Tranquilo», se ordena, pero sus manos no obedecen.
El sonido de esos zapatos sigue avanzando. Veinticinco, veintiséis, veintisiete... la cuenta se detiene.
Sus uñas se clavan en su piel hasta que el dolor lo obliga a soltarse. Permanece inmóvil, observando las marcas rojizas en sus piernas, mientras su mente se pierde en un trance caótico.
Los pasos retoman su curso y vuelven a acecharlo.
Por más que se esfuerza, Octavio no puede calmarse. «Está bien, todo está bien», se repite, aferrándose a esas palabras como si fueran una suerte de salvación a manifestarse. Pero desde lo más profundo de sus entrañas, una voz emerge para responderle.
«¿Y si no te cree? »
Esa pregunta, susurrada con malicia, se multiplica en su interior. Resuena, ahonda en su miseria, desafiándola y burlándose de ella al mismo tiempo.
«¿Vos lo creerías?», se burla, ríe, como si hasta formular la pregunta le resultara ridículo. «No mientas».
La respiración de Octavio se queda atrapada en su pecho. «No estoy mintiendo», intenta convencerse. La incomodidad se enreda en su estómago y su cuerpo reacciona de forma automática. Lleva su mano temblorosa a la frente para apartar el sudor y respira profundamente, pero la sensación de agobio persiste.
Es entonces cuando escucha a la persona detenerse junto a su lado. La sombra de aquel hombre lo envuelve, provocando un escalofrío que le recorre todo el cuerpo. Una sensación extraña se filtra hasta lo más profundo de sus huesos.
—¿Profesor?
La voz es fría y distante. Aunque la oye, no se atreve a levantar la mirada. Sus dedos vibran, sus fosas nasales se dilatan, pero permanece quieto.
—Octavio.
Lo llama de nuevo, esta vez con un tono que lo obliga a reaccionar. Pasan unos segundos antes de que alce la cabeza. Es Gio, pero hay algo distinto en él. En ese rostro tan conocido, destacan unos ojos vacíos que lo traspasan como si él no existiera.
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S.E.L "Unión en la Oscuridad" / En corrección.
RomansaMás allá de la captura. La conexión inesperada entre el captor y el cautivo. El vínculo prohibido, que desdibuja los límites de la racionalidad.