Epílogo

166 29 8
                                    

Si me hubieras preguntado qué sería de mi vida aquella tarde que conocí a Suguru Geto con el cabello medianamente corto y recogido, recién llegado de la provincia, probablemente te hubiera contestado que aquel hombre iba a ser un compañero más. Se veía irónico con su flequillo, pero se perdía entre las calles de Tokio con facilidad. Aun recuerdo que al principio, Shoko y yo nos turnábamos para irlo a buscar cuando nos llamaba para decirnos: "Hay un parque y una estatua de un hombre, hay una panadería en la esquina".

Si me hubieras siquiera comentado lo que pasaría 12 años después, aquel Satoru Gojo te diría que estabas loco y fuera de sí. Yo, enamorado y con cuatro hijos, viviendo en una casa en las afueras de Tokio en un suburbio; esa no era la vida que yo había imaginado para mí."

Sí, había considerado ser maestro, continuar con el legado del Clan Gojo quizá. Siempre pensé que mi familia me habría obligado a casarme con alguien como Utahime, por ejemplo, pero haberme ido a un viaje familiar a una ciudad medianamente escondida en algún lugar de Europa, llamada Transilvania, y casarme con Geto durante una fiesta en la que ambos consumimos un poquito de sustancias raras por culpa de Shoko y sus amigos doctores, y que en el calor del asunto dijimos: "Sí, equis, si ya burlamos a los superiores por años, el casarnos en otro continente suena como una excelente idea".

Despertar en una habitación con Suguru encima de mí y nuestro acta de matrimonio, y yo con un peluquín negro. Para empezar, ¿por qué usaría peluquín? ¿Por qué nuestra acta de matrimonio estaba en un idioma raro? ¿Por qué Suguru ahora es "Suguru Gojo"? Aquello fue de verdad la mejor experiencia en un país extranjero que tuve.

Nos reímos mucho aquella noche. Todo se sentía tan ideal esa tarde de resaca, donde Shoko se llevó a un ruso y un francés a su habitación. No está de más pensar para qué. Siempre fue algo que admiré de Shoko, lo fácil que le resultaba salirse con la suya sin repercusiones, ventajas de ser alguien extraordinariamente ordinaria.

Nosotros nos quedamos en la habitación con sueros, papas fritas, comida búlgara extraña y videollamadas frecuentes con los niños.

A los dos días, cuando teníamos que volver a Japón, a nuestra prefabricada vida, como Suguru le decía, era difícil. Porque al menos allí, en un rincón olvidado del mundo llamado Burgas, podíamos fingir ser alguien que a nadie le importaba. Porque a quién se le ocurriría huir de la noche a la mañana de una ciudad en un país no tan famoso. Bueno, a Shoko, porque tenía un curso de medicina ahí. Pero a nosotros se nos hizo bueno, porque Suguru quería una foto en la estatua del gramófono y bueno, un poco de camuflaje, en un lugar de tantas culturas.

Por primera vez en mucho tiempo, sentí que yo tenía equilibrio en mi vida, y me daba mucho miedo dejarlo ir. Sin embargo, todo era diferente. Ambos, Suguru y yo, habíamos madurado en muchos aspectos de nuestra vida. Volver no fue tan difícil, pues nuestros niños ya habían crecido... Megumi entraría a la escuela el siguiente verano, aunque se volvió más frío y poco bravucón. Siempre le digo que un día va a conocer a alguien que lo saque de sus casillas y ese muro no le sea suficiente. Se volvió un lector empedernido. Supongo que la mayoría de padres de adolescentes estarían orgullosos, pero yo a su edad anidaba hospitales y mataba maldiciones a diestra y siniestra, para volver a mis clases de piano y violín a las 6 y cenar con mis padres. Aunque bueno, no lo culpo por querer estar en paz.

Nanako y Mimiko eran insoportables, mujeres adolescentes hormonales. Aún les faltaban dos años para ingresar a la escuela de Jujutsu, donde evidentemente he intentado disipar las sospechas sobre por qué 'La fundación Gojo' acoge a tantos huérfanos para su clan. Siempre digo y pago generosamente para que vean que es un acto únicamente altruista para reclutar hechiceros poderosos. Supongo que algo bueno tiene que tener una organización paragubernamental igual de corrupta que los órganos de gobiernos. Pero me han dejado vivir en relativa calma. Sin embargo, continuamos con medidas de vez en cuando. Quemaré el mundo si eso me permite tener a mi familia conmigo.

La casa sigue vivida. Creo que, en este momento, puedo hablar por los dos, tanto por Suguru como por mí, que somos felices hoy día. No sé mañana, no sé pasado, pero hemos llevado las cosas a este plano en el que todo funciona sistemáticamente.

Y bien... Supongo que...

Querido Diario: Todo valió la pena.

Querido: YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora