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— Ya, déjenme —dijo la niña temerosa.

— No deberías estar aquí —dijo otra pequeña y la empujó, provocando que la rodilla de Muriel sangrara— este no es tu país.

— Mi mamá es de Corea.

— Pero tu papá no, tienes la sangre sucia —se acercó para golpearla pero se detuvo en el proceso.

— ¿Quieres morir? —grito valentoso.

— ¡Ji Sungie!.

— Por eso no me gustan las niñas como tú —le empujó un poco de su hombro— si te vuelvo a ver molestando a Muriel, le diré a mi padre que hable con el tuyo.

Ofuscada, la niña se fue a rabietas del lugar solitario en el que estaban, Han se giró para limpiar las lágrimas de su mayor y de paso, le sopló la herida que tenía en su rodilla.

— Se supone que yo debía defenderte.

— Aún puedes hacerlo de los niños que te teman, de los demás, me encargo yo.

— Me duele —se quejó entre llanto.

Han se sentó detrás de ella y la abrazó con fuerza.

— Mi poderoso abrazo te quitará el dolor —se balanceo de un lado a otro para calmarla.

La niña prontamente dejó de llorar, aquel acto valiente le quitó todo dolor, y ahora solo tenía felicidad en su corazón.

Temerosa, le dejó un beso en su mejilla, tierno e infantil, para luego levantarse y marcharse de ahí, dejando al niño hipnotizado por el acto, sacudió su cabeza de lado a lado y sonrió.

— Algún día será mi esposa —dijo en un suspiro mirándola marcharse.

Muriel se había despertado hace unos minutos, y cuando lo hizo lo primero que vio fueron los labios rosas de Han que dormía muy cercano a ella, fijándose en lo hermoso que era, culpándose por nunca antes notarlo

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Muriel se había despertado hace unos minutos, y cuando lo hizo lo primero que vio fueron los labios rosas de Han que dormía muy cercano a ella, fijándose en lo hermoso que era, culpándose por nunca antes notarlo.

Sus dedos tocaron sutilmente de ellos, y cuando sentía que su corazón se estaba descontrolando decidió alejarse, recordándoles que ella estaba con Jungkook.

Fue al baño por sus necesidades y limpieza y luego, a saltitos se acercó hasta la cocina para preparar un desayuno para Han.

El rollo de huevo estaba quedando perfecto y dorado, Han siempre le pedía que cocinara sus rollos de huevos porque eran mejores que los de su madre, pero eso era un secreto que solo ellos sabían.

Por un momento se perdió en sus recuerdos, la sutil respiración de Hannie acariciando su rostro, y esos labios pequeños que ansiaba devorar, la forma de corazón que tenían perfectamente al presionar su rostro contra la almohada, y ahí se quedó, en un lugar seguro de su mente.

— ¿Noona? —hablo el chico a lo que Muriel despertó asustada al ser descubierta.

— Mierda —reclamo y apagó la cocina, girando el rollo notando un leve queme en la superficie— Ay, no… tendré que hacerlo de nuevo —dijo con voz chillona lamentado de lo ocurrido.

Pero Han sonrió ante su arrebato, tomó el rollo eamino la parte quemada y desecho para luego cortar los trozos a un centímetro de cada uno, tomo uno de ellos y lo llevó a su boca.

— Mm! —mastico asintiendo— delicioso Noona — sus labios puntiagudos dejaron en un trance a Muriel, sentía Miles de cosquillas en su estómago.

Verlo comer feliz lo que había preparado le trajo muchos recuerdos de niños y adolescentes, dónde Han siempre llamó su atención pero no se permitió despertar esos sentimientos jamás.

— ¿Tengo la boca sucia? —limpio con su mano y ella volvió a despertar.

— ¡Oye! —lo agarro de su oreja para llevarlo a la mesa, entre quejidos Hannie se dejó casi arrastrar hasta el que es su asiento— no te vuelvas a meter en la cocina de una mujer —advirtió y volvió a sus quehacer.

Ji Sung se acomodo apoyándose de la mesa simplemente para verla caminar de aquí para allá, adueñándose de su casa, ojalá y fuera permanente, ser regañado por ella de esa manera tierna en la que no le hacía doler, todo lo contrario, sus castigos eran más caricias, que él le seguía el juego solo para hacerla sentir bien, feliz, respetada.

— La amo —soltó en un suspiro audible.

Abrió sus ojos y enderezó su cuerpo en la mesa.

— ¿Qué amas?, ¿Mis rollos de huevos?

— Sí, son lo único bueno que haces en la cocina.

— Mocoso insolente —levantó su mano como si fuera a golpearlo— no se de donde aprendiste tan malos hábitos, la Tía Nara tuvo una mano muy suave —bajo su mano amenazadora liquidando con la mirada.

— Gracias por la comida —gritó cuando ella se sentó en su frente, ambos sonreían, ese juego de hermana mayor y el porfiado menor era el que siempre hacían cuando ya no podían controlar sus sentimientos.

Su último recurso.

— ¿Cómo está tu pierna?

— Ya no duele —él asintió complacido mientras comía — Déjame huevo no seas glotón.

— Está rico —dijo con la boca llena— Yeobo, ¿nos vamos juntos a casa de mamá?

— Aún me siento intrigada con esa reunión —aspiro entre dientes— ¿Qué será eso tan importante que quieren decirnos?

— Vamos a tu casa por ropa, y luego a Busan

— Bien, hagamos eso —siguieron comiendo.

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