Alejandro observó la señal que indicaba que debía abrocharse el cinturón, encender; y luego escuchó atento las palabras que el piloto dirigía hacia los pasajeros. Estaba por aterrizar en el aeropuerto de Londres; y por primera vez en su vida, sintió como el estómago se le contrajo de nervios. Aunque claro, muy en el fondo de su inconsciente, atrapada en una esquina oscura y alejada de cualquier posibilidad de ver la luz, la realidad de que sus nervios nada tenían que ver con ese vuelo, estaba oculta.
Habían pasado casi tres semanas desde que se despidiera de Key en el hospital, y por estúpido que pareciera, aun no se atrevía a llamarle; lo intentó varias veces, pero antes de terminar de marcar, se arrepentía.
Podía ser por algo en el indómito verde de sus ojos, o la simple forma en que había sonreído antes de lanzarle aquel beso de despedida; pero Alejandro se sentía inseguro respecto a sí mismo, y pero aun, a la forma en que había sido su pasado, como estaba viviendo su presente, y lo que se mostraba en su futuro.
Conocer a Maiya y a Mark años atrás, había cambiado por completo su forma de ver la vida. Siempre fue sensato y tranquilo para manejar sus asuntos personales; y la idea de formar una familia, aunque de vez en cuando se colaba en sus pensamientos, era solo una estela lejana en el horizonte. Sin embargo, el tiempo que paso junto a ellos trastorno su mundo en el mejor de los sentidos... hasta el momento en que los perdió.
Lo peor de todo, es que nadie había tenido la amabilidad de explicarle, que no debía luchar por algo que ya tenía dueño; pues independientemente de que pudo haber logrado que Maiya estuviera a su lado por un tiempo, y que Mark llegara a apreciarlo, él solo fue una degustación antes de llegar al plato fuerte. No importó que lo suyo apenas estuviese empezando, o cuan felices fueran juntos; llegaron al final de forma precipitada y el único que salió perdiendo, fue él.
Por lo tanto, a estas alturas no iba a mentir diciendo que se había recuperado; el dolor seguía siendo parte de su día a día, y algunas veces sentía que estaba a punto de volverse loco, ante el vacío que había quedado haciendo eco en su interior. Su alma estaba tan dañada, que le resultaba imposible concebir la idea de volver a ser feliz; y aunque el tiempo logró estabilizar su lamento, no fue suficiente para hacerlo olvidar.
En resumen, Alejandro se sentía indefenso ante la idea de volver a buscar aquello que Maiya, sin ser consciente o quererlo, se había llevado junto con su partida. Incluso sobre su inquebrantable decisión de seguir adelante, y su promesa de estar bien; seguía sin el valor necesario para enfrentar los demonios que lo torturaban, pues de momento era más fácil lidiar con estos que ya conocía, a planear estrategias contra unos diferentes.
Sin embargo, aunque sus neuronas estaban decididas a quedarse sentadas en la silla en la que estaban, y no moverse aunque lo necesitaran; sus hormonas, bueno, esas tenían un plan completamente diferente entre manos.
Desde el instante en que se había topado por primera vez con Keyla, aquella tarde de noviembre en una carretera desolada; sus ojos le habían advertido el peligro que representaba. No solo se trataba de que en ese instante, ella parecía un gigantesco tigre dispuesto a devorarlo; sino que el sentimiento de que algo lo unía a ese depredador estaba en cada uno de sus latidos. Era horrible no comprender algo así.
Por eso, en medio de tal confusión, y el temor a no poder enfrentar lo que parecía que se le venía encima; cada que estaba por terminar el número de Key, sus manos se movían más rápido que sus pensamientos, y cancelaban la llamada. No es que estuviera huyendo, solo usaba una estrategia poco distinguida.
Sin embargo, pese a que en su interior sus neuronas seguían tratando de convencerlo de que estaba actuando de forma correcta; él no dejaba de sentirse como un cobarde y un niño inseguro, en lugar del hombre que se suponía era.
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