Con una sonrisa de oreja a oreja, Maiya dejo su celular en el pequeño mueble que estaba a un lado de la mecedora. Su hija aun dormía tranquilamente entre sus brazos, lo cual agradeció tomando en cuenta la serie de pequeños gritos que había soltado a lo largo de la llamada.
Tratando de hacerlo lo más delicadamente posible, acostó a la pequeña en la cuna, para luego salir de puntillas de la habitación. A esa edad era imposible saber si podría o no transformarse en lobo, pero ella está bastante segura de que lo hará, pues la nena tenía un oído, que prácticamente era como un milagro cuando lograban dejarla sola en su camita.
Una vez fuera, suspiró emocionada por lograr su objetivo, y dispuesta a ir a contarle a Robert lo que acaba de pasar, empezó a bajar las escaleras; pero todavía no llegaba a la mitad, cuando un fuerte ruido la hizo saltar del susto.
Maiya miró a su alrededor. Primero, rogando que su hija no lo hubiese despertado, y segundo, tratando de descubrir que fue lo que pasó; no fue hasta que la voz de su marido, unos cuantos tonos más elevada de lo habitual, le llegó desde el despacho.
El lobo estaba recargado sobre su escritorio, con el celular al oído; tenía el gesto terroríficamente serio, la postura rígida, mirada iracunda, además de que bufaba más bien que respiraba. Cualquier otro que lo hubiese visto de ese modo, seguramente se habría dado media vuelta, en una retirada digna por la vida; pero no su esposa, quien entró al lugar con un claro signo de interrogación en su cara, no por el evidente enfado que circulaba en el aire como gas tóxico, sino por los pedazos de madera que quedaban en el suelo. Al parecer, el pobre asiento no había sobrevivido a un encuentro cercano con la bestia de la casa.
Lo peor del caso, es que amaba esas sillas.
Luego de superar su primera impresión, e ignorando por completo el mar humor que emanaba del sexy hombre parado frente a ella, Maiya lo encaró levantando una ceja de forma acusatoria; él le lanzó una sonrisa torcida, esa de depredador que era más caliente que un volcán en erupción, para luego volver a instalar su mueca de malo malote.
Sin más opciones que esperar a que terminara para contarle las noticias, ella se fue al asiento principal tras el escritorio.
-Ya...-. Replicó casi como un gruñido. -Di lo que quieras, pero...
Quien fuera que estuviera al otro lado de la línea, lo interrumpió, pues el lobo volvió a guardar silencio, mientras asentía sin muchas ganas a lo que le decían. Maiya levantó la vista, no era normal que él hablara de esa manera, no delante de ella...
-En resumen, ¿Tú quieres mi consejo o me estas insultando?-. Preguntó entre dientes medio con risa medio enojado. Todavía no estaba muy seguro de cuál era el estado de ánimo que predominaba
Espero paciente a que le respondieran, cosa que al parecer iba a llevar para largo, pues los segundos pasaron, y lo único que pudo hacer, fue comenzar a tamborilear el pie izquierdo sobre la alfombra.
-Siendo el caso, te recomiendo que estés aquí a más tardar en dos días...-. Dijo decidido, antes de cortar la llamada sin esperar por la réplica de la contra parte.
Para ese punto, Maiya tenía los codos recargados sobre la madera, a la vez que su cara descansaba en sus manos. Seguía sin poder imaginarse con quien hablaba su marido, pero le sonaba a asuntos de negocios, pues por lo regular era donde se mostraba de carácter difícil.
-Rompiste una silla...-. Comentó como si tal la cosa, pero no era común que estos incidentes pasaran -¿Necesito preocuparme?
Él se giró para encontrarla, y apenas puso sus ojos en los de ella, una sonrisa lobuna se adueñó de sus labios. Con el paso del tiempo, lo único que lograba era quererla cada día más; y luego de la conversación que acababa de tener, no podía agradecer más su suerte, pues sus caminos pudieron haber terminado de forma totalmente diferente.
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