Keyla notó el momento exacto en que la tierra bajo sus pies se abrió, y ella cayó por un enorme y exuberante pozo sin fondo. Negro. Como sus ojos. Sexy. Como todo él.
El beso no solo le había nublado la mente, sino que le crispo terminaciones nerviosas que no sabía podían temblar ante un roce, convirtió su sangre en fuego, y derritió la mayoría de sus neuronas. ¿Cómo se suponía que alguien pensara teniendo tal visión enfrente? Mejor aún ¿Cómo rayos le hacía para no saltarle encima luego de semejante beso? Dios, el tipo era todo pasión, poder, exigencia... y un reverendo cretino de lengua floja... vaya que tenía la lengua floja en varios y deliciosos sentidos...
La tigresa contuvo las ganas de morderse los labios para deleitarse de nuevo con el sabor en su boca, y por obra divina se mantuvo estoica en la posición que se encontraba, aunque sus piernas no tenían fuerzas. Había quedado igual a un flan: blanda, temblorosa y lista para que se la comieran. Entonces él tenía que hablar de nuevo y recordarle porque estaban en tan malintencionada situación.
Ella respiró profundamente, mientras se alejaba para delimitar su espacio. Quería decir tanto, pero no fue capaz de expresar ni una sola palabra; así que solo tomó sus cosas, se dio media vuelta y se marchó, notando como su corazón amenazaba con salirse de su pecho, y todo a su alrededor daba vueltas vertiginosamente.
Salir de la oficina le permitió respirar; aun notaba el aire pesado y difícil de procesar para sus pulmones, por lo que sin poder hacer más, se quedó recargada sobre la puerta. Notaba como las lágrimas bailaban en sus ojos, pero no estaba segura de si eran de rabia, miedo o desesperación; no podía definir lo que ocurría en su cuerpo con un solo sentimiento. Sería vago e incluso irrespetuoso hacia si misma.
El hombre que estaba predestinado a su vida acababa de chantajearla para que se casara con él; y todo por qué ¿Dinero? Eso no solo era bajo y ruin, sino que la hacía quedar a ella de forma patética.
De pronto un par de voces familiares lograron colarse entre sus pensamientos; Evan y Jun caminaban hacia ella. El japonés se había reacomodado el traje, y parecía tan pulcro como siempre, pero los moretones en su cara delataban su lado salvaje; por otra parte, su hermano sonreía con simpleza y se movía tan relajado como siempre, igual que si fuese el dueño del mundo o capaz de hacer todo lo que quisiera... y podía...
Cada músculo en el cuerpo de Keyla se tenso ante la imagen y el pensamiento, incluso los más diminutos y de los cuales no era muy consciente, como por ejemplo el dedo pequeño de su pie izquierdo, en ese momento lo sintió encogerse presa del pánico. Si Evan descubría lo que acaba de pasar dentro de esa oficina ¿Qué pasaría? Y como si pudiese leerle la mente, sus ojos se clavaron en ella al instante.
Su hermano detuvo sus pasos para observarla con cautela. Keyla sabía que cualquiera con el mínimo de visión podría notar que no estaba bien, por lo que con gran esfuerzo se enderezó sobre sus pies y trató de respirar tan normal como su acelerado ritmo cardíaco accedió. Aun así, el semblante relajado en el rostro de Evan desapareció mientras comenzó a caminar de nuevo para alcanzarla.
-¿Qué ocurrió?-. Preguntó con cautela, mientras levantaba la vista sobre su diminuto cuerpo, para enfocarla en la oficina dónde aun estaba Alejandro.
Ella sintió un escalofrío deambular por su espina dorsal, y tuvo que apretar los puños para suprimir la sacudida de su cuerpo.
-¿Keyla?-. Jun la tomó de la mano, y al sentir el frío que emanaba de su pie, la sujetó con más fuerza intentando transmitirle calor. Nunca la había visto en ese estado, le angustiaba pensar que podía haber ocurrido para que estuviera así.
