Los reflejos del sol se empeñaban en dar directamente contra la joya, provocando que un brillo inusualmente mágico se desprendiera de esta; como si hubiese sido hecha por un elfo, o robado de un hada.
Del mismo color que sus ojos, la cuadrada esmeralda estaba rodeada por diminutos diamantes, los cuales se sujetaban a su dedo, a través de la figura de hojas entrelazadas de oro blanco. No era delicado, pero tampoco parecía exagerado en su mano.
El condenado anillo era tan perfecto, que Keyla exigió como parte del contrato prenupcial, poder conservar la alhaja sin importar el destino de su matrimonio; la risa satisfecha que provocó su solicitud en Alejandro la hizo gruñir, pero cuando volvió a poner los ojos en su dedo, le importó un comino lo que pensara, ella simplemente quería conservarlo.
Lo cierto es que en el momento en que su compromiso quedó sellado, su resolución se había vuelto un muro impenetrable. Las cosas estaban pasando tan rápido, e irreales, que lo más sano tanto para su salud mental como física, era de hecho, fluir con la corriente pensando que como había dicho, esto era un negocio.
Así, ante tales circunstancias, y después de haber firmado un acuerdo donde se comprometía a estar casada con Alejandro Duque, mínimo dos años para ganar una buena suma de dinero, ahora iban en camino a casa de sus padres para revelar la gran noticia. Si ya estaba condenada ¿Por qué no aprovechar las circunstancias?
Hasta cierto punto, el viaje en si estaba plagado de ironía.
En primer lugar, Alejandro había prometido, de hecho firmado en el contrato, que no se revelarían los motivos de la boda a sus futuros suegros, y que él se encargaría de mantener al margen de esta situación a Antonio; por lo tanto, deberían aparentar ante la familia de la tigresa, con excepción de Evan, ser una pareja fervientemente enamorada... ridículo número uno.
Para el segundo lugar, estaba su modo de transporte; un jet privado que pertenecía a Jun Takashima, quien se los había ofrecido, pues casualmente también tenía cosas que atender en Jersey. Sin importar que el viaje durara poco más de una hora, y que el infantil motivo de Alejandro para aceptar, fuese por probar que él había ganado a la chica (cosa que nadie le estaba discutiendo), a Key le provocó un terrible dolor de cabeza.
Era una suerte que los golpes por su pelea días antes, ya hubieran desaparecido, de lo contrario habría resultado un tema muy interesante por discutir con su familia.
Y en tercero, pero no menos importante pues esto solo le concernía a ella: ingeniárselas para que bajo ninguna circunstancia, Alejandro se enterara del asunto de las parejas predestinadas en los cambiantes. Si pretendía salir bien librada de este drama, necesitaba por lo menos mantener su orgullo intacto... al menos lo que quedaba luego de volverse una arribista, y dejar completamente fuera su corazón. Era justo allí donde radicaba la peor ironía de todas, lucir enamorada, mientras se aseguraba de no estarlo, fingiendo que lo estaba, sin ganas de estarlo, aunque pudiera estar... irónico y confuso...
-Nunca hubiera funcionado ¿Lo sabes no?-. La voz de Alejandro la despertó de sus pensamientos.
La tigresa dejó de observar el familiar paisaje de Trinity a través de la ventana del taxi, y se giró para encararlo.
-¿Qué cosa?-. Preguntó pensando en una infinidad de posibilidades respecto a qué estaban hablando.
-Lo tuyo con Takashima...-. Su lengua se negaba a escupir su nombre, aunque ya hubiese ganado la partida.
Las neuronas de Keyla registraron la información obtenida, la asimilaron, recordaron el vuelo del cual acababan de bajar, y al instante soltaron una carcajada. Una de sus cejas se alzó deliberadamente, al tiempo que la risa bailaba en la comisura de sus labios tratando de ser discreta; necesitaba relajarse antes de enfrentar a sus padres, y que mejor que jugar un poco con su prometido.
