8 de enero del 2015
Alejandro se balanceaba lentamente sobre la silla; mientras observaba pensativo el papel que tenía entre sus manos; aunque su gran concentración no tenía nada que ver con aquel documento, el cual había estado "leyendo" durante los últimos veinte minutos, sin ver una sola letra.
El tiempo que había transcurrido haciendo esta actividad, era justo el tiempo que tenía de haberse enterado de la gran noticia. Maiya había tenido una hermosa niña. ¿Estaba feliz? Bueno, siendo honesto consigo mismo, pues sí. La llegada de un niño siempre era motivo de felicidad; aun así, en el fondo era inevitable no sentir dolor por aquello que pudo haber sido de él.
De pronto, tres toquidos irrumpieron sus pensamientos. Él levantó la vista con el ceño fruncido, y miró de la puerta al teléfono sobre su escritorio. Decir que estaba 100% seguro, de que no le habían llamado para avisar que lo buscan, no era una buena apuesta por el estado en que se encontraban. Aunque por otra parte, era consciente de que solo existía una persona que no necesitaba ser anunciada, y aun así, siempre llamaba antes de entrar. Antonio.
Una extraña confusión con una secretaria, ocurrida meses atrás (de hecho, casi cuando apenas regresaba de Texas) le había dado la genial reputación de implacable seductor. Toda su vida se había cuidado de mantener un perfil bajo con las damas; y una estúpida falda demasiado pequeña para su portadora, una silla con un desperfecto, y los nervios de la primera entrevista habían mandado por el retrete sus esfuerzos. Por más que intento corregir el mal entendido, el chisme corrió como la pólvora.
Desde aquella infernal tarde, su padre decidía siempre llamar a la puerta.
-Pasa papá. Está abierto...-. Dijo mientras dejaba el papel que tenía en las manos sobre el escritorio. Ya más tarde le prestaría la atención adecuada.
Antonio abrió la puerta, y entró con una enorme sonrisa en el rostro. Sin embargo, no pudo disimular el nerviosismo que intentaba ocultar con ella; él también estaba al tanto del nacimiento de la hija de Maiya, y le preocupaba de sobre manera la forma en que Alejandro reaccionaria. De hecho, hacía un par de semanas que había comenzado a planear el viaje a Alemania, donde ahora trabajaba su hijo, y la verdad es que fue una suerte que su llegada coincidiera con el importante suceso.
-Qué forma de recibirme es esa ¿Seguro no te e interrumpido en algo importante?-. Replicó de forma socarrona. Albergaba esperanza de que la fama que se había forjado su hijo desde que llegó a este país, fuese cierta.
Alejandro volcó los ojos ante el comentario, y luego se puso de pie para acercarse a su padre, y darle un gran abrazo.
-Venga papá, tú jamás me interrumpes en nada...
-Bueno, ante eso no sé si alegrarme o llorar. Espero un día escucharte gritar desesperado: "Un momento por favor"-. Replicó haciendo unos ademanes exagerados, provocando una sonora carcajada en ambos.
Durante los siguientes minutos, la plática se mantuvo en una línea irregular entre cosas sin importancia, y detalles serios sobre el trabajo. Aparentemente, ninguno de los dos sabía cómo abordar el tema que no dejaba de parpadear en neón sobre sus pensamientos.