CAPITULO IV

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El corazón le dio un vuelco de 360 grados al instante, y una horrible sensación de miedo se apoderó de su cuerpo; por un segundo quiso creer que se había equivocado de habitación, y que estúpidamente entró a otra. Sin embargo, cuando el hombre se puso de pie, y le dio una mirada entre inquisitiva y retadora, supo que estaba en la correcta.


El tiempo a su alrededor se detuvo, y comenzó a jugarle una mala pasada cuando aquellos ojos lo atravezarón; fue como estar viviendo un dejá vu. Robert McAvoy estaba parado frente a él, y sujetaba con posesión la mano de Keyla. Una vez más llegaba para quitarle a la mujer que amaba.


Espera...¿Qué?... Las agujas del reloj volvieron a avanzar, y sus neuronas comenzaron a pasarse la información a una velocidad sorprendente.

Alejandro parpadeo un par de veces para ubicarse en la realidad. En primera, Robert y Keyla eran primos hermanos, por lo tanto, si él estuviera allí besandole la frente... no importaba mucho; en segunda, no importaba mucho por qué de hecho, aunque no fueran familia, él no estaba enamorado de ella así que técnicamente, no se la quitaría por que no eran nada. Esta conclusión le provocó un sabor agridulce en la boca. Y por último, todo lo anterior se iba por el retrete, por qué, aunque el sujeto que lo veía de forma amenazante era jodidamente parecido a Robert, pues no era el lobo.


Tratando de contener el torbellino de ideas que sacudía su cerebro, Alejandro respiró profundamente para relajar los puños, y contuvo estóicamente el escalofrío que le recorrió la espina dorsal. Ahora que había descartado el hecho de quien estaba frente a él, o mejor dicho, quien no estaba; necesitaba saber quién diablos era, y sobre todo, de que estúpido derecho gozaba para hacer lo que hacía.


Por irónico que resultara, ahora preferiría que si hubiese sido Robert a quien encontró, y no un completo desconocido.


Sin embargo, él no era el único molesto con la situación.


-¿Te equivocaste de habitación amigo?-. Dijo el extraño tranquilamente, sin dejar la mano de Key. Su perfecto y marcado acento inglés, se escuchaba muy diferente al texano del lobo.


La pregunta despreocupada hizo que la mandíbula de Alejandro se tensara tanto como sus puños.


-¿Quién eres y qué haces aquí?-. Un serio conflicto de intereses comenzó a desatarse en su interior; mientras que las sabias palabras de su padre, modelaban presuntuosas en brillante neón en su cerebro. "Investiga con quién debes comunicarte; tal vez alguien la pueda estar esperando, o buscando..." De acuerdo, debió haberle hecho caso; pero de alguna forma u otra, decidió no llamar a nadie... aun teniendo en su poder el celular de Keyla.


En ese momento, una parte de sus neuronas le mencionaban con interesante preocupación, el espantoso parecido del tipo frente a él con el odioso lobo; mientras que la otra parte, le recordaba una y otra vez, el beso que presenciaron segundos atrás... y que no debía afectarle pues apenas y conocía a la joven.


Al notar el brillo salvaje que inundó sus ojos ónix, una sonrisa maliciosa se ocultó en la comisura de los labios del extraño. Por más que intentaba disimular, estaba a nada de soltar una carcajada; esto era realmente divertido.

Cazando el DESTINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora