Los ojos de Takashima brillaron de forma indescifrable para el español, y la mandíbula se le tensó con tal fuerza, que su boca desapareció en una delgada línea. Él mejor que nadie en esa maldita oficina sabía que esas palabras eran mentira; sin embargo, la seguridad y altanería con las que Alejandro prácticamente se las escupió en la cara, le hicieron querer regresarlas con un puñetazo.
Habían tomado un par de clases juntos durante la universidad, y si bien no se hicieron amigos, si desarrollaron una relación favorable y de respeto para sus compañías. Ambos eran hombres de palabra, y con estándares altos en cuanto a sus normas de vida; por lo cual, Jun sintió esto como una ofensa a su inteligencia, y sobre todo, un insulto contra Keyla que no estaba dispuesto a perdonar.
Sin embargo, y contrario a su propio pronóstico, logro conservar la calma y mantener su cuerpo inmóvil. Tenso como la cuerda de una guitarra a punto de romperse; pero inmóvil.
-Retira tus palabras...-. Su voz fue baja y gutural. Parecía una rara combinación entre palabras y gruñidos.
Alejandro pasó de estar avergonzado a ponerse en alerta en un segundo, mientras observaba como la sonrisa que se había formado en el rostro de su padre se evaporaba, y se convertía en un gesto desaprobatorio. Aun escuchaba el eco de su voz en su cabeza, recordándole burlonamente la tontería que había dicho; pero por extraño que pareciera, no estaba dispuesto a dar marcha atrás a lo que acababa de empezar.
-No...-. Soltó tan seguro, que le hizo cuestionarse su propia cordura; el mismo Antonio le había dicho que Evan le aseguró que entre Keyla y Jun había algo, por lo tanto era imposible que se tragara lo de la boda. -Ella y yo nos vamos a casar...-. Pero al final era él quien se casaría con ella.
Antes de poder pronunciar otra palabra, Takashima tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para respirar, y poder seguir quieto en el lugar que se encontraba. Afortunadamente sabía cómo controlarse, desafortunadamente matar era un crimen.
-No, eso no es verdad...
-Lo es...-. La euforia y adrenalina comenzaron a mezclarse con su loca seguridad, y una insana necesidad de que lo que estaba diciendo se volviera real, le empezó a consumir hasta los huesos. Odiaba la forma en que el japonés se esforzaba por subestimar tal hecho. ¿Y qué si ellos tenían una relación?
-Alejandro ya es suficiente...-. Antonio se percato que la tensión entre esos dos se estaba volviendo peligrosa. Podían estar tan quietos como estatuas, pero si pudiesen asesinarse con la mirada, ya no quedaría nada de ninguno; además, admitía que estaba feliz por ver a su hijo demostrando lo que él ya sabía, que sentía algo por la hermosa Keyla; pero por todos los cielos, esa no era la manera. -Discutiremos los asuntos referentes al proyecto más adelante; pero por lo pronto, creo que es mejor que dejemos las cosas hasta aquí...
-Lo discutiremos ahora papá, porque es tan simple como lo he dicho...-. En un recóndito lugar de su cerebro, su inconsciente trataba de negociar con sus neuronas, pero no podía. Un instinto primario y bajo se había adueñado de su capacidad para pensar correctamente, y lo único que ahora quería era hacer que Takashima entendiera su punto. -Keyla se queda, porque nos vamos a casar...
Los hombros de Alejandro se elevaron en un gesto simple, como si intentara restarle importancia al asunto, pues era algo que ya estaba dicho. Sin embargo, por dentro todo en él estaba descontrolado. Le frustraba ver la seguridad con la que Jun lo enfrentaba, lo desquiciaba no entender su propio comportamiento; y lo atormentaba el recuerdo de Keyla arrojándose hacia los brazos de ese hombre. No podía controlarse, y hasta cierto punto, tampoco quería hacerlo.
El hombre racional que era, se había transformado en un cavernícola posesivo y regido por instintos; y aunque en el fondo una vocecilla seguía susurrándole que esto era una locura, tanto su cuerpo como su boca se negaban a retroceder. Se sentía bien, ahora solo necesitaba ganar la partida.