Escribe sobre lo primero que viste al despertar

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Al fin mi tía abrió los ojos, estaba en su cama en una muy retorcida posición, a penas lograba identifcar sus extremidades.
Estaba completamente inconscientemente, estoy seguro que así era.
Me quedé observándole, hasta que se dignó a darme una torpe caricia. Me acomodé junto a su cama y jugueteó con mis orejas. Definitivamente se estaba quedando dormida de nuevo, me levanté y fui a la sala.
Hace unos días que había llegado mi abuela a casa, con un perro miniatura. La llamaban Pelusa. Siempre me presento como un educado anfitrión, pero al parecer a ella no le agrado nada. En cuanto pasé a su lado me gruñó agresivamente.
Mi madre se estaba preparando el desayuno que todas las mañanas compartimos, o al menos siempre que no sale de casa, mi tía dice que es para trabajar, pero también mamá me dice que trabaja y sólo está la tarde completa frente a una pantalla. No entiendo cómo hay dos formas de trabajar.
Luego que el desayuno estuvo listo mi estómago lo estuvo también. Seguí a mamá a nuestra habitación, y me acomodé en la cama junto a ella, me acarició, me besó la frente y me ofreció un poco de su sándwich, que yo mordí con delicadeza.
Oí un interesantísimo chisme a las afueras de casa, y rápidamente corrí a la puerta que por suerte mi abuela abrió, ya sabes, porque no tengo pulgares. Mi mejor amiga estaba en la reja, gritándole al intruso que se atrevía a pasar, yo la imité, defendiéndola.
Cuando volví a entrar a la casa, abrí la puerta que daba a la cocina y me encontré con Pelusa. No me dejó seguir al pasillo que me llevaba a mi habitación, me dijo que me mantuviese quieto y lejos de ella.
Entristecí, me estaba perdiendo el asomobroso desayuno que cocina mamá con tanto cariño.
Oí a mi tía acercarse, ahora verdaderamente despierta. Mencionó mi nombre, pero no pude hacer nada para alertarla del peligro de Pelusa.
En cuanto llegó a la cocina, también con intenciones de prepararse desayuno, me saludó cariñosamente, como siempre que me veía.
Yo me recosté en el piso, agradecido por sus caricias en mi barriga, o como a ella le gusta decir, mi pancita de perrito.
Quiso saber qué me ocurría.
Yo suspiré pesadamente. Por suerte volteó hacia la puerta y se percató de la presencia de mi amedrentadora, que cometió el error de gruñirme frente a mi tía.
La regañó, le dejó en claro que no le había hecho nada y que no tenía motivos para gruñirme cada vez que me veía. Yo había intentado todo poor recibirla bien y me lastimaba que me dijera cosas feas.
Asentí, agradecido por su defensa, mientras la malvada poodle toy me observaba molesta.
Aún no me atrevía a pasar por su lado, pero mi tía me animó a hacerlo, besó mi frente y me aseguró que nada malo me pasaría. Le contó a mamá lo sucedido, y ella me llenó de mimos y caricias. Además, pude disfrutar de su delicioso sándwich, que adoramos compartir a diario. Declaro esto como un final feliz.

Yo en treinta capítulosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora