Esa noche, mientras pegaba las partes rotas de las fotografías, me permití poner atención a los sonidos del ambiente. A lo lejos, se oían ladrar a los perros, el del vecino sonaba más bien como uno joven, y más allá, a unas cuantas calles de distancia, el ladrido agresivo del doberman de Luis.
El día estaba frío, muy frío, y mis dedos entumecidos eran torpes con los pequeños trozos de las fotografías.
El crepitar del fuego disminuía a medida que la leña se consumía, así como el calor que emanaba de la modesta y antigua chimenea.
Suspiré. No me dolía tanto ver el álbum destrozado como saber el motivo.
El pegamento se adhería a mis dedos tanto o más que al papel fotográfico, lo que dificultaba enormemente su reparación.
Los años no me pasaban en vano, y mi pulso ya no era el mismo que antes, tampoco la vista me acompañaba.
Intentaba mantenerme sereno, cogiendo los pedazos cuidadosamente con unas pinzas, intentando evitar tocar el pegamento con mi piel.
Fue un trabajo complicado, arduo y desgastante, pero a medida que visualizaba las fotografías nuevamente completas, era como si mi corazón recientemente roto estuviese reparándose lentamente también.
Cada trozo que pegaba, era un trozo que recogía de mi viejo y lastimado.
Al fin, cuando terminé, admiré la última de la fotos. En ella, mi rostro estaba libre de arrugas, con algo más de cabello; mis ojos, algo menos cansados. Estaba abrazando cariñosamente a mi única hija, en ese momento mucho más pequeña e inocente.
Sujeté con fuerza la fotografía en mi pecho, abrazándola como si fuera ella, y una lágrima solitaria rodó por mi mejilla.
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Yo en treinta capítulos
De TodoAquí les compartiré mis textos correspondientes a un reto de escritura diario. Una vez publicados no tendrán edición, ya que me parece que esa es la gracia, dejar que fluya y de esa manera escribir a diario, no solo para mejorar mi técnica sino que...