Narra como si fueras un insecto

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Nunca había tenido un empleo tan complicado como ese, pero me sentía realmente comprometido.
Era verano, uno exageradamente caluroso, y parecía serlo aún más en la habitación de la chica, donde el calor se concentraba como si de un invernadero se tratase.
Oía ruido todo el tiempo, sobre todo ruido humano, aunque de vez en cuando los perros se hacían notar. Yo permanecía imperturbable ante los estímulos ambientales, siempre en mi posición tras la puerta.
No olvidaba mi deber de proteger a la chica de los espíritus, al fin y al cabo era su Guardián, y mi corpulencia de seguro intimidaba.
Me preocupaba la cercanía de los gatos con la chica, sobre todo cuando pasaban peligrosamente cerca de mí; sus instintos altamente desarrollados me tenían en constante riesgo ante esos cazadores sanguinarios.
Me indignaba verle tan cercana con ellos, como si no tomase en cuenta mi trabajo.
Esa noche fue especialmente agitada. Como solía hacerlo, la chica se acercó a observarme; hicimos contacto visual, aunque creo que no lo notó.
Por la noche, el ruido disminuyó progresivamente, sin embargo ella permanecía despierta, haciendo quién sabe qué cosa. Yo la vigilaba.
Cuando al fin se fue a dormir, apagó la luz, pero mis desarrolladas habilidades me permitían continuar viendo con decente claridad, al menos podía distinguir el peligro, o eso creía.
Decidí moverme, asegurar otro punto de la habitación, confiando en que no había ningún riesgo en eso, pero me equivoqué.
Los brillantes ojos de uno de los gatos aparecieron a mi lado, yo me quedé inmóvil, rogando que perdiese el interés en mí, pero no fue así. Dio un manotazo muy cerca de mi cuerpo, que alcancé a esquivar, permitiéndome correr lejos de él.
Ya me había visto, quedarme allí sólo disminuiría las posibilidades de sobrevivencia. Corrí en la dirección que creí correcta, huyendo de la bestia, pero resultó que me acerqué a un mueble de la habitación, en lugar del techo.
La persecución continuaba, yo deseando poder convertirme en polilla y él deseando devorarme. No podía despertar a la chica, ni mucho menos comenzar una fatal lucha contra el felino, por lo que mi única opción era huir como un cobarde.
Tras extensos minutos de carrera, conseguí llegar lo suficientemente alto en la pared como para que el gato no lograse alcanzarme; perdió el interés en mí y me permití descansar algunos segundos para retomar la vigilancia.
Al día siguiente, el felino no me quitaba la vista de encima, aunque ambos sabíamos que no había forma de que me alcanzase.
La chica se levantó de la cama y salió de la habitación, seguida del gato, y me tomé un descanso. Ella no me prestaba mucha atención, como solían hacer los humanos, o al menos los que no intentan matarnos, pero admito que en el fondo me hubiese gustado que me valorase, que valorase su protección contra entes malignos. Pero en fin, después de todo, a sus ojos yo sólo era un enorme grillo, y supongo que mi tamaño poco común era lo único que le hacía fijarse en mí.

Yo en treinta capítulosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora