—¿Otra vez turnos extra?—La gruesa voz de Ilan me sobresaltó.
—Ah, sí, extra—balbuceé secándome la saliva que chorreaba libre por mi rostro, y tanteando por la mesa hasta encontrar mis gafas, que quién sabe cuándo y cómo fueron expulsados de su posición habitual.
—Han llegado los archivos del caso 1505.
—¿Del caso?
—1505
—1505
—Sí.
—Sí.
Ilan rio.
—Zander.
—¿Sí?
—El archivo de Dante.
—El achirvo de Tande—balbuceé.
—¿Cómo?
—Lo siento, aún estoy algo dormido.
—Hay café en la máquina.
—Gracias.
—Revisa el documento.
—Sí, lo haré.
Ilan asintió con aprobación y se marchó. Pestañeé un par de veces, intentando despertar, me di algunos suaves golpecitos en las mejillas y me estiré, olvidando que la silla en la que estaba crujía como puerta vieja. Estiré mi cuello, provocando que este tronase. Me dispuse a ponerme de pie, aunque el hormigueo de las piernas lo complicaba.
Apenas y recordaba lo que había estado haciendo antes de caer en los dulces brazos de Morfeo.
Me dirigí a la máquina de café y me serví una taza bien cargada, que bebí con desesperación. Continúe a la siguiente sala, una calurosa y oscura. Allí estaba Dante, un Aphrastura masafuerae, una especie de ave pequeña que habita naturalmente en Chile, pero que según investigamos, estaba en peligro de extinción. Dante era uno de los últimos ejemplares de su especie, por eso estaba en cautiverio.
Aún estaba dormido, como es normal debido a la hora. Me gustaba mucho observarle. Estábamos preocupados, porque Dante estaba enfermo, no sabíamos cuánto tiempo de vida le quedaba y nunca se había reproducido; nunca habíamos oído en otro lado el mismo canto.
Cuando el café hizo algo de efecto, regresé a la oficina, y me dispuse a leer los archivos que Ilan me había entregado.
Abrí el sobre, que contenía los estudios realizados por la Universidad de Chile, cuyo departamento estaba encargado de buscar ejemplares de la especie de Dante.
Mis temores se confirmaron. Mi pequeño amigo era el último. Me costó creerlo, me costó digerir lo que eso implicaba.
Habíamos encontrado a Dante cuando era tan solo un polluelo, estaba gravemente enfermo y creímos que no sobreviviría, pero con cuidados intensivos, y por qué no decirlo, mucho amor, Dante venció aquella enfermedad que le debilitaba.
Y ahora, moriría solo.
Me partía el alma pensar que nunca más oiría su canto, que nunca nadie más en el mundo oiría de forma natural un ave tan hermoso como él.
A diario interpretaba con sublime talento la melodía única de su especie, y junto con él esperábamos impacientes que alguna hembra llegase al estudio.
Jamás sucedió.
Firmé el documento, acreditando que lo había leído, y comencé a llorar. No pude controlar las lágrimas que comenzaron a rodar por mis mejillas.
—¿Zander?
—Es el último—jadeé, intentando calmar mi respiración.
Ilan se acercó a mí y apoyó su mano en mi hombro, intentando transmitirme calma.
Siempre fui sensible a estos casos, sobre todo de esa clase de aves, que llevaba estudiando por casi diez años, pero lejos de eso, el vínculo que había entre Dante y yo era muy profundo.
Me dirigí de nuevo a la habitación en la que estaba el ave que cantaba con entusiasmo. Le quedaba poco tiempo, y quizá lo sabía, pero no se rendía.
Abrí la jaula, a pesar de que la regla expresaba claramente que sólo se podía en caso de revisión. Dante dio saltitos hasta mí, por supuesto que me conocía, y cómo no.
Respiraba muy lentamente, pero continuaba cantando. Mis manos temblaban, todo mi cuerpo temblaba, pensando una y otra vez que cada segundo que pasaba era un segundo menos para aquella especie en peligro de extinción.
Es imposible describir cómo me lastimaba saber que la culpa de su extinción eran las especies introducidas a su hábitat.
No sé exactamente cuánto tiempo pasó, pero encapsulé en mi corazón cada momento, cada imagen que me daba esa hermosa ave.
A los dos días Dante murió, junto a mí.
Él era el último de su especie, él era la prueba del enorme daño que hacemos al medio ambiente.
Dante no se rindió, aunque en el fondo creo que sabía que nadie contestaría a su llamado. Luchó hasta el fin de sus días, contra su enfermedad y su soledad. Fue mi responsabilidad declarar la especie como oficialmente extinta.
Luego de años trabajando en esa área, no volví a conectar así con otro animal. A diario intentaba recurrir a esas imágenes, reproduciendo como un disco el canto de Dante, pero la memoria es desgraciadamente algo volátil, y sé que cuantos más días pasen, menos precisión existe en mis recuerdos. A cada día que pasa, Dante es menos Dante, y es más un ave cualquiera que nunca nadie más podrá apreciar.
ESTÁS LEYENDO
Yo en treinta capítulos
RandomAquí les compartiré mis textos correspondientes a un reto de escritura diario. Una vez publicados no tendrán edición, ya que me parece que esa es la gracia, dejar que fluya y de esa manera escribir a diario, no solo para mejorar mi técnica sino que...