Caricias de azúcar

3.3K 15 0
                                    

Era tan hermosa, preciosa, es una princesa que cualquiera quisiera para su reino. No entiendo en qué momento pasó, en qué momento me cautivó el olor de su pelo, la belleza de su rostro y la perfección de su cuerpo. Parecía algo irreal. Poco a poco se fue metiendo en lo más profundo de mi corazón, aquella chica que me hizo dudar de mi sexualidad, la primera niña que me traía como una estúpida comiendo de su mano.

Todavía recuerdo el día en que llegó entrando a la oficina demasiado apurada porque se le había hecho tarde, preguntando si esta era la sección para los chicos que estaban haciendo su servicio. Yo me quedé congelada al verla, ella se percató de mi mirada y miré a otro lado para evitar hacer un ridículo. Seguí en lo mío escuchando el eco de su voz pidiendo ayuda para capacitarse en su primer día de servicio. Como todos los del servicio eran más envidiosos que otra cosa decidí ayudarla. Me acerqué lentamente a ella un poco tímida y me ofrecí a ayudarla. Más o menos en unas dos horas terminé de enseñarle lo primordial aunque siendo sincera me demoraba más de lo normal para aspirar ese aroma y verla un poco más de cerca. Me embriagaba la mente solo con pensarla. Al terminar nuestras horas de servicio me invitó a comer como agradecimiento de haberla ayudado en su primer día, cosa que me dio miedo y pena, pero si no lo intentaba no pensaba en quedarme con el hubiera, sin más, acepté.

En el camino íbamos platicando de las cosas comunes que siempre platicas con alguien a quien acabas de conocer así que no entraré en detalles, llegamos a un bar, tomamos asiento, vimos la carta y ordenamos. Después de algunos tragos quería preguntarle sobre su vida amorosa, sus intereses, pero algo me detuvo, fui una cobarde al no preguntarle nada, al día siguiente solo podía decir que se pasaron las copas, pero no… esta oportunidad la eché a la basura. Nos dimos nuestras redes sociales y, claro que en la noche platicamos un poco, pero sin mencionar lo que yo realmente quería saber.

Pasaron los días y poco a poco nos íbamos acercando más y más, casi siempre salíamos a comer juntas, los fines de semanas disfrutábamos en un antro por la noche y como yo vivía sola la invitaba a mi casa, a veces era para que yo la ayudara con las cosas de nuestro servicio y otras solamente eran para pasarla bien viendo películas, comer, pintarnos las uñas, maquillarnos o simplemente comprar cualquier bebida embriagante e ingerirla.

Un día de esos nos pasamos de copas, compramos dos six de cervezas y un tequila, toda la tarde nos la pasamos tomando, bromeando, escuchando música y compitiendo entre las dos para ver quién era la que aguantaba más tomando. ¡Boberías! Ese día me di cuenta que yo la quería a mi lado, la necesitaba cerca de mí, moría por tocar su cuerpo, besarlo, lamerlo, morderlo y escuchar unos lindos gemidos de esa pequeña boquita. Todos los días que me la pasaba junto a ella me enamoraba más y más, su belleza me cautivaba completamente, el simple roce de nuestras manos cuando nos entregábamos hojas, carpetas, cuadernos o los celulares provocaba una ola de escalofríos que se recorría por toda mi médula espinal seguido de una sensación cachonda. Esta niña sí que me estaba dejando mal, ella podría hacer conmigo lo que quisiera porque yo la veía más que perfecta.

Terminamos absolutamente todo, hasta la última gota de alcohol. Su transporte se había acabado, yo le ofrecí quedarse en mi casa a dormir e incluso ropa para el siguiente día que teníamos que estar en el servicio. Por un momento creí que me diría que no, pero para mi sorpresa terminó accediendo. Estábamos demasiado borrachas como para limpiar el tiradero que dejamos así que tambaleando nos fuimos a la cama, nos aventamos a ella y quedamos frente a frente. Mi corazón estaba a mil por hora, sus ojos color miel me miraban fijamente, la perforación que tenía se asomaba cuando me sonreía, su cabello negro estorbaba su rostro y yo delicadamente lo retiré para ver esos lindos ojitos, esa bella sonrisa y acariciar suavemente su mejilla rosada provocada por la dosis de alcohol.

- Estás muy bonita. – Le digo.
- Gracias, hermosa.

La seguí mirando, en un descuido que ella tuvo y cerró los ojos me abalancé a ella y la besé. Mi cabeza me daba vueltas, pero lo que ahora presenciaba más era lo suave y delgado de sus labios rosaditos.

TabúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora