Ascendiente

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Tengo 20 años y vivo sola con mi padre. Cuando tenía apenas 10 años mi madre se fue de la casa con su amante. Mi papá siempre me consentía en todo, cada uno de mis caprichos y siempre me defendió de todo y de todos. Al cumplir los 16 años mi cuerpo sufrió un cambio extraordinario. Mis senos crecieron redonditos, mis caderas se ancharon y mi trasero se infló un poquito, no estaba tan pequeño, pero tampoco era grande, creo yo que era regular. No tenía el vientre plano en absoluto, tampoco era gordísima, digamos que mi vientre es un poquito inflado y en cierta parte es adorable. Mi papá siempre me decía que estaba perfectamente proporcionada. Amaba cuando mi padre halagaba mi físico.

Nunca me dejó tener novio, siempre me iba a dejar a la escuela y me iba a traer. Todo el tiempo la pasábamos juntos. Yo me encargaba de lavar la ropa, limpiar la casa en mis ratos libres y mi padre cocinaba, de hecho siempre lo hacía, no cambia ni la menor duda de que mi padre guisaba mucho mejor que mamá. A pesar de tener sus 40 años no se veía para nada viejo.

Mi despertar sexual ya había comenzado. Muchas veces mis amigas hablaban de sexo, de la masturbación. Yo no tenía ni la mínima idea de lo que se referían. Recuerdo que intenté hablar de eso con mi padre, se sonrojó y dijo que era muy pequeña para saberlo. Pero ya tenía 17 años.
Me sentía mal porque mi padre no quiso aclarar mis dudas, así que no me quedó de otra más que buscar pornografía en mi celular. Todo era nuevo para mí, las mujeres que aparecían realmente lo gozaban en pareja y solas. Yo nunca me había tocado. Sin querer sentí muchísimo calor, tenía cosquillas en mi vagina. Apagué mi celular, me di la vuelta y me dormí. Al poco rato me desperté de golpe. La sensación seguía en mi cuerpo. Me levanté de la cama, llegué a la cocina a tomarme un vaso de agua.

• ¡Ah! Así nena… lo haces perfecto…

Me sobresalté al escuchar eso detrás de la puerta de mi papá. ¿Habrá metido a una mujer a la casa?

• ¡Oh! Abby mi amor…

La sangre se me heló al escuchar mi nombre. A caso… se estaba masturbando… ¿pensando en mí? Quería irme a mi cuarto, taparme la cabeza con la almohada y quedarme dormida, pero mi reacción no fue esa.

Me quedé escuchando los gemidos de mi papá, el gemía y gemía mi nombre. Mis pezones se pusieron duros y mi vagina estaba muy caliente. Mi mente me dominó, una de mis manos se encontraba acariciando mi vaginita sobre mi pijama, se sentía bien… me hundí en mi ropa interior y vaya sorpresa, estaba más que mojada. Mojé un dedo con mis fluidos y comencé a masajear mi clítoris, justo como lo había visto en un video porno. Se sentía tan bien.

Masajeaba con mi otra mano mis pechos. Esto se sentía de maravilla. Mi padre seguía gimiendo, ambos estábamos pecando, no estaba bien. Una sensación de cosquilleo intenso invadió mi abdomen bajo, las piernas comenzaron a temblarme y sin querer gemí tan fuerte y tan rico. Me tapé la boca y con sumo sigilo corrí a mi cuarto, cerré la puerta y con el corazón casi saliéndome del pecho me enredé bajo las cobijas.

Esa noche me di cuenta que mi papá me veía como mujer.

Así pasó un año, me levantaba todas las madrugadas para escuchar a mi padre como se masturbaba. No lo hacía diario obviamente, pero los días que lo hacía… me volvían loca.

Descubrí que yo también veía a mi padre como hombre.

Al año siguiente comencé a utilizar la ropa un poco más ajustada, mis pijamas más cortas y reveladoras. A veces andaba con una playera y en calzones. Mi padre quería disimular, pero no podía, saboreaba mi cuerpo y seguro lo imaginaba sin ropa.

• Cariño, voy a tomar una ducha, tengo una reunión muy importante hoy.

• Sí papito, te espero para que desayunemos juntos.

TabúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora