CAPÍTULO XXV

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•La taza de café•

Capítulo 25
Alessia Pellicer.

—Que no hay baño aquí.—Dijo muy firme, tanto que intimidaba.

Miré mi brazo sujetado por una de sus manos y volví la mirada hacia él.

—Pero, si hay uno allí, lo veo desde aquí.

Él tiró levemente de mi brazo haciendo que me acercase a su cuerpo.

—Debemos irnos, en casa vas al baño, ¿si?

Lo miré un poco confundida y algo enfadada, ¿por qué no me dejaba ir al baño si tan solo iba a demorar unos minutos?

—Está bien.—Solté con un tono bastante frío.

Cogí mi cartera y salimos. Yo estaba bastante cabreada, porque había comido algo que no debía y ahora lo iba a tener que mantener en el estómago.

Me abrió la puerta del carro y entré, él entró a los pocos segundos y puso en marcha el coche.

Me tomé el silencio que había para repararlo de arriba hacia abajo, todavía no podía creer que estaba en el maldito coche de mi escritor favorito. Si me hubieran dicho que esto estaría pasando hace unos meses, sinceramente no lo hubiese creído, pero aquí estamos, los dos solos en un coche volviendo a mi casa. En mi soledad soñaba con esto, con estar con este chico teniendo al menos alguna cercanía, pero jamás hubiese creído que sería la persona que me lleve a comer luego de desmayarme en sus brazos.

Era todo loco y difícil de creer, él era hermoso, yo no podía creer como un hombre podía tener tanta belleza, era como si le hubiese robado a todos los hombres su belleza para adueñarse de ella.

Había estado tanto tiempo viéndolo, que no me había percatado siquiera en ser disimulada.

—¿Acaso quieres una foto, preciosa?—Dijo con tono sarcástico, ese que lo caracterizaba. Mientras dejaba lucir esa pila de dientes que tanto me gustaban.

Al segundo recuperé mi compostura.

—Lo siento—dije agachando la cabeza y mirando al frente.

Él soltó una carcajada y puso una mano en mi muslo.

—Tranquila, si yo ya sé de tu obsesión conmigo.

Le golpeé el brazo.

—Como te abusas de eso, ¿eh? ¿Te encanta ser el hombre que estuve enamorada toda mi vida?

Luego de decir eso, me di cuenta lo que realmente había dicho, y me ruboricé completamente.

Seguía acariciando mi muslo mientras se giraba para verme.

—Mucho tiempo, francesa, ¿eh? Y sí, creo que me gusta un poco ser tu debilidad.

Me guiñó un ojo y yo los rodeé.

Ya estábamos llegando a mi casa y él seguía riéndose de mí.

—Deja de reírte de mí, ¿si?—Resoplé como una niña pequeña.

—Ya paro, lo juro—Intentaba aguantarse y simplemente no podía.

—Eres un gilipollas, ¿lo sabes?—Miré hacia adelante y vi que nos adentrábamos en mi edificio.

—Creo que me lo has dicho en alguna ocasión, si—Volvió a carcajear.

Rodeé los ojos y bajé del coche cuando lo aparcó.

—¿Quieres pasar a tomar un café?—Le dije amablemente, mientras él se ponía de pie.

Me tomó de la cintura y me dio un beso en ma mejilla.

¿Y si te digo que sí?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora