❝ Capitulo Diecinueve ❞

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Cuando Jimin y la tía Yurim habían comprado este carruaje en York, el vendedor de coches les había informado que emplazaba a cuatro personas cómodamente, seis en caso de necesidad.

Jimin suponía que podría acomodar a esa cantidad de personas… pero solo si ninguna de esas personas fuera un escocés tan alto y en un traje Highland completo.

Tal como estaba, los dos iban bastante apretados.

Yoongi había insistido en sentarse frente a él en el asiento con vista a la parte trasera para evitar aplastar su traje. Bueno, para evitar aplastarlo más.

Por lo que debe haber sido la vigésima vez en la misma cantidad de minutos, inclinó la cabeza para echar un vistazo por la ventana del carruaje. Solo le había dado a él las más breves ojeadas, pasando la mayor parte de su tiempo mirando hacia el camino y la campiña.

—Ahora no deberíamos estar a más de un kilómetro y medio de distancia.

—Efectivamente.

Respuesta estúpida. Todo lo que habían intercambiado desde la posada fueron sandeces. No parecía ser capaz de hilvanar más de dos sílabas juntas desde que…

Desde entonces.

Misericordia. Después de las cosas perversas que Yoongi le había hecho...

Hablar no importaba. Apenas sabía cómo mirarlo ahora. Cada vez que recordaba la sensación de su lengua sobre su carne -lo cual era aproximadamente siete veces por minuto- se encendía por completo. Sus piernas iban temblorosas. La transpiración se reunía en su cuello.

El carruaje rebotó en un bache. La rodilla de Yoongi golpeó contra su muslo.

Los ojos de Yoongi se apresuraron hacia los de él.

—¿Estás bien?

—Ciertamente.

Supo enseguida que los pensamientos de Yoongi lo habían estado llevando al mismo lugar… debajo de la tienda. Por primera vez desde que habían dejado la posada, sus ojos dejaron de recorrer las colinas y riscos del paisaje y en su lugar vagaron por sus curvas. Lentamente, con una cruda hambre posesiva.

Un lento calor a fuego latente chispeó y se construyó dentro de él, alimentándose de ese deseo en los ojos de Yoongi, de la misma manera en que una llama se alimentaba del carbón.

Una vez lo había llamado inusualmente bonito en una conversación, y al momento él había estado tentado a discutirle. Pero esta noche, por primera vez en su vida, se sentía irresistible.

Deslumbrante.

Realmente hermoso. A los ojos de Yoongi, sino a los de nadie más.

Oh, esto era tan peligroso.

El carruaje rodó hasta una parada.

—Aquí estamos —anunció él, todavía mirando hacia sus ojos.

—Ciertamente —respondió.

Sus siempre serviciales nervios empujaron rápidamente a un lado cualquier otra emoción inconveniente
Para el momento en el que Yoongi  descendió y extendió su mano para ayudarlo a bajar, total y mudo terror había reemplazado cualquier emoción persistente.

Puso su otra mano debajo de su codo, siendo cuidadoso de soportar su peso mientras los zapatos de Jimin encontraban el suelo de gravilla.

Al final fue capaz de levantar la vista al lugar delante de ellos.

Santo cielo.

El castillo era un espectáculo impresionante de torretas cuadradas, ribeteadas con un borde esmerilado estilo pan de jengibre. Toda la superficie había sido revestida con recubrimiento entintado de color rosa, con pequeñas piedras molidas incrustadas en la escayola, de tal manera que la fachada brillaba en el ocaso menguante.

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