XXVIII

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Cuando Gabriel regresa a la cabaña, solo se encuentra con Zacarias quien estaba fuera practicando sus hechizos. Gabriel pasa de largo y busca a Anika dentro, pero se encuentra con el lugar completamente solo. Gabriel no podía imaginar adónde podría haber ido, ¿estaría con su padre?, se lo habría dicho... y Zacarias estaba allí, Anika casi nunca salía sin su compañía, eso le extrañaba.

Gabriel vuelve fuera y va a buscar a Zacarias. El chico aún no le terminaba de convencer pero no le quedaba más opción que recurrir a él.

― Oye ― llama la atención de Zacarias, pero este se hace el tonto y finge que el asunto no es con él, aunque Gabriel sabía que le había escuchado perfectamente ―. ¿Dónde está Anika? ― le pregunta. Zacarias se gira y se le queda viendo.

― Dijo que tenía unos asuntos por hacer... Se fue temprano en la mañana ― responde el hechicero.

― ¿Cómo? ¿Temprano en la mañana? Y no ha regresado... ¡¿No se te ocurrió ir con ella?! ― Gabriel se altera.

― No deberías culparme, tú tampoco estabas, ¿qué hacías entonces afuera?

― No parece preocuparte dónde esté Anika en estos momentos ― Gabriel le mira desafiante, pero Zacarias se mantenía sereno. Al menos Zacarias confiaba en que podía obtener el paradero de Anika, mientras que Gabriel no sabía ni por dónde buscar.

― Está claro que me preocupo por la deidad Anika, pero esta decisión es de ella sola, no podía interferir... ― Gabriel desenfunda su espada y apunta al cuello de Zacarias.

― ¿Sabes algo, no es así? ― Zacarias se mantenía callado ―. ¡Dímelo de una maldita vez! ― Zacarias sonríe con picardía.

― Sigue buscando a Immanuel ― le dice, y le da la espalda a Gabriel, el cual mantenía su espada empuñada. Gabriel mueve su espada en el aire con intención de hacerle un corte a la espalda del hechicero. Pero Zacarias se gira de inmediato y hace un movimiento con sus manos lanzando un conjuro. La espada de Gabriel queda detenida en el aire sin él poder ser capaz de controlarla, la espada empezaba a temblarle junto con su mano.

― Imbécil, no uses en mí tus asquerosos conjuros ― Zacarias seguía riéndose delante de su cara. El hechicero se coloca la capota de su túnica, y Gabriel queda hipnotizado por los ojos de este. Aquellos ojos de color rojo a los que Gabriel no había prestado mucha atención antes. Zacarias se aleja de él y al fin puede respirar normalmente cuando el hechicero se pierde de su vista.

Gabriel cae sobre sus rodillas y apoya la espada sobre el pasto. Odiaba a ese chico pelirrojo, no entendía cómo fue que Anika accedió a trabajar con él, era un completo cretino.










Cuando Anika abre los ojos, ve un techo de madera frente a ella, se incorpora sobre ella y tiene que llevarse una mano a la cabeza debido al mareo que siente. Sus ojos miran alrededor buscando a alguien, pero la habitación estaba completamente vacía. Anika se pone de pie de la cama, y abre la puerta de la habitación con cuidado.

Recuerda que había quedado atrapada en el castillo de Asta Hong, ¿entonces cómo había salido? ¿Alguien la había rescatado?

― ¡Oh! Ahí estás, me alegra que hayas despertado. Llevabas días durmiendo ― una voz femenina le habla desde atrás, Anika se gira y se encuentra con una chica que ya había visto en sus memorias, la diosa Lahja.

― ¿Eres... Cómo...? ― Anika no podía hablar de la sorpresa. Lahja se ríe con amabilidad.

― Sí, soy quien crees que soy ― Lahja se acerca a ella y le toma de las manos, Anika no entendía cómo era que que la diosa Lahja estuviera ahí presente, junto a ella. ¿Acaso estaba soñando? ¿Había pasado al mundo de los muertos luego de pelear contra Asta Hong? Sí, era lo más probable, seguro estaba en el más allá, en un lugar donde las almas de todas las diosas convivían.

El destino de Anika ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora