Llego la pizza

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Engfa había decidido que era mejor que ella misma acompañara a Charlotte hasta el estacionamiento. No porque no confiaba en Hwang, sino porque: primero, la mujer aún no salía del estupor de ver a la tatuadora desnuda y segundo, y no menos importante, si la pelinegra acompañaba a la castaña, de esa manera podía aprovechar el ascensor para repasar las partes de la boca que amaba de la otra chica y dejar que Charlotte esculcara su boca como ella quisiera, o podía aprovechar la poca luminosidad del parqueadero de autos para, apoyadas en el camioncito de helados, repasar el contorno de la castaña con sus propias manos y de paso, también podía dejar que Charlotte se desquitara jugando un rato con ella. Como sea, hicieron todo eso y un poco más. Toda la diversión terminó cuando el guardia del estacionamiento encendió el pitido que avisa la entrada de un nuevo auto y la pelinegra le dio un último y profundo beso a su chica para dejarla ir completamente malhumorada por su erección sin tratar.

La sonrisa que Engfa portaba en su rostro a medida que caminaba por el edificio le dio qué sospechar a más de uno de sus propios empleados. La pelinegra no sabía si la miraban por eso o por su raro caminar, sea por lo que sea, Engfa lo llevaba con orgullo, la sonrisa porque tenía una novia que la hacía enamorarse cada vez más y su caminar porque para ella era una medalla de honor, no cualquier recibe el exclusivo trato del rarón y vive para contarlo.

-Ye-Ji... -legó al escritorio de su secretaria

- ¿Se encuentra bien, señorita Waraha? -la mujer la miraba como una madre preocupada mira a su hijo.

Engfa alzó una ceja y contestó: -. Estoy perfecta, Ye-Ji, gracias por preo-

- ¿Está segura? Porque, disculpé si me meto, pero... es que... cómo decirlo... lo que vi es... es... es... -la preocupación de la mujer era evidente y no encontraba palabras.

-Ye-Ji -la frenó Engfa-. Estoy muy bien. Agradezco tu preocupación, de todas maneras -tampoco había tanta confianza entre ellas-. ¿Terminaste con tus tareas? -le preguntó.

-Por supuesto, señorita Waraha -le aseguró orgullosa de su propio trabajo-. Ya limpié su agenda de hoy como usted me ordenó y todos los asuntos urgentes ya están solucionados -informó

-Perfecto -dijo Engfa-. Da el aviso a todos los empleados entonces, tienen el resto del día libre y después de eso puedes retirarte, muchas gracias por todo, Ye-Ji -le dijo a su empleada-. ¿Algún problema? -la mujer se le había quedado mirando como si de su boca escupiera fuego.

- Disculpe, pero... ¿me podría repetir lo que acaba de decir, señorita Waraha? -pidió con respeto la mujer

- -Engfa se resignó-. No has escuchado mal ni nada por el estilo. No tengo la cabeza en el lugar correcto para trabajar esta tarde -la cara de pícara de Ye-Ji lo dijo todo-. ¡Exacto! -Engfa le adivinó el pensamiento-. Ya sabes dónde está mi cabeza y por eso si yo no trabajo, no puedo obligar a mis empleados a hacerlo también, por lo tanto, tendrán la tarde libre, no pasa nada si en una tarde no trabajamos -anunció, retirándose a su oficina-. Hazte cargo, por favor -ordenó suavemente.

Hwang miró el teléfono sabiendo que le esperaba una difícil tarea de convencer a los empleados de que lo que decía no era una broma.

En cuanto Engfa entró a su oficina, se encontró con la mirada de Heidi sobre ella. La tailandesa estaba sentada sobre el escritorio y la miraba seriamente y de brazos cruzados. Engfa le respondió mirándola con la misma seriedad. Heidi fue la primera en quebrarse cuando de su boca salió una mueca de burla y le abrió los brazos a su amiga.

-Hei... -Engfa corrió a los brazos de su amiga y se fundieron en un fuerte y acogedor abrazo de esos que compartían en verdaderos momentos de necesidad y que Engfa solo recordaba haber compartido con Heidi cinco de ellos.

No soy para ti(Englot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora