Capítulo 21

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La mesa temblaba ligeramente bajo nosotros, pero ni siquiera me importaba. Todo lo que podía sentir era a Killian, su cuerpo fuerte y musculoso presionándome contra él con un deseo que igualaba al mío.

Mis manos se aferraron a su espalda, sintiendo la tensión de sus músculos bajo la tela de su camisa. Cada roce, cada caricia, solo aumentaba el fuego que ardía entre nosotros, consumiéndonos en una pasión desbordante.

Nuestros labios se separaron solo por un instante, lo suficiente para que nuestros alientos se mezclaran en el aire cargado de electricidad. Sus ojos azules ardían con una intensidad que me dejaba sin aliento, reflejando el deseo y la devoción que compartíamos en ese momento.

Killian acarició mi mejilla con ternura, su pulgar trazando círculos sobre mi piel mientras su mirada se encontraba con la mía en un silencioso entendimiento. No necesitábamos palabras para expresar lo que sentíamos el uno por el otro. Estaba escrito en cada mirada, en cada caricia, en cada beso compartido.

La manos fueron directas a mis piernas, al comienzo de mis muslos, y fue ascendiendo con lectitud. Cada vez que se acercaba a mi intimidad, se detenía, dando suaves caricias. Retrocedía y volvía a avanzar.

Solté un bufido de frustración.

—Deja de torturarme —protesté.

Killian se río.

—Creía que te gustaba jugar —dijo, jocoso.

Antes de que pudiera quejarme de nuevo, tomó mis labios entre los míos en un suaves y corto beso.

—Se paciente —pidió, sus ojos brillando de excitación. Dejo un beso en mi cuello—. Llevo esperando hacer esto desde que entre en el restaurante y olí por primera vez tu delicioso aroma.

Seguido de eso, sus manos pasaron de mis piernas a mis hombros, agarrando los tirantes de mi vestido y tirando de ellos hacia abajo con una lentitud demoledora.

La tela cayo hasta la curva de mis caderas, revelando mi piel desnuda y mis pechos cubiertos por el sujetador, aunque por poco tiempo. Killian se deshizo de él con destreza y mis pezones se revelaron ante él, erguidos y deseosos de su atención.

Killian se separó de mi ligeramente, observándome hipnotizado.

Suspiró con fuerza, soltando algo parecido a un gruñido.

—Soy un cabrón con suerte.

Esta vez la que se río fui yo. Sin embargo, la risa se convirtió en un jadeo cuando tomó uno de mis pechos con su boca.

Sus labios calientes y húmedos envolvieron mi pezón con una devoción que me hizo arquear la espalda, entregándome completamente a la oleada de placer que recorría cada fibra de mi ser. Un gemido escapó de mis labios, mezclándose con el sonido del crepitar del fuego en la chimenea y el susurro de la brisa que se colaba por las rendijas de la cabaña.

Killian alternaba entre suaves lamidas y delicados mordiscos, llevándome al borde del éxtasis con cada caricia de su lengua. Mis manos se enredaron en su cabello, instándolo a que continuara.

El calor entre mis piernas se intensificó con cada succión, cada roce de sus labios contra mi piel sensible. Mis caderas se movían involuntariamente, buscando más contacto, más fricción, más de él.

Killian respondió a mis movimientos con un creciente sentido de urgencia, sus manos acariciando mis muslos con una necesidad palpable. Sentí su erección presionando contra mi muslo, dura y firme.

La tensión en el aire era palpable, cargada de anticipación y deseo sin restricciones.

Y en medio de ese torbellino de sensaciones, escuchamos a alguien golpeando la puerta.

Ambos nos quedamos inmóviles, congelados por la repentina interrupción. Killian levantó la mirada hacia la puerta, con una mezcla de frustración y confusión en sus ojos azules centelleantes.

—Se está haciendo costumbre que nos interrumpan —murmuró, su voz ronca con la excitación aún palpitando en el aire entre nosotros.

Nos miramos por un breve instante, compartiendo un silencioso entendimiento. Ambos queríamos ignorar la intrusión, sumergirnos de nuevo en el ardiente abrazo de nuestra pasión desbocada.

Con un suspiro resignado, se separó de mí con resignación, dejando escapar un gruñido frustrado.

Me quedé sentada en la mesa, recuperando el aliento mientras observaba cómo Killian cruzaba la habitación hacia la puerta. Su espalda ancha y su andar seguro solo avivaban el deseo en mi interior.

El golpeteo en la puerta continuaba, insistente y molesto. Killian extendió la mano hacia el pomo de la puerta, con una expresión disgustada en su rostro.

Con un movimiento rápido, abrió la puerta de golpe, revelando a una figura femenina en el umbral.

—¿Qué demonios quieres? —exclamó Killian, su voz llena de irritación.

En el umbral estaba Kate, con el ceño fruncido y los puños apretados en un gesto de frustración.

—Necesito hablar contigo, Killian —dijo, su tono urgente y serio.

Killian frunció el ceño, claramente molesto por la interrupción. Miró hacia mí por un momento, como si buscara mi aprobación para lidiar con la situación.

Asentí con un gesto de cabeza, indicándole que atendiera a su hermana. Aunque la interrupción era frustrante, era evidente que Kate tenía algo importante que decir.

Killian se apartó de la puerta para dejar entrar a su hermana, cerrándola tras de sí con un suspiro pesado. Con un último vistazo hacia mí, se volvió hacia ella, listo para escuchar lo que tenía que decir.

Mientras tanto, yo me baje de la mesa, preguntándome qué podría ser tan urgente como para interrumpirnos. Una idea se comenzó a formar en mi mente.

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