Prólogo

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El primer año de universidad apesta

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El primer año de universidad apesta.

No —me corrijo mentalmente—, Miles Warner era lo que apestaba. Él y su gran problema de testosterona y mucho tiempo libre.

No ha sido mi semana, definitivamente he tenido mejores semanas y no recuerdo una que sea peor que ésta. Mi madre siempre era optimista y yo trataba con todas mis fuerzas, pero Miles hacía que fuera imposible.

Mi teléfono vibra a través de mi chaqueta y con las articulaciones aún confundidas y muy resentidas, veo el mensaje del chico con el que me había conocido por nuestros eventos desafortunados.

Ezra, así se llamaba. Llegó este año a St. Cloud University y además era un genio de la informática, dato suficiente para entender por qué Miles lo molestaba, al parecer se conocían desde antes y yo caí de paso.

Y con caer, me refería a caer en serio. Me estremezco cuando recuerdo el agua fría alrededor de mí, succionándome, sin poder moverme porque estaba entumecida y los pulmones me quemaba sin poder respirar con normalidad. Recuerdo a Miles reírse de mí el día de ayer.

No fue suficiente con encerrarme en un feo armario la noche que catalogaron como las más helada de todos los años anteriores, y como si fuera poco, luego de que le gritara al culpable de lo que me pasó, exigiéndole que se disculpara, que arreglara mi problema con la maestra Gallagher —la señora que me quería echar de su ramo porque no pude llegar a la hora a una presentación—, Miles me empuja a mí y a Ezra al lago de la universidad y el hielo, todavía débil, se quebró bajo nuestros pies, hundiéndonos en el agua helada.

Eso había sucedido ayer y todavía quedaban vestigios de la hipotermia que sufrimos. Esa noche no pude dormir, las pesadillas poco comunes, me dejaron sin aliento.

Veo el mensaje y la presión vuelve a mí.

𝖤𝗓𝗋𝖺, 𝗇𝗂𝗇̃𝗈 𝗋𝖺𝗋𝗈: 𝖭𝗈 𝗅𝖾 𝖽𝗂𝖾𝗋𝗈𝗇 𝗎𝗇 𝖼𝖺𝗌𝗍𝗂𝗀𝗈 𝖺 𝖬𝗂𝗅𝖾𝗌. 𝖤𝗌𝗍𝖺𝗆𝗈𝗌 𝗌𝗈𝗅𝗈𝗌 𝖾𝗇 𝖾𝗌𝗍𝗈.

Estamos solos en esto.

¿Por qué me sucedía esto?

Nos habíamos quejado, presentado un reclamo formal con los directivos, mostramos pruebas, teníamos a Susan, la enfermera de la universidad, como testigo. Había cámaras y nuestras propias heridas. El conserje que me sacó esa mañana de su pequeño armario había dicho que las bromas pesadas como esa habían pasado de moda y estoy segura que lograría que hablara a nuestro favor.

Los directivos nos escucharon, pensé que de verdad serviría.

Hasta que recuerdo el apellido del director de sede: Warner. Y el parecido con el abusivo era atemorizante.

Mierda.

Me castañean los dientes y siento la garganta seca.

No debí quejarme. No debí gritarle. Estaba demente si creía que este año iba a ser distinto a cualquier otro.

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