Capítulo 31

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"Todavía queda mucho por hacer en Artem, hermana mía, por lo que la alianza con los Drummond nos vendrá bien, no lo voy a negar. Aun así, si tienes dudas, si quieres esperar... lo entiendo. Sabes que sólo quiero tu felicidad. La tuya y la de Antoine, por sobre todo, es lo que espero. Si hay un nuevo sacrificio que hacer, por mucho prefiero que recaiga sobre mis hombros." (extracto de la carta de Jules Saint-Clair, a su hermana Soleil, semanas previas a la celebración de su unión con Robin Drummond).


Aquella mañana, mientras sus pertenencias eran empacadas, Soleil y Robin acudieron a uno de los salones, a presentar sus respetos y despedirse de la cuñada del monarca, quien estaba a cargo de los asuntos de la Corte mientras él estaba ausente. La mujer los escuchó con una leve sonrisa, asintió ante sus palabras y extendió la mano para que Robin depositara un beso en el dorso.

Cuando él la tomó, disimulando su incomodidad, pudo jurar que escuchó cómo los dientes de su esposa rechinaron de rabia. Se obligó a mantenerse serio, sin mostrar su diversión, no fuera que la mujer de la Corte lo malinterpretara y pensara que estaba abierto a futuros entendimientos entre ellos.

Fueron a las habitaciones por Antoine, se aseguraron de no dejar nada atrás, y despidieron sin una pizca de nostalgia aquel lugar.

–Dioses, por fin salimos de ahí –soltó Soleil. Finalmente, se había dirigido a él–. ¿Qué?

–Pensé que estabas enfadada conmigo.

–No.

–¿Volvemos a los monosílabos?

–¿Por qué luces tan... sonriente? –Soleil cruzó los brazos–. ¿Y por qué decidiste venir en el carruaje en lugar de cabalgar a nuestro lado?

–La distancia es corta y relativamente segura con nuestra comitiva. Además, quería hablar contigo.

–¿Sobre qué?

–Bueno, más que hablar, quería verte –enmendó.

–¿Por qué? –inquirió, aún en tono resentido.

–Porque me gusta hacerlo. No, más que eso. Amo verte. A toda hora.

–Dioses, Robin... –Soleil no pudo reprimir una sonrisa–. ¿Me he comportado mal?

–No, eres adorable, en todo momento. Aún más cuando estás celosa.

–No estoy celosa.

–¿No?

–Bueno, ahora no.

Robin soltó una carcajada, antes de alargar una mano para acomodarle un mechón rubio de cabello detrás de la oreja.

–Te amo, Soleil.

–¿De verdad?

–Sí. Mucho.

–Robin... –Soleil suspiró–. Nunca pensé que sería así.

–¿Qué?

–Estar casada... contigo. Sentirme así... –Soleil desvió la mirada–. Desear tanto tu compañía.

–Espero que nunca dejes de desear estar a mi lado.

–Espero que nunca me des motivo para ello –dijo, medio en broma.

–Dioses, Soleil, juro que nunca imaginé que tendrías un lado así.

–¿Cómo? ¿Posesivo?

–Sí.

–¿Te molesta?

–No. Me sorprende. Pero... no me molesta.

–¿Tú no eres celoso?

Dos historias (Drummond #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora