Capítulo 38

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"La guerra es un asunto complejo, hermana mía, pero si algo tengo claro es que el monarca no se encuentra amenazado en modo alguno. No, queda un largo trecho para que, algún día, el poder de Regem pase a manos de otra familia, noble o no. Dudo que sea algo que lleguemos a ver en nuestro tiempo. Quizá nuestros descendientes lo presencien, un día, y quieran así los dioses que sea, un futuro más justo y mejor." (extracto de la carta de Jules Saint-Clair a su hermana Soleil, a propósito del inicio de la última guerra en el reino de Ghrian).


Tras la llegada a Artem de Soleil y su comitiva, los días continuaron sucediéndose sin que lograran grandes avances en la búsqueda de Jules y su esposa. En cambio, como la regencia de Artem no podía quedar sin un representante, se la había encargado a Soleil, con el beneplácito del monarca, que, ocupado con la culminación de la guerra, ni siquiera había requerido su presencia en la Corte antes de expedir el decreto real que la declaraba la regente encargada, con la aquiescencia también del Consejo de Ancianos.

Así, la vida seguía su curso, lo que no impedía que, cada vez que llegaba algún mensajero hasta las tierras de Artem, contuvieran la respiración, a la espera de noticias de Jules Saint-Clair, las que seguían sin llegar a pesar de los meses pasados.

Soleil pensaba constantemente en lo poco preparada que estaba para asumir la regencia y cómo se hubiera sentido aún más abrumada si no hubiera contado con su esposo. Era cierto, ella había gobernado durante largo tiempo en lo referente al funcionamiento de los institutos de Artem, lo que usualmente recaía en lady Saint-Clair, pero que había mostrado nula predisposición para hacerlo incluso después de la boda. Así que ese había sido el territorio conocido de Soleil. Y, el gobierno de todo Artem, era una cuestión muy diferente.

Sí, lo abrumador que era ser regente y, a la vez, buscar a su hermano adorado, hubiera sido demasiado si no contara con él. Su Robin. Su amado esposo.

Él siempre estaba a su lado cuando lo necesitaba. La escuchaba y la guiaba cuando lo pedía, también había conducido un tiempo a Savoir y era un buen administrador, por lo que sus ideas no solo eran bienvenidas, sino requeridas. Aún si no tenía un título oficial, la regencia la llevaban los dos y Soleil no tenía ningún problema en reconocer que era así.

Tampoco es que Robin lo pidiera. Él ayudaba porque era ella y así se lo dejaba claro. No tenía ninguna ambición respecto a regir tierras o acumular poder. Robin Drummond deseaba una vida tranquila, lejos de intrigas palaciegas o guerras sangrientas. Y, poco a poco, Soleil reconocía que era exactamente lo que también ella quería.

Por eso, cuando Jules volviera, ella entregaría con gusto y lo más pronto posible las riendas del Castillo de Grianmhar y todo lo que conllevaba. Respiraría aliviada por su regreso, sí, pero en el mismo respiro le devolvería lo que por derecho de nacimiento le correspondía.

Muchas veces imaginaba ese día... y quería que llegara pronto. Abrazar a su hermano era algo tan sencillo antes, ¿quién diría que se convertiría en una de sus más grandes esperanzas para el futuro? Lo que hacía que siguiera...

Y, por supuesto, Antoine. Cuidar a su pequeño sobrino... Además de la familia que ahora formaba con Robin y Jake. Sí, pese a todo, la vida le había dado algo para seguir. Para mantener viva la fe.

Así ocurría por todo el reino, sus habitantes encontraban algún trozo de esperanza que les permitía seguir, pues había rumores sobre el cercano fin de la guerra, habiendo descubierto a los conspiradores del reino. Se esperaba que reinara la paz en Ghrian por un largo tiempo.

En general, se podía decir que se vivía una época de relativo bienestar... o eso es lo que la mayoría de los habitantes pensaban, siempre ignorando que, probablemente, había una parte del reino que no compartía ese optimismo.

Dos historias (Drummond #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora