Capítulo 20

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"Quisiera escribir que estaré en paz con la elección que Soleil haga, pero no es así, en el fondo de mi alma, allá donde rara vez me permito explorar, sé que no es así. La quiero para mí, hace mucho tiempo que esa es la verdad. Y me sentía culpable, tantos años... pero no más. Ahora deberá decidir. Si nos casamos o no, será su decisión. Y esta vez, pase lo que pase, me prometo hacer la paz con ello y dejarlo ir." (extracto del diario de Robin Drummond, a la espera de la decisión de Soleil sobre su unión con él, tras la desaparición de Heath).


Esta vez, Soleil ya sabía lo que podía esperar de él. Y no solo no lo rechazó, sino que pasó los brazos por su cintura y se pegó a su cuerpo. Dioses, cómo le gustaban los besos de Robin Drummond.

No lo admitiría en voz alta, ni bajo amenaza de tortura. Pero ahí, en esos momentos y en su propia cabeza, podía arriesgarse a hacerlo. A actuar cómo le hubiera gustado haberlo hecho la primera vez... si no hubiera estado tan absolutamente desconcertada.

Se entregó a ese beso, que más bien parecieron una serie de ellos. Quizá lo fueron, no estaba segura... y no tenía importancia.

Esta vez Robin se separó lentamente y bajó las manos. Ella dejó de abrazarlo.

Robin giró y caminó hasta la puerta, sin decir nada. Iba a dejarlo ir, pero no, no podía aún.

–¿Lord Robin?

–¿Sí, milady? –inquirió, mirándola.

–Prefiero que sea usted quien hable con Heath sobre lo que sucedió en la Corte.

–Así lo haré entonces.

–Pero... quiero que me prometa algo.

–¿Qué es?

–Me dirá todo. Lo que sea que se discuta ahí, no me ocultará nada. Ni aun si cree que es por mi bien.

–Lo prometo.

–Gracias.

Robin se quedó unos segundos más mirándola. Luego se encaminó hacia la puerta, dispuesto a salir. Pero, una vez que alcanzó el umbral, vaciló.

–¿Lady Soleil? –dijo, girando la cabeza para verla de reojo.

–¿Sí?

–¿Puede prometerme algo también?

–¿Qué?

–Que no se marchará, a escondidas, sin decir adiós.

–Le doy mi palabra.

–Gracias –asintió Robin y esta vez salió de la habitación.

Ninguno de ellos había mencionado el beso. Ni aquel de la vez anterior. Y eso... estaba bien, suponía Soleil.

Por ahora.


***


–¿Puedo ayudarte en algo?

Soleil apoyó mejor la bandeja en sus manos, mientras encontraba los ojos de su interlocutor. Sonrió.

–Lord Weston –saludó.

–¿A qué se debe tanta formalidad, lady Solei? –inquirió, con una leve sonrisa.

–¿Cómo estás? –preguntó, sin responder y empezando a caminar a su lado, fuera de la cocina–. ¿Has podido descansar?

–¿Y tú? ¿Por qué estabas en la cocina?

Dos historias (Drummond #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora