Epílogo

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"Y los milagros se siguen acumulando en nuestras vidas y no puedo más que agradecer a los dioses por ello. Desde el inicio, por haberme dado esta familia. Nunca podré encontrar las palabras para expresar lo que siento por ellos. Mi esposa y mis hijos, a quienes amo y por quienes daría la vida. Sin dudar. Siempre." (extracto del diario de Robin Drummond, en una tarde de otoño cerca de Gray Manor, hogar que siempre había soñado habitar, rodeado de las personas más amadas).


Tiempo después


Robin había estado caminando por los alrededores, jugando con los niños mientras supervisaba los toques finales del jardín de su, pronto, nuevo hogar. Por su parte, antes de estarlo contemplando desde la ventana, Soleil había estado escribiendo unas cartas, que ahora se encontraban sobre el escritorio, selladas y listas para ser enviadas.

Estiró los brazos, volvió a buscar con la mirada a su esposo y esbozó una lenta sonrisa, pensando en que en unos momentos se uniría a él. Y quizá, pronto, tendría noticias.

Dioses, si resultaba cierto... bueno, ¿no había sido su Robin quien había dicho que quería muchos niños? Parecía que su deseo se cumpliría.

Soleil se encaminó hacia el exterior, siguiendo la luz del atardecer que entraba a raudales por el pasillo. Cuando estuvo fuera, volvió la mirada hacia la construcción de piedra gris que pertenecía a su esposo. Y, ahora, a su familia al completo. Su hogar.

Todavía recordaba cuando él le había contado cómo era el hogar de sus sueños y, tras la descripción, también se había convertido en su sueño habitar ahí, a su lado.

Gray Manor es cómo habían bautizado a su hogar y sus tierras y, cada vez que miraba la fuerte construcción, sentía que era adecuado. Perfecto.

–¿Qué ocupa tu mente, esposa mía? –dijo Robin a sus espaldas. Soleil giró y buscó su mano automáticamente– Hmmm... ¿estás bien?

–A tu lado, sí –Soleil soltó una carcajada ante su respuesta. Él sonrió–. Dioses, ¿cómo puedo decir algo así sin sonrojarme ni sentirme ridícula? Ya soy una mujer casada y madre también, durante algunos años.

–¿Y eso qué? ¿Has dejado acaso de ser una mujer? ¿Una mujer enamorada? –inquirió Robin, pasando su brazo por la cintura de ella, para acercarla a su costado.

–Ni un instante –suspiró Soleil, recostando su cabeza en él–. Cada día, me enamoro más de ti, mi esposo.

Robin volvió la mirada hacia los niños que escuchaba cerca. Soleil rió por lo bajo, él iba a preguntar qué era gracioso, pero ella no se lo permitió. Lo besó.

–¿No te importa que nos puedan ver los niños? –señaló Robin cuando se separó.

–Ay, esposo mío, los pequeños están demasiado entretenidos para prestarnos atención.

–Quizá tengas razón... –Robin agachó su cabeza para besarla de nuevo–. Te amo, Soleil.

–Siendo así, es un buen momento para hacer una petición, ¿cierto?

–La respuesta es sí –dijo, mientras iban caminando.

–Dioses, Robin, ni siquiera te he dicho de qué se trata.

–¿Alguna vez te he negado algo?

–No. Y espero que no lo hagas –Soleil lo miró de reojo–. ¿Lo harías?

–Hmmm –Robin fingió pensar–. Absolutamente no –soltó, con firmeza.

–Cuánto te amo, mi Robin –Soleil lo detuvo, riendo, pasó sus brazos por su cintura, atrayéndolo–. Así que, mi petición...

Dos historias (Drummond #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora