Capítulo 40

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"Estoy... ¿cómo estoy? No lo sé... ¿desconcertado? ¿ansioso? No lo sé, hermana, francamente no sé cómo estoy ni cómo me siento. Hace mucho que esperaba... su llegada. Un hijo. ¡Mi hijo!" (extracto de la carta de Jules Saint-Clair a su hermana, cuando se enteró de la próxima llegada de su primogénito).


El día de Robin había sido bastante rutinario hasta ese momento. Temprano en la mañana, había entrenado con Jake en las lizas. Luego, se habían reunido con Soleil y Antoine para desayunar. Al finalizar, había acompañado a su hijo hasta sus lecciones y él había acudido a ofrecer su ayuda con los últimos detalles de la celebración de cumpleaños que había planeado Genevieve para el mediodía.

Un poco antes de la hora señalada, las personas habían empezado a llegar con sus mejores deseos para el regente de Savoir y su hermano, algunos todavía confusos de cuál de los dos era el mayor, y por ende, al que deberían dirigirse primero. Para remediarlo, Robin intentó dar un paso atrás, pero Heath lo detuvo con firmeza y negó.

–Es nuestro día, hermano, no puedes huir –murmuró Heath entre saludos. Robin ocultó su sonrisa de diversión ante el tono agobiado de su hermano–. ¿Te parece divertido algo?

–Tú. Has cambiado. Antes no te hubiera molestado un festejo.

–No me molesta, es solo que... –se calló para saludar. Una vez pasaron los invitados, continuó– preferiría celebrar en privado, con mi esposa y mi hijo. Y toda la familia –añadió, tardíamente. Esta vez, Robin no pudo evitar soltar una carcajada– de verdad, me alegro de que estés aquí, hermano, una vez más a mi lado.

–Lo que sea que te esté preocupando, Heath, déjalo estar al menos por un par de horas y diviértete, lo necesitas.

–¿Cómo has sabido...? ¿Y no preguntarás de qué...?

–Te conozco. Y lo sabré en cuanto me lo digas. Más tarde –reafirmó–. Se acerca una comitiva y gracias a los dioses parece que será la última. Sonríe y muestra tu mejor expresión de regente, hermano.

Robin escuchó como Heath reía y algo de la tensión que parecía sentir se esfumaba. Él tenía curiosidad y sabía que debía preguntar, pero esperaría. Tarde o temprano, terminaría conociendo cuál era la nueva preocupación de su hermano.


***


Al atardecer, Robin había caminado hasta el lago para despejar su cabeza de la conversación que acababa de tener con Heath. Demonios, el rey y sus maquinaciones siempre traían desgracias para la familia Drummond.

Una nueva misiva. Con una orden absurda.

Cerró los ojos y tomó aire un par de veces.

No. No podían darse por vencidos. Después de todo, Colin había dicho que lo solucionaría.

Y, tanto él como Heath, confiaban en su hermano y tenían una ligera idea de lo que planeaba.

No, no les alegraba que tuviera que haber algún sacrificio, pero estaban conscientes que, de ser necesario hacerlo, cualquiera estaría mejor preparado para ello que Weston.

Dioses, no podían entregar a Wes. Sucediera lo que sucediera, tenían que protegerlo.

Por esta vez... era lo mejor. Tenía que serlo.

–¿Qué es lo que te tiene tan pensativo, esposo mío? –inquirió Soleil a su espalda. Él se sobresaltó visiblemente–. Dioses, no quería asustarte tampoco.

Dos historias (Drummond #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora