capitulo 1

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Una casa, completamente normal, muy pintoresca y de apariencia tradicional; nada especial qué resaltar de ella... Al menos no desde afuera, mirando a simple vista y desde la lejanía.

Dentro, esa pequeña niña se esforzaba arduamente porque luciera lo mínimamente decente, que fuera un lugar donde fuera soportable habitar. Ella realmente se esforzaba para que ese lugar se sintiera como un hogar; pero era un poco difícil: nunca nada se mantenía limpio: en ocasiones, donde ella acababa de limpiar, él llegaba y ensuciaba todo de nuevo, venía y hacía un desastre en el área que ella acababa de despejar, y generalmente luego de esto, solo se iba de la habitación de la misma forma en que llegaba, siguiendo su camino por quién sabe qué asuntos. Ella suspiraba y seguía su labor; ni siquiera se tomaba la molestia de enojarse por el hecho de que él no notara su esfuerzo.

Pero lo que no sabía era que él sí lo notaba, claro que lo hacía, no era estúpido, y justo por eso era que lo hacía; era ella quien no notaba que antes de salir de la habitación, él miraba disimuladamente hacia ella, para ver la desesperación en su semblante y la resignación de tener que volver a empezar una tarea que ya había dado por cumplida. A él le encantaba hacerle esas pequeñas bromas, y le encantaban todas y cada una de las reacciones de ella: a veces, la miraba desde arriba con ese aire de superioridad cuando le daba una orden solo para apreciar como ella se encogía y se sentía inferior y desechable ante su clara expresión de menosprecio. Menosprecio, más no desprecio, claro, solo lo hacía para recordarle su lugar y asegurarse de que nunca se le fuera a olvidar, ¿Cómo podría despreciarla del todo? Jamás podría, ella era su creación, su ángel su punto de luz al cual estaba anclada la poca cordura que se aferraba a él por alguna razón.

Sí, ella era su creación, su mayor obra de arte, y él conocía muy bien su creación, lo sabía todo de ella: conocía de memoria todas sus marcas y cicatrices, sus medidas exactas, señas particulares, como lunares, tics y manías; sus debilidades y deficiencias; conocía sus miedos, sus alegrías, lo que le gustaba y lo que no, por ejemplo, que él gritara cerca de su oído, era terrible para ella, pero que en cambio le susurrara amablemente era fatal, talvez su mayor debilidad. El usaba toda esa información a su favor, siempre, como buen psicópata, teniendo el control total sobre el terreno y moviendo las fichas para su propia conveniencia.

Ella tenía una belleza rara, una que tal vez solo era visible a los ojos de su "creador": su cuerpo lleno de las evidencias de mutilaciones hechas en tiempos pasados y cocidas impecablemente, de rastros de experimentaciones y golpes, algunos más recientes que otros, eran algo que solo a sus ojos podría considerarse hermoso; toda ella era como un lienzo en blanco para que él pintara sobre él. Cada hematoma, cada corte, moretón y cicatriz de todo tipo eran parte de una obra que solo él podía apreciar con los ojos de quien mira una hermosa pintura. Sí, solo él podía y debía apreciarlo, porque aunque su obra era comparable a las de los grandes pintores de la historia, esta a diferencia de aquellas, estaba condenada a mantenerse oculta de la vista de seres indignos de admirar tal perfección.

Perfecta. Sí, ella era perfecta, ¿Cómo no iba a serlo? Si estaba hecha a la medida, a su medida, a su gusto; ella se acoplaba perfectamente a él, en todos los sentidos; él personalmente talló y esculpió cada rasgo de su personalidad, de su temperamento, la acondicionó para que encajara perfectamente en su mundo retorcido. Fue un arduo trabajo al que él se dedicó de lleno en cuerpo y alma, muy meticulosamente, y que ahora rendía sus frutos, ahora él podía disfrutar del trabajo tan satisfactorio que hizo en ella, y podía jactarse de lo bien que su trabajo complacía su propio capricho narcisista; podía mirarla y decir "yo la hice. Ella es perfecta, y es así porque yo la hice". Viendo todo en retrospectiva, había valido la pena todos los métodos a los que había tenido que recurrir para tenerla ahora aquí con él, y lo volvería a hacer de ser necesario, porque, aunque el vacío dentro de él no podía ser llenado, aunque sabía muy bien que estaba roto a un punto en que solo el mismísimo Dios sabría cómo o tan siquiera SI era posible arreglarlo, de igual forma ella llenaba sus días de algo muy parecido a la dicha; le brindaba compañía y la opción de recargar en ella todo lo que él no podía cargar por sí solo. Sí, sin duda, ella se había vuelto el eje que le movía y la roca sobre la que reposaba; era todo lo bueno que él tenía, y todo lo que estaba bien. Sin duda, ella era su mejor trabajo.

La vida en psiconía (Pausada temporalmente)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora