“Un juego de nunca acabar, mezclando la ficción con la realidad”.
Después de la última clase del día y la semana, me dirijo hacia casa, decidí caminar ya que el sol ha querido aparecerse. Tampoco tengo demasiadas calles por delante. Al llegar veo el auto de Samuel estacionado en la entrada, ha llegado temprano.
Tras entrar, saludar y poner mi mejor cara —que últimamente está costándome demasiado—: Tomamos algo en la cocina. Me encuentro observando a Sam, finjo que lo escucho, o más bien que le presto atención.
Mi mente está más allá, ante mí materializo la imagen de Arsen, de sus ojos, su sonrisa, su voz, su tacto... Todo. Quisiese poder tomar otras decisiones, poder tomar posesión de lo que realmente quiero. No voy a mentir, me encantaría tener a ese griego en mi vida, para mí sola. Pero es una ilusión y esto que estoy haciendo solamente alimenta esa sensación que nunca lograré sacarme.
A veces pienso que nunca podré olvidarme o superar a Arsen. Cada día pienso en él y me contengo de llamarlo y decirle cuánto deseo verlo, besarlo y tocarlo... En clases levanto un muro mental y me concentro en evitarlo, y también las ganas de saltarle encima y arrancarle la ropa. Sólo hay una explicación a esa sensación, a ese sentimiento. Me lo advirtieron y no quise oír.
Me duché y arreglé, decido ponerme un vestido negro, es algo ceñido al cuerpo y por la mitad del muslo. Hace mucho no me arreglaba y menos para una salida. Pero quiero recuperar mi vida normal, y al ser el cumpleaños de Camila —mi compañera de trabajo—, voy a aprovecharlo.
Me despido de Sam y salgo, quedé en que Radolf —profesor de idioma—, me pase a buscar. Se hizo una reserva en un restaurante de Londres y con mis compañeros organizamos todo para festejarlo ahí. En el viaje se habla de varios temas, Radolf me ha contado que está a punto de divorciarse después de treinta años de matrimonio, cuatro hijos y seis nietos. “Simplemente dejamos de amarnos”, esas fueron sus palabras. Eso no deja mucho para personas como yo, que cuidamos y tratamos de no romper un simple matrimonio de un año.
Al llegar al restaurante, ya se encuentran todos nuestros compañeros, nos acomodamos en la mesa y ordenamos. La cena fluye con mucha tranquilidad, conversaciones, chistes, sobre todo Camila la pasó muy bien, le obsequiaron un gran pastel, cantamos la canción de su cumpleaños, comimos pastel, y llega la hora de partir. Hasta que alguien —y ese alguien no me agrada—, tiene una genial idea...
—Vamos al bar de karaoke, el de los irlandeses —propone Alice, la profesora de biología.
Yo no me creo nada especial, pero esta mujer me da pena, debe tener por lo menos diez años más que yo y su ropa es tan sugerente y llamativa. Pero tampoco voy a negarlo, es una rubia hermosa, sus ojos azules te llaman la atención y tiene una cuerpo que ningún hombre podría rechazar.
Sin refutar y decir nada más —ya que Camila tocó mi moral—, vamos hacia el bar. No todos vienen, solo somos un grupo de siete, Tamara, Rosan, Matteo, Radolf, Camila, Alice y yo. El lugar está bastante lleno, llegando a ser un poco molesto, pero es un lugar al que ya vine con mi hermano y realmente me agrada, la música es genial y el ambiente muy tranquilo.
Ni hablar de la cerveza.
Nos acomodamos en un sillón boxes circular y ordenamos unas cuantas pintas de cerveza. Radolf, sin perder ocasión, saca a bailar a Rosan, la profesora de Psicología.
—¿Quieres bailar, Liz? —Matteo estira su mano en una cordial invitación, a la que accedo.
Caminamos a la pista, me gusta la música latina que suena, no sé bailarla pero Matteo sabe moverse bien y me va guiando. Es muy divertido y amable, tal vez se lo presente a Andrew. Sí, Matteo es gay. Pero nadie pierde la esperanza con él.
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Él, prohibido
Romance"Mi vida era normal, quizás un poco monótona y aburrida. Hasta que aquél griego de tan solo 19 años de edad, hizo temblar el suelo bajo mis pies. Sus ojos de aquel color jade me hipnotizaron y sus palabras me cautivaron. Jamás pensé que podía enamo...