3/03/2004

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(Frank)

Durante todo este tiempo, las tormentas de mi padre me mantuvieron bajo escombros, un profundo silencio que parecería ser eterno. El único refugio que tenía se estaba convirtiendo en mi vida, el arte. Mi mayor fortaleza y a la vez, mi debilidad. Siempre he sabido defenderme, aunque por fuera me vea como un perdedor, y tal vez por dentro también lo sea, pero es gracias a esto que pude seguir viviendo hasta entonces. Soportaría los golpes de mi padre, las peleas con mi madre cuando estaba ebria, soportaría la devasta soledad que me fui implicando y todo lo demás solo por amor al arte. Es mi defensa, mi mayor arma.

En la escuela tampoco me iba bien, las materias eran lo de menos, para mí, el concepto de escuela era como una segunda prisión, sí, porque la primera siempre ha sido mi casa. No voy a poder describir lo que la palabra hogar significa, y si llegue a hacer, lo haré porque me sentiré obligado a hacerlo. La vez que la vecina llamó a la policía porque mi padre se apuntaba con un arma en la cabeza, a punto de volarse los cesos, que mi madre simplemente lo haya mandado a morir, y que cuando recupere la sobriedad llorar lamentándose.

No me gustaba cuando eso pasaba, mamá, lo lamento, no me gusta en absoluto cuando lloras. No creo que si te vas logre extrañarte pronto, será una liberación más. Los intentos de acabar con mi míserable vida también han ido de mal en peor, sobre todo por lo cobarde que soy, no temo a la muerte, pero sí a lo que pueda suceder después de esta. Tal vez, no lo sé, hay cosas que no pude explicar, cosas que me aterran hasta el día de hoy. Algunas cosas deben quedarse así porque no tienen explicación y debemos aprender a vivir con ello, por más nudos que nos hagamos.

Correr y escapar de los agresores del colegio también cansaba, la verdad, me daba igual darles mi almuerzo desabrido, porque sabía que ellos no eran unos muertos de hambre como yo, sabía que sus padres les daban dinero para comprar lo que necesiten e incluso más de lo necesario. Sé que algunos llevaban comida que hasta exageraba por lo lujosa que era. Pero, madre, un pan duro y verduras del día anterior no es un almuerzo digno. Nada en ti parece serlo, y aún así quise quererte.

Duele, ¿sabes? Así como tú terminas herida, yo también estoy destrozado, no solo los cortes que varias veces intenté provocarme, sino las veces en las que quería escapar de la realidad mientras olvidabas tu vida y se la dedicabas al alcohol, esos momentos en los que inconsciente veías a mi padre golpearme repetidas veces. Y no hacías nada, yo te veía muchas veces esperanzado, pero al parender de ti y de cómo funcionan las cosas, lo único que pude hacer es mirarte con odio. La gente cree que es divertido odiar a los padres, que es una moda o algo así, un signo de rebeldía. No, mamá, no soy rebelde, solo estoy sobreviviendo.

A papá, no tengo nada para decirle, solo él y yo sabemos el dolor por el que me ha hecho sufrir. Comportándose como un total imbécil al desquitarse con un menor, pero ya no importa. Nada, en verdad, nada importa cuando se acostumbra a vivir de esta forma.

Y así fui pasando gran parte de mi infancia y adolescencia, a veces pensando historias e imaginando a mi familia menos disfuncional, añoraba el día en el que mis sueños se vuelvan realidad, que en realidad algo nuevo pase y deje de huir de todos.

Y al parecer, un día, un pedacito, un fragmento de felicidad vino a mi vida, una promesa que hice, para mí.

No volverme a despegar de él.

Tenía los cabellos desordenados y negros por completo, los ojos verdes, una belleza. No tenía vida social y se la pasaba dibujando sobre la libreta que llevaba a todas partes. Tampoco prestaba mucha atención a clases y no parecía tener amigos. En parte, también porque un estudiante nuevo, era algo predecible. Tambipen tenía apariencia de descuidarse a sí mismo, pero no lo podía culpar porque yo hacía lo mismo, no me gustaba pasar tiempo en verme bien porque siendo sincero, no lo necesitaba. Sabía que nadie se fijaría en mí y por eso mismo, no le dedicaba tiempo.

Pero cuando lo conocí, oh Dios, él era increíble. Sabía que el estar siempre solo me iba acabar matando, y sí, era demasiado difícil salir a la calle y solcializar con personas. Pero si no lo intentaba, él nunca me dirigiría la palabra. La primera vez que hablamos fue en un receso, cuando de casualidad nos cruzamos y golpeamos nuestros codos por pasar muy cerca, él se disculpo, y fue mi momento para brillar. O al menos, hacerme notar.

―Hey, tú ―hablé, pero en seguida me quedé en blanco, ¿qué rayos se suponía que debía decir?, nadie me había preparado para algo así, no era tan fácil, pero intenté imitar algun estracto de alguna película―. Tú eres Gerard, ¿verdad?

Estaba seguro por completo de que lo era, estaba en mi mismo salón y siempre que pasaban lista el respondía cuando lo nombraban, solo que no se me ocurrió algo distinto para entonces. Estaba nervioso, mi creatividad en ese entonces era muy baja, funciona mejor cuando estoy solo. Puedo crear las historias que yo quisiera, podía meterme en el personaje que se me diera en gana, con la vida que quisiera, pero de todas formas, dejaba de ser real. Necesitaba experimentar algo distinto.

―Sí ―tartamudeó, evitando verme a los ojos―. Y tú...

―Frank Iero ―completé―. No te preocupes, soy casi inexistente en esta escuela ―reí, y para mi sorpresa, Gerard también lo hizo.

―Creí que era el único ―confesó, llevando una mano a la cabeza―. Soy nuevo, olvido rostros y nombres, y como nadie me habla, no me animo a hablarle a nadie.

―Te entiendo, lo hacen ver tan fácil ―continué.

Y desde ese entonces comencé a frecuentarlo cada vez más. Tampoco es que se me hayan subido las ganas de asistir a la escuela porque de todas formas seguía siendo un asco cuando mis compañeros molestaban, pero por otro lado, en casa era aún peor, prefería unos padres ausentes a los que tenía. El día que conocí a Gerard no comí en todo el día, no tenía ganas y tampoco había comida, por lo que tuve que soportar ver a mi madre acabarse una ración de frijoles secos y pasados.

Pero no importaba, por fin conocía a Gerard.

Por fin tenía un amigo.

Y no volvería a estar solo. Es una promesa.

My traumatic romance | FRERARDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora