7/03/2004

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(Gerard)

Eran unos barriles de metal, a medida que nos acercábamos, el olor se intensificaba. Me detuve, no quería saber más, de nada. Miré a los alrededores, intentando distraerme del horror que estábamos presenciando. Frank, por otra parte, no paraba. Y en cierto modo lo entiendo, si fuera mi caso, querría saber qué demonios pasó conmigo. Despertar en medio de la nada, bueno, al menos era un lugar que Frank ya conocía. Vi como se quitó la camiseta y se tapó la nariz con ésta mientras se asomaba. Eran dos barriles juntos, había ciertos exparcidos por todo el lugar, pero los únicos que no estaban tirados en medio de la nada, eran los más oxidados.

Hice una cara de asco, casi queriendo vomitar, por instinto llevé mis manos hacia la boca, apartando la mirada por momentos. En ese momento, el pasto seco o la tierra moviéndose con el paso del viento parecían ser las cosas más interesantes del mundo, pues por ninguna razón quería acercarme. Luego escuché la respiración de Frank volverse agitada, y esta vez, en verdad, sufrió una crisis. Por ningún motivo me acerqué, sus gritos eran irritantes, inclsuo creo que podían escucharse a kilómetros de distancia. Como si todo lo que tenía retenido dentro al fina saliera a la luz.

Volvió a tapar sus ojos, agachándose de vez en cuando, mirando al suelo y finalmente corriendo lejos para vomitar. Corrió lejos del lugar, alcanzándome y fue ahí cuando pude notar su rostro. Sus ojos los relacioné con la mirada de las mil yardas: sin sentimiento, inerte y muy profunda. Como si ya lo hubiera visto todo y nada más le importara. No tenía un punto fijo al que ver, sus pupilas se contrajeron, al punto de casi desaparecer. Su tez palideció y respiraba con dificultad. Fue que estuvo así por unos momentos hasta que rogó que nos fuéramos de ahí.

―Este lugar está corrompido ―balbuceaba, aún sin poder fijar la vista en mí.

Quise preguntarle por lo que había visto, pero no quería hablar en absoluto del tema, seguía jalándome hacia la carretera, con fuerzas que no le quedaban. Frank nunca fue tan fuerte, por lo que me sorprendió cuando pudo llevarme con él cuando me clavó la navaja en la escuela. Volví a instistir sobre lo que había visto, en mi mente pasaba un sinfín de probabilidades, que iban desde casuales a turbias y perturbadoras. Mi cerebro debía acostumbrarse a pensar este tipo de cosas. Creí que había visto algún animal muerto, la sangre derramada y el cuerpo descomponiéndose, pero al saber que el lugar estaba vacío por completo, fue inevitable pensar en que algo terrible había sucedido.

―Hay que irnos, ¡ya! ―susurró, podía sentir su paranoia invadirlo, no quería que nadie lo escuchara―. ¿No entiendes, Gerard? Todo está muy raro aquí, vámonos...

Repitió lo mismo durante al menos una hora: "está corrompido", "perdón". Susurrando y haciendo gestos extraños, repetitivos.

―No hay forma de que lleguemos a la ciudad caminando ―hablé.

Porque, siendo lógico, estábamos a kilómetros de Los Ángeles. Siguiendo la carretera, sería algo fantasioso que un vehículo aparezca y acepte llevarnos a algún sitio. Mucho menos si ambos llevábamos rastros de sangre en la ropa y el cuerpo.

―¡No importa! ―gritó, haciendo que un par de cuervos de por ahí salieran volando―. ¡Nada de esto importa, nos vamos a morir aquí!

Yo lo veía de reojo, con la cabeza gacha. Perdí la cuenta de las veces que suspiré. Odiaba aceptarlo, pero Frank tenía razón. No había comida y tampoco teníamos cómo hidratarnos. Agradecí ser un nerdo y saber que no podías consumir nada de los cactus que nos cruzamos, porque Frank estaba a nada de partir uno y beber lo que sea que haya dentro. Aquello haría que terminemos muriendo con ardor estomacal. Fuimos caminando, para esas alturas, la noche había llegado. Una noche espectacular sin duda, en alguna otra circunstancia lo habría sido, porque sin la contaminación y el smog de la ciudad, podía verse hasta la galaxia.

Pero estábamos en la línea entre la realidad y la muerte.

―Estoy cansado ―hablé, pensé que mi voz saldría más rasposa, pues habíamos pasado las últimas dos horas sin hablar―. Hay que tomarnos un respiro.

―No veo porqué no, digo, puede que despierte y me olvide de todo ―carcajeó con sarcasmo―. Tal vez pueda terminar con esta pesadilla de una buena vez.

Su respuesta estaba más que clara, aunque haya dicho todo lo contrario, no nos detendríamos ahí. Caminamos por un par de horas más hasta que finalmente encontramos el auto en el que me secuestró. Para nuestra fortuna, las puertas estaban abiernas y llevaba las llaves puestas, pero como me esperaba, había algo mal con todo eso.

Sangre.

Ya estaba cansado de ver tanta sangre rodeándonos, en algún momento me acostumbraría a eso y sería insensible al ver a alguien sangrar. Estaba exparcida por el asiento del conductor, ya toda seca pero con su olor característico. Demasiado fuerte.

Frank pareció no sorprenderse por lo que veía, pues seguía con esa mirada carente de vida. Tomó asiento y encendió el auto.

―¿Sabes manejar?

Sabía que su respuesta iba a ser negativa, pues ni siquiera sus padres contaban con un vehículo. De todas formas, me animé a preguntar. Con dificultad, logramos salir del lugar, lo bueno de estar en una carretera desolada es que nadie está ahí para interrumpir. 

Pasó un tiempo más y ya no sentía la pierna, esta vez iba en serio, así que Frank podría clavar toda clase de navaja y no sentiría ningún dolor. Volví a quedar inconsciente por un tiempo, entre tantas dudas que tenía, me perdí, y comencé a viajar por el mundo de los sueños (¿o es que ya me había meurto?) Sea como fuese, dentro del sueño intentaba encontrar respuestas. Veía a Lindsey en una camilla, recuperándose de la herida grave, también me veía a mí, como cómplice de Frank. Porque ahora me encontraba con él, huyendo de la justicia, mientras nos dirigíamos hacia ningún lugar en particular.

Me era inevitable soñar con Frank, todo mi entorno era él ahora, incluso había invadido mis sueños, pero en aquel, nada de eso había pasado y simplemente nos encontrábamos pasando una tarde tranquila.

Un día normal.

Veía sus ojos amarillos tornarse de un tono verdoso con el sol, sentados en una banca en un parque, con el pavimento blanco, como si recién lo hubieran colocado. No había polvo, no había tiza ni excrementos de pájaro. Poco a poco, noté que la vegetación también era de este color, y que nos encontrábamos en un sitio demasiado surreal para ser verdad. Pero no nos importaba, digo, a mí, ya que era mi sueño. Solo quería estar tranquilo, quería disfrutar mientras pudiera.

Y luego pasó lo que tenía que pasar.

My traumatic romance | FRERARDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora