30/03/2004

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(Frank)

Habrá sido obra del destino, o karma, la verdad no importaba el nombre que le pusieran, siempre terminaba siendo igual. Cosas que pudieron ser predecibles pero que no quise mirar. Creyéndome el dueño de mi mente, de las cosas que pensé poder controlar. No me di cuenta que mientras más lo intentaba, más hondo caía, llegan a un punto en el cual no me importaban los golpes, incluso los anhelaba cuando mi padre llegaba por las noches a abusar de mí, porque hay que decir las cosas como son, yendo al grano. Y a mí ya no me importaba eso. No.

¿Para qué seuir huyendo de algo que sabes que te va a atrapar? Estaba destinado a vivir mis últimos años en la miseria, agonizando y esperando a que la muerte llegue por mí. Prefería morirme antes que soportar todo esto. Ya ni siquiera podía ver a Gerard a los ojos, no si seguía sintiendo los cristales clavados en mi corazón y la falta de aire en mis pulmones. Y por más difícil que fuera, decidí no ser terco en la única cosa en la que debí serlo: dejaría que mis traumas me vencieran. Vale, ellos ganan, y yo me derrumbaría, dejando mi ser desnudo para que ellos hicieran lo que quieran conmigo.

Durante el tiempo en el que mi familia desaparecía, mis seres desvanecidos y hechos polvo, diría que ahora en su lugar había gente desconocída, personas que no podía reconocer por la atrocidad de sus actos. Pero no, ellos siempre fueron de esa manera. Claro que intentaron ocultarlo durante mis primeros años, mi infancia, los pocos y casi nulos recuerdos buenos de mi niñez se pueden contar con los dedos. Aún intento recordarlo, pero al verle la cara a mi madre, a mi padre..., tan solo me genera asco. No quería seguir viviendo con ellos.

Pero, ¿qué otra cosa haría? Si tan cansado estoy de luchar, no es como si alguien viniera a rescatarme y decir: ¡hey, vine a ser tu salvador! No, no. Nadie podía levantarme y sé que esa frase de que yo podría ser mi único héroe era verdad.

Aunque también podría ser el villano y encargado de mi destrucción.

¿Se acordarían de mí si muero?, ¿qué dirán?, ¿qué pensarán? ¿Si quiera les importará o solo servirá como parte del chisme del día? Mis vecinos se cansaron de preocuparse y preguntar qué pasaba en casa de los Iero, todos sabían lo caótico que eso podía llegar a ser.

Escabulléndome entre las cosas de mi mamá, papeles y envoltorios acumulados, colillas de los cigarros regadas, el olor a tabaco en esa habitación era tremendo, luego el cannabis no muy escondido en los cajones. Esta era Linda Iero, por desgracia, mi madre. La que llevaba los ojos rojos de tanto llorar, y si no estaba llorando, tampoco estaría consciente para saber en qué se estaba metiendo. Cansada de que recibiera los maltratos y golpes de mi padre, cedió a su único hijo, como su reemplazo, era su escudo, quien recibía todos los daños.

La cosa es que, dentro de esa habitación pude acceder a cierta información. Siendo honesto, no sé porqué no se me ocurrió ir antes. Quizás porque tenía miedo de encontrarme con algo macabro, algo que de verdad me dejaría en estado de shock, sin embargo y a estas alturas, ¿qué cosa podría sorprenderme? Tapé mis fosas nasales ante el hedor y comencé a rebuscar en los cajones, tirando al suelo la basura de marihuana que consumía mi madre, queriéndome deshacer de todo eso y a su vez, rompiendo cada botella de alcohol, estrellándola contra las paredes. El ruido de los vidrios rompiéndose, estrellando y soltando el líquido, mojando las sábanas y el colchón, incluso llegando a caer por la ventana.

Quería deshacerme de todo eso. Eliminar cualquier rastro de lo que podía llegar a convertirme. Yo no soy como mis padres y nunca lo seré, yo no golpeo a los débiles y desprotegidos, no soy un alcóholico violento, no soy un drogadicto ni un abusador sexual. No por portar el apellido Iero, no por vivir en las zonas bajas de Nueva Jersey. Sí, quizás no pueda despegarme de mis vivencias, y estoy seguro de que incluso cambiando mi apellido la imagen de mis padres seguiría persiguiéndome, fuese a donde fuese.

Solo disfruté el momento como ningún otro, mi rebelión, mis gritos callados durante tantos años haciendo eco contra las paredes en las que me iba desintegrando, con cada vidrio partiéndose en mil pedacitos, volando tan libre como pudieron. Ojalá yo fuera así de libre también.

Y el mundo es una mierda.

Podía morir en cualquier momento y no importaría.

Pero por ti, Gerard, decidí aguantar un poco más, un poquito. Lo suficiente para poder superarlo, para verte a los ojos una última vez antes de cerrar los míos por siempre. Tus hermosos ojos, tan profundos, tan honestos... tan brillantes y esperanzados.

Fue que, dentro de mi euforia, me topé con información que valía millones. Tal vez si iba a una casa de empeños y presentaba esos papeles me acabarían echando de la peor forma, no era esa clase de valor. Era algo importante, un secreto revelado a la luz, a mis ojos opacos.

Un sobre.

En él pude ver fotografías antiguas, me pude reconocer de pequeño ahí junto a mis padres, posando como una familia común de la época. En escala de grises y a color, un poco desaturadas. Lo pude reconocer, él era mi abuelo paterno. Coordenadas y direcciones que sabía que servirían. Y lo sentí, sentí algo que en años recuerdo haber experimentado, como un instante que quise que se quedara por siempre. Me sentí liviano, como si toda la carga que llevaba en mi espalda hubiese desaparecido, dejandome respirar profundo, inhalar, atando cabos y brindándome una solución.

Era mi milagro. Y agradecí en ese momento, si hubiera gente presenciando ese momento, podrían pensar que soy muy religioso.

Pero, ¿cómo no agradecer? ¿Habrá valido la pena?

Y como ocurre con las cosas buenas, estas tienen un fin. Al escuchar la puerta de mi casa abrirse y los pasos de mi padre subir las escaleras, muy apresurado, decidí que lo mejor era salir corriendo. Era un segundo piso y si me tiraba caería contra el pavimento. Bueno, unos huesos rotos son mejor que cualquier cosa que involucre a Cheech, así que sin pensarlo dos veces tomé los papeles, las fotos y un número telefónico que estaba apuntado, supuse que era el fijo de la familia de mi padre. Luego salté.

Y caí.

My traumatic romance | FRERARDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora