13/03/2004

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(Frank)

Y ahí estaba, cabellos negros y alargados, láceos y algo descuidados. Era como si no quisiera mirarme, y yo entendí el porqué. Tomó asiento a mi lado y sin preguntar, acercó su mano hacia mi rostro. En un intento de quitarme la mascarilla, me hice para atrás, no tenía ganas de ver al Gerard sobreprotector. A este nivel, él va a terminar siendo mi padre (y eso, solo nos llevamos meses de diferencia). «Te contaré luego», susurré. Gerard entendió y dejó de insistir. Ambos sabíamos que su madre estaba por irse a las clases de Mikey, así que habría suficiente tiempo libre para explicar.

Tampoco era nada interesante, esta vez me había logrado escapar, aunque eso no significaba que todas las veces corriera con la misma suerte. Mi rostro, mi estado físico lo delataba. En un lapso de incómodo silencio, escuchamos a Donna regañar a su hijo menor, gritándole por su falta de responsabilidad, mientras éste buscaba unos «mitones». El mayor de los Way rodó los ojos, yo quise sonreír pero sabía que iba en serio. Estaba cansado de esa situación. Bueno, también es cierto que le convenía quedarse solo y en paz (si es que así se le puede llamar), en lugar de quedarse escuchando las constantes críticas y comparaciones de su madre.

En palabras de Gerard, demorarían al rededor de cuarenta minutos en estar listos para salir. Y yo de ninguna manera tenía planeado esperar todo ese tiempo sentado en un incómodo y casi desecho sofá. Era feo, pero en contexto universal. Un sofá puede parecer feo para ciertas personas si es anaranjado, si tiene una forma poco convencional o si el material es barato y aún así habrá quien sepa sacarle un buen provecho, porque para gustos, colores. Pero esto no se trataba de colores: resortes saltando,oxidados y pintura desgastada, el algodón reemplazando el relleno y hasta papel periódico estaban mezclados ahí. Así que no, no había forma de que eso pudiera llamarse «lindo» por alguna persona. Más bien, si soy generoso, humilde vendría siendo una palabra más o menos adecuada.

Vale, dejaré de centrarme en banalidades, era demasiado fácil distraerme al tener tanta tensión al lado. Gerard me sacudió por el hombro, me llamó y fue ahí cuando salí de trance. Lo miré fijo a los ojos, parecían un par de uvas verdes, dulces, justo en su punto. Su mirada era seria, penetrante, como si supiera lo que estaba pensando en ese momento, pero no me importaba, porque era Gerard.

Me convenció de ir hasta su habitación a jugar videojuegos hasta que las cosas entre Michael y su madre se calmaran. Es decir, hasta que se vayan. Mientras tanto, busqué entre los juegos disponibles estaba el GTA SA, Mortal Kombat y un juego de guitarras que no me llamaba la atención. A decir verdad, preferiría aprender a tocar una de verdad y no en virtual, no le veía el sentido. Al final me decidí por el único juego que más o menos sabía jugar. Un Fifa. Sí, porque soy básico y no pido mucho para entretenerme, y al parecer a Gerard no le importaba porque ya sabía que elegiría el mismo de siempre.

Era un Play Station 2, y aunque la quinta versión ya había salido al mercado, tener una consola como la de Gerard era todo un lujo para los niños del bajo NJ. Escogí un equipo al azar, a diferencia de Gee, que demoró alrededor de tres minutos en elegir entre su equipo, el uniforme y el estadio. Venga, no era tan difícil, pero claro, cuando alguien tenía opciones de elegir, siempre escogería lo mejor.

―Frank ―me llamó, ambos estábamos absortos en la partida y para cuando nos dimos cuenta, Michael había partido junto con su madre―... ¿almorzaste hoy?

Me daba vergüenza que cada vez que iba a su casa comía algo. Y no, no hablo de algo simple, como un paquete de galletas o algo que había en la alacena para invitar, sino que yo comía como uno de los Way. Si tenía suerte, había un poco de comida resguardada para mí, y claro, eso disgustaba a su madre, yo lo sabía pese a que no me lo dijera. Era evidente, yo no era su hijo, ni un familiar, solo un parásito que se alimentaba en su casa. Callé por un momento, quise decir que ya había almorzado, y no sé si una barra de chocolate y soda cuente como almuerzo.

De todas formas, por mi silencio, Gerard asumió que no, y sin decir más, suspiró y pausó la partida. Poniéndose de pie y luego dirigiéndose hacia la cocina sin abrir la boca, pude verlo cruzar el marco de la puerta mientras se rascaba la cabeza, acomodando sus cabellos despeinados y mostrando signos de tensión. Seguro ya lo estaba hartando con mi existencia. Dejé mi mando a un lado, el que tenía calcomanías pegadas por Mikey, ya desgastadas. Me dirigí hacia un estante algo viejo, de madera. Muy probable que tuvier más de veinte años, demasiado antiguo.

Tomé uno de los tantos libros que había ahí, una copia barata de un cómic cuyo nombre no conocía, y muchos menos su historia. Escuché platos de cerámica chocar unos contra otros, la refrigeradora abrirse, la puerta del microondas y el temporizador de éste. Me sentí fatal, largué un suspiro. Luego decidí ver la colección de CD's que tenía, en donde veía la portada de muchos álbums. Mi vista curiosa fue de un lado a otro, y sí, ya conocía su habitación casi a la perfección, pero de todas formas lograba sorprenderme. Vi que, entre tantas cosas revoloteadas se asomaba una descuidada libreta con hojas medio grises, dudando un poco, la tomé.

Y sonreí, esta vez de verdad.

Si Gerard se lo proponía, podría ganarse la vida a base de su arte, nada demasiado realista, aunque tampoco era arte conceptual. Estaba seguro de que tenía varios diseños desparramados por ahí, también sabía que intentó escribir un cómic pero que lo dejó de lado por no tener suficiente confianza en él. Quizas se debía a nuestra situación, tal vez porque estábamos pasando nuestra adolescencia de la forma más bizarra posible.

Gerard volvió con un plato caliente y lleno de comida, sabía que no había comido desde que me compartió parte de su almuerzo en la escuela, por lo que había dentro del plato era mi cena de ayer y el almuerzo de ayer.

―No debiste molestarte ―agradecí, siempre decía lo mismo, ya resultaba penoso.

―No puedes vivir a base de aire y pan con moho ―habló, entregándome la comida.

Y por más que quisiera disimularlo, mi hambre, mis instintos de supervivencia me ganaban. Comencé a comer como si estuviese en una de esas competencias de comida rápida, no importaba qué clase de comida era. A veces hacía sonidos algo desagradables y lo noté por la reacción de Gerard también. ¿Qué estarpia pensando sobre mí? ¿Acaso me verá con asco? Me disculpé al rededor de unas tres veces antes de terminar.

―Estaba pensando... ¿por qué no continuas con tu arte?

Digo, si su madre se esforzaba tanto con llevar a su hermano a las clases de karate y hacer que sea el mejor de la clase, ¿por qué no apoyaba tan solo un poco a su hijo mayor? Su madre siempre se veía neutra frente a sus intereses.

―Déjalo ahí, no es tan bueno. Nadie tiene tiempo ni dinero para gastarlo en esto ―habló, añadiendo un toque de desprecio en la última palabra, refiriéndose a sus obras.

―Si yo pudiera, créeme que sería el primero en tenerlo.

Porque todo en Gerard era arte. Cada pequeña cosa, cada parte de su cuerpo y de su personalidad, incluso el caos que habitaba dentro de él se me había hecho fácil de apreciar.

―Pero no tienes dinero.

Ese es un muy buen punto, de hecho.

Dinero, algo tan banal y sin embargo, tan indispensable.

My traumatic romance | FRERARDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora