23/03/2004

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(Frank)

Solo un poco más para acabar con mi cordura, en momentos en los que nadie podría enterarse, o en circunstancias demasiado específicas, a nadie le importaba. La energía que parecía renovada al principio iba perdiendo fuerza, me estaba volviendo débil y en cualquier descuido me caería. Camino y las curvas que las paredes generan evitan que pueda mantenerme en pie por un buen rato, por lo que estoy en contante movimiento. Pude visualizar a lo lejos, autos que por lo general no vendrían por este vecindario, demasiado llamativos, fosforecentes. Parpadeé un par de veces para evitar el mareo, pero era inevitable.

Sacudí mi cabeza, las arrugas en las palmas de mis manos estaban muy marcadas, ¿este era yo verdaderamente? Perdido en el mundo de mi mente, me vi maravillado en una posición extrañ, fuera de mí, como si solo fuera expectador. Las calles ya no eran grises y si cerraba los ojos, aseguraba ver la verdadera vida acercarse a mí. Estaba soñando, pero era tan vívido que no podría haberlo imaginado así no más.  El sonido de la lluvia era azul, que tenía las calles como pintura acuosa cayendo por accidente, a veces me mojaba a mí también. Mis ojos, en cámara lenta, veían asombrados cómo cada movimiento que realizaba dejaba un dibujo que al segundo desaparecía, como una transición lenta, como un video en baja calidad.

¿Acaso era este el mundo real? No pude averiguarlo para entonces por el dolor repentino en mi estómago. Fue como un solo golpe, el General había desaparecido y volví a encontrarme solo, no tenía en quién refugiarme. Le resté importancia a ser cuidadoso en un lugar en el que todos hacían los que se les venga en gana, así que me permití vomitar sin culpa, no podiendo aguantar los químicos en mi estómago, el sabor agrio y ardiente que se formó en mi esófago, era casi rosa, como el color de la sangre intoxicada, con un toque de amor. Sí, de ese color era el amor, porque es doloroso e infantil, y ahora yo lo estaba devolviendo, porque no quedaba más en mí.

El líquido salió de diferentes tonos entre el amarillo y el verde, aunque yo no lo sentí así, como mencioné, tenía sabor a amor descompuesto, a rojo pálido. Tardé en recuperarme, sintiendo mareos cada dos segundos, la cabeza con ciertos dolores y como si el sonido estuviera tapado. Al menos tenía la visión mejor que antes, o eso creí, por el contraste aumentado en cada zona en la que mis pupilas se fijaban. Caminé un poco más hasta llegar a casa, sentía que ya daba igual si estaba dentro o fuera, que no valdría la pena seguir huyendo. Tenía una sensación distinta esta vez, que me valiera lo que hicieran conmigo y no debería centrarme en ello, porque perdía energías centrandome en lo mismo. Y ya aburría una vida así.

Los faroles y cables del barrio se balanceaban de un lado a otro y conforme mis pies avanzaban, sentía que bajaba un escalón. Para un momento se me dificultó respirar, y tomé más tiempo del esperado en llegar, más que nada para asegurar que mis pulmones estén bien y no sufriendo una crisis. Fue entonces cuando la sensación de soledad me invadió.

¿Realmente tan poco les importaba? Ni siquiera me preguntaron cómo estaba, o qué me motivó a hacer esto. Sé que he dicho que no debería importarle a nadie porque no es su obligación, y de todas formas sigo culpándolos por ser tan insensibles. Mis ojos cansados solo se quieren cerrar pero cuando lo hago, esas imágenes aparecen, no me dejan en paz. Es un hombre, una cabeza humana más bien, partida, no veo más allá de eso, estoy seguro de que me mira, sus ojos profundos, sangrantes. Iluminado solo como un ser extraordinario podría, algo visto fuera de este mundo.

Estaba en el borde entre la vida y la muerte, y cada que cerraba los ojos, sentía las estocadas atravesar en mi corazón.

Pensé en Gerard, porque siempre ha sido mi motivo para calmarme. Pensé en ir hasta su casa y pedirle ayuda, que pasara mis últimos minutos de vida con él, porque ya había perdido el tiempo que llevaba viajando, tal vez me volví loco. Y al ver a la gente a mi alrededor, con sus miradas juzgándome, sus ojos negros sin alma, y luego como la acera comenzaba a quebrarse, crando grietas enormes que amenazaban con hacerme caer al pozo de las almas perdidas. Un lugar del cual nunca podría salir, con llamas ardientes del color del sol, pero sin su calidez, es más, diría que son frías, tan frías, que queman.

Si él me veía así, ¿sería decepcionante? Hasta él me abandonó, prefirió negar su homosexualidad antes de fijarse en un monstruo como yo, en la bestia que me estaba convirtiendo. El claro ejemplo de mis padres, ¿también me volvería un abusador? Me aterró esa idea, pero me negaba a abandonar lo que ya tomé, me resigné a mis caprichos en un intento de hacer la vista gorda y aceptar que me equivoqué. Por haber encontrado al General Coyle.

No podía comparar, ni siquiera en una mínima parte.

Gerard era un chico roto y sensible que intentó brindarme su apoyo, o tan solo estaba jugando conmigo para no sentirse tan solo y notar que él estaba mejor de lo que creía.

Coyle era un veterano mayor, que sufrió quemaduras y sobrevivió a tormentos para volverse más fuerte y apoyar a la gente en sus momentos de agonía.

Gerard era de caracter suave, algo sumiso como yo.

Coyle imponía respeto.

Yo estaba enamorado de Gerard.

Y algo atemorizado de Coyle.

Así que no. No podría cubrir las heridas que me dejó pasando más tiempo con el General, era algo impensable.

Ya llegando a casa, y haciendo mi mayor esfuerzo para no perder la consciencia, entre mareos y jugos gástricos acompanándome en el camino. Al llegar, me crucé con mi madre, que para mi sorpresa (y hablo en serio), estaba sobria. O eso me pareció, yo no podía pensar bien estando en ese estado, tan delicado, tan patético e imbécil para todo lo que me rodeaba.

―Frank, es muy tarde ―regañó, yo le resté importancia, más que nada porque nunca me hacía caso.

Tal vez solo fue un comentario que soltó al aire. Yo respondí con un "ajá" desinteresado. Mi cuerpo se balanceaba de un lado a otro, me sentía tan pesado, como hundiéndome en medio del océano de petróleo, hasta que perdí el equilibrió y tropecé con mis mismos pies.

―¡¿Qué te pasa?! Eres tan irresponsable que ni siquiera has traido la mochila de regreso.

Volteé a ver mi espalda, no recuerdo en qué momento la dejé abandonada, pero seguro el viaje de mi mochila sería más emocionante del que estaba teniendo. Me permití reír ante la idea de una mochila viajera sin su acompañante, sin disimular mis estúpidas carcajadas, salidas de tono. Vi el rostro de mi madre torcerse, se alargó como si agarrara una plastilina y la estirase, deformándose de una forma grotesca. Estaba enojada, lo supe, no hacía falta verla por más tiempo.

―¿Frank? ¿Qué carajo...? ¡¿Estás drogado?!

Y yo solo volví a carcajearme. Esto es lo que causabas en mí, madre, pena. Tanta pena que me hacías reír al saber que terminaría siendo tan inútil como tú.

Y luego vino una serie de golpes más, en las que no me quejé.

Tal vez me lo merecía.

My traumatic romance | FRERARDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora