18. El sexto regalo

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3 de agosto, 1997

Severus daba vueltas por el pequeño salón de la casa de la Calle de la Hilandera.

Estaba totalmente furioso. El hecho de saber que ese día llegaría no le causaba ningún consuelo. Frente a él, tirado encima de una mesa, el Profeta indicaba con letras grandes que, desde ese día, los magos y brujas nacidos de padres muggles serían expulsados de Hogwarts.

Eso significaba que Lily White no volvería a clase en septiembre.

Severus gruñó, incapaz de maldecir. Después de todo su trabajo y su sacrificio. Después de cumplir con su papel y llevar a cabo su misión. Después de arrebatarle la vida a su mentor y amigo, ni siquiera podía tener lo único que deseaba.

Aquello era totalmente injusto. Lily era una bruja. Lily era totalmente apta para seguir estudiando. Lily era su...

El hombre se detuvo, jadeando, apretando los puños con fuerza. Trató de tranquilizarse y pensar con calma.

No había nada que él pudiese hacer, no podía desafiar al nuevo régimen, ni proteger a la niña sin revelar sus orígenes. Ni siquiera con su nuevo estatus como director podría justificar su presencia en Hogwarts. Debía resignarse y mirar hacia otro lado.

-¡No! -gritó, lleno de rabia. No podía hacerlo, no podía dejar que pasase otra vez. No podía dejar que se la arrebatasen. Tenía que hacer algo. Debía ayudarla.

Porque Lily era especial. Lily era una alumna de Slytherin. Lily era...

Severus suspiró, sintiendo que la rabia se evaporaba, dejando tan sólo una sensación de indefensión y miedo.

Lily debía ser protegida. Porque irían a por ella, porque le darían caza y la juzgarían injustamente, acusándola de robarle la varita a otro mago. Porque ella no se merecía aquello.

Porque Lily era la única que le miraba con una sonrisa y ojos chispeantes. Porque ella disfrutaba de su presencia y de sus enseñanzas. Porque Lily le veía como algo más que a un profesor.

Y él la veía como algo más que una alumna.

Porque Lily era su hija. Y él era su padre.

Y jamás permitiría que nadie le hiciera daño.

***

15 de agosto, 1997

Severus esperaba pacientemente en una cafetería muggle, mirando a su alrededor con ojos vigilantes. Había estado espiando ese lugar durante días, y lo había cubierto de hechizos protectores.

También se había lanzado un hechizo a sí mismo, para evitar que le reconociesen. Nadie sabría que él estaba allí. Nadie excepto una persona.

La señorita Anderson entró en la cafetería, miró a su alrededor y al reconocerle se acercó a él, sentándose frente a Severus, con la cara seria.

-Gracias por venir -él trató de ser amable, pero ella resopló.

-¿Acaso tenía otra opción?

-Sí, sí la tenía. No está bajo la maldición Imperius.

-No sé lo que es eso.

-No es importante -Severus decidió ir al asunto que le había llevado allí-. ¿Cómo está Lily?

-Hecha polvo. No ha dejado de llorar desde que volvió del colegio. Ha proferido una selección muy curiosa de palabrotas contra usted. Le ha llamado asesino.

-En eso no se equivoca -murmuró Severus, y la mujer abrió mucho los ojos, asustada-. Le dije que la situación iba a empeorar.

-¿No me diga? -siseó ella, enfadada.

Sangre  de mi sangre (Severus Snape & hija)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora