5

1.1K 112 28
                                    

CANDELA

LLEGÓ A CASA DERROTADA Y CANSADA, pero se obligó a recargar las pilas mientras metía las llaves en la cerradura para ayudar en todo lo que pudiera nada más llegar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

LLEGÓ A CASA DERROTADA Y CANSADA, pero se obligó a recargar las pilas mientras metía las llaves en la cerradura para ayudar en todo lo que pudiera nada más llegar. Fijándose en la hora, Candela podía saber que su abuelo estaría aún cocinándose algo de cenar para él y su abuela mientras ella descansaba en su sillón azul marino del salón.

A ella le apenaba saber que todos sus días eran iguales.

La pelirroja agitó la cabeza y entró en casa.

—Ya he llegado—canturreó sin respuesta alguna.

Candela vivía en la casa de sus abuelos maternos, quienes se encargaron de cuidarla y brindarle apoyo desde que tenía diecisiete años. La relación con sus padres era distante y poco afectuosa, lo que la llevó a buscar refugio y consuelo en el hogar de sus abuelos por su propio bien. Aunque agradecía el cuidado que recibía de ellos, a veces sentía la ausencia de una relación más cercana con sus padres con los que no se hablaba desde que era adolescente, pero había aprendido a adaptarse a esa situación y encontraba consuelo en el cariño de sus abuelos.

No le hacía falta nadie más. Ellos eran su familia.

Pero ese cariño no hacía que fuera más fácil llegar a casa, dejar las llaves sobre la mesita de la entrada y saludar a su abuela recostada en el sillón de siempre, sin apenas fuerzas para abrir los ojos y saludar a su nieta.

—Hola, abuela...—la chica le posó un beso en la mejilla a su abuela y esta parpadeó muy despacio—. ¿Tenes frío? ¿Queres que te ponga una manta por encima?

Su abuela, (Nana Rosita, como solía llamarla ella), asintió cerrando los ojos.

—Gracias... ¿Pero quién eres tú?

—Soy tu nieta, Nana Rosita. Tranquila. No soy una extraña.

Candela apoyó la frente en la de su abuela un segundo antes de taparla con una manta por las rodillas y entrar a la cocina. Allí estaba su abuelo, un hombre se sesenta y nueve años de casi metro ochenta y de vitalidad envidiable.

A veces Candela se encontraba pensando en que, tal vez, si su abuelo pudiera darle un poco de su salud a su abuela, todo sería diferente.

—¿Qué tal ha pasado el día hoy?—le preguntó la pelirroja a su abuelo dándole un beso y preparándose un café y una tostada como cena.

—Mejor que ayer, pero no mejor que mañana—le contestó su abuelo tranquilizándola.

La abuela de Candela había tenido un ataque al pecho hacía unas pocas semanas y aún se estaba recuperando.

𝐖𝐎𝐑𝐊 𝐒𝐎𝐍𝐆──𝙁𝙚𝙡𝙞𝙥𝙚 𝙊𝙩𝙖ñ𝙤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora