Capitulo 1 Impotencia

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Revel y yo llegamos de la escuela en el autobús escolar y, como siempre, nuestra Nonna (abuela materna) nos da la bienvenida.

Luego, continúa regando el jardín lleno de flores de todo tipo: desde azucenas blancas, que representan la bandera de Italia, hasta adelfas, falsas acacias, verdolagas y girasoles.

Vivimos en Fucecchio, en la provincia de Florencia. La localidad toscana de Fucecchio está localizada en el margen derecho del río Arno.

Al poco tiempo, llega mi progenitor. Al bajar del auto, notamos su malestar.

Él es una persona muy alta, la Nonna se ve tan pequeña frente a él, pero en realidad todos en esta casa parecemos enanos a su lado. Mide casi dos metros, su tez es trigueña, robusto, con ojos avellana oscuros y cabello lacio, corto y negro.

En cambio, la Nonna y mi progenitora son pequeñas, de tez blanca, ojos celestes, pelirrojas; mi progenitora con rulos y la Nonna con cabello ondulado.

— ¡Boris! qué bueno que llegas.
Exclama la Nonna con afán.

—Necesito que me lleves a la floristería — dice la Nonna con alegría.

Boris la mira fijamente con mucha seriedad.

—Hilaris, no es buen momento. Además, solo vine a almorzar y me iré de nuevo al negocio —responde él, entrando a la casa y dejando a la Nonna con la palabra en la boca y un tono frío en su voz.

Ella sigue con el jardín sin darle importancia a mi progenitor, mientras le contamos nuestro día escolar. Dentro se empiezan a escuchar muchos gritos; para nosotros es normal escucharlos diariamente, así que no les hacemos caso porque hasta ahora se gritan un rato y se calman.

Sin embargo, esta vez sus gritos alcanzan niveles superiores a otras veces.

Entramos a la casa. Revel se dirige a ver la televisión y yo me quedo en el comedor.

Desde allí tengo un amplio escenario de nuestra casa: se puede ver la sala, la entrada de la cocina y el pasillo que conduce a las dos habitaciones.

La Nonna entra en la cocina a beber algo.

Entonces, en medio de tantos gritos que ya no se distinguían, lo veo y no puedo creerlo.

Mi progenitor empuja tan fuerte a la persona que me dio la vida, que su espalda va a dar contra el filo del mesón.

Mi respiración empieza a agitarse cada vez más al ver que la de mi progenitora se corta cada vez más.

La Nonna la está auxiliando y ella trata de darle el aire que mi progenitora intenta recuperar con tanto esfuerzo y desesperación.

No me puedo mover; no es la primera vez que me sucede esto: mi respiración agitada, mi corazón latiendo tan fuerte que creo que se saldrá de mi pecho, mis lágrimas saliendo sin control y mi inmovilidad absoluta.

La Nonna logra que mi progenitora medio recupere la respiración y mira fijamente a mi progenitor.

—Leila, hija, ve a recostarte a descansar —dice la Nonna, sin dejar de mirar a mi progenitor, como si le hablara con la mirada.

Mientras mi progenitora se dirige a la habitación, hay un silencio total.

Solo se escuchan las caricaturas en la televisión que Revel ve.

—Ella se lo buscó Hilaris!
Su tono es fuerte y lo dice con ira algo reprimida.

—Es suficiente, Boris. Los niños te están viendo.

La Nonna nos señala con la mirada.

—Así se darán cuenta de la clase de madre que tienen. ¿Qué hace tu hija todo el día aquí? No sirve para nada.

Cada vez la voz de Boris escala en más ira.

—Hay cosas que no entiendes aún, Boris. Si es por la comida, la terminaré de preparar.
La Nonna lo dice con calma.

En ese momento, él se dirige a la habitación, aprovechando que la Nonna está ocupada. Pero lo que no sabe es que ella le sigue los pasos.

—Boris, debes dejar que descanse Leila.

—Tranquila, Hilaris. Solo iré a ver cómo se encuentra —lo dice con tal tranquilidad y dulzura que le cree.

La Nonna vuelve a la cocina y al fin puedo recuperar mi movilidad, aunque el miedo no se ha ido.
Me lanzo a abrazarla y, entrecortado, le digo:
—Por favor, no le creas.
—Todo estará bien —me responde con calma, dándome un beso en la frente y siguiendo su camino.

Al girarme, veo a Revel destrozado, sus lágrimas caen sin parar.
Me siento mal y egoísta por pensar solo en mí, así que me dirijo hacia él y le pregunto si está bien.

—Me siento cansado y con dolor de cabeza —me dice con su voz casi en susurros.

Voy a comunicar eso a la Nonna, quien me dice que lo lleve a nuestra habitación, que cierre la puerta y que, escucháramos lo que escucháramos, no saliéramos a menos que ella lo dijera. Asiento.

Llevo a Revel y, a mitad del pasillo, mi progenitor cierra la puerta de su habitación. Lamentablemente, nuestra habitación está al lado y solo nos separa una fina pared.

Acomodo a Revel para que descanse y me recuesto a su lado.

Los gritos empiezan de nuevo, y mi temor crece con cada insulto que se lanzan. Revel me abraza, llorando desesperado. Se escucha el daño constante de cada golpe, seguido de insultos cada vez más fuertes.

—¡Bo....ris, me las....ti...mas, BASTAAAAAA! —grita mi progenitora.

—¡Esto te enseñará a respetarme! ¡Buena para nada!

—¡PA….RAA, NOOO…. MÁAAAS….!

Revel empieza a gritar hasta más no poder.
Le pido calma, aunque sé que es imposible en esta situación.

—¡DEJAAAA A MAAMÁAAA, LA VAS A MATAAAAAARm! ¡Déjala, por favor! ¡No sigas! ¡Déjala! ¡MAMÁAAAAAAAA!

Grita Revel a súplica viva hasta quedarse sin voz.

La Nonna suplica que abra la puerta. Al no recibir respuesta, empieza a patearla, pero por su edad no puede hacer mucho.

Se escuchan claramente los gritos de dolor, las súplicas de una parte y la desesperación de la otra.

Las cosas empiezan a caerse; no sé si es ella quien impacta o algún objeto. Se rompe un vidrio de la ventana de esa habitación.

Todos gritan; solo puedo abrazar a Revel e intentar calmarlo.

De pronto, se abre la puerta de la habitación.

Mi progenitora sale corriendo con la ropa rota y el cabello revuelto. Solo puedo verla de espaldas por un corto tiempo, ya que olvidé cerrar la puerta de nuestra habitación.

La Nonna le dice algo que no puedo entender del todo y, de repente, solo se escucha el llanto de Revel, a quien voy calmando poco a poco hasta que se queda dormido.

Yo, que soy cinco años mayor, me siento deshecha; peor está un pequeño de cinco años.

Revel se parece a mi progenitora, mientras que yo soy una mezcla de ambos: ojos celestes almendrados, cabello negro lacio muy largo y piel blanca.

Salgo de la habitación y cierro la puerta.

Me siento en el comedor. La Nonna entra sola a la casa; me extraño mucho pues son inseparables.

—¿Nonna, dónde está?
Preguntó con preocupación.

—Vendrá tan pronto se calme todo esto aquí, cielo. ¿Cómo está tu hermano?

—Descansando; se ha quedado sin voz.

Me da un beso en la frente y se va a la cocina.

Estoy tan enojada que me dirijo hacia la habitación y decido hablar con cautela, pues no sé si el ogro sigue allí o no.

—¿Dónde fue?
Le digo con mucho nervios.

—No lo sé, Camila. Volverá; solo son berrinches de tu madre.

No me mira cuando me habla.

No digo más y me retiro. Estoy enojada y su falsa dulzura me hace enfadar aún más.

Una vida conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora