capítulo 23: Ecos de una herencia

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Sabiduría es algo que diré que me falta. Después de la grata visita de Loki, tuve tiempo para reflexionar y me di cuenta de que nunca me había sentido tan amada.

De hoy en adelante, me han puesto un horario para que Loki venga a visitarme ya que se vienen las vacaciones; bueno, en mi caso, la escuela de verano.

Aún mis progenitores no lo saben y me da susto decirles. El domingo fue aburrido en casa. Revel se fue al trabajo de mi progenitor y Bug estaba pegada a la PC.

Mi progenitora llegó hace muy poco, algo etílica. Empiezo a pensar que tiene problemas con el alcohol, ya que, ¿quién llega un lunes a las 3 de la tarde en ese estado cuando se fue un viernes por la noche?

La Nonna la atiende con esmero y el amor maternal que la caracteriza. Mientras tanto, estoy en mi habitación haciendo trazos sin sentido y tratando de estudiar. Concentrarme es difícil, pero cuando lo logro, soy imparable.

Mi progenitor vocifera mi nombre; no sabe cuánto desprecio siento cuando lo escucho así.

—Dígame —le digo con indiferencia.

—¿Dónde está Revel? —pregunta.

—En el instituto —le comento, sorprendida.

—Le dije que no fuera, ¡hoy lo necesito en el trabajo y él lo sabía! —su voz empieza a elevarse cada vez más.

Decido retirarme lentamente para que no note mi ausencia cuando se dé cuenta de que ya no estoy.

En mi vano intento, vuelve a gritar mi nombre. Lo miro fríamente, siento el enojo palpitar por mi ser.

Él se levanta y no duda en abofetearme según él, por osada y por faltarle el respeto al mirarlo así.

Ahora, sin esperar una vez más, me retiro furiosa y me encierro en mi habitación. El ardor constante en mi mejilla es insoportable.

No sé cuándo será el día en que entenderá que imponer miedo no significa respeto, solo te temen.

Mi progenitora toca la puerta. Le comento con voz muy quebrada que me deje en paz, que deseo estar sola en este momento.

Ella, haciendo caso omiso a mi petición, abre la puerta y se sienta a mi lado en la cama. Me comenta que cada vez que vea a mi progenitor así, lo mejor es que no le conteste, que trate de que "la fiesta", por decirlo así, sea más llevadera.

Le comento que esto no es una fiesta, esto es sobrevivir, algo que a mis 17 años no debería estar viviendo, ni yo ni mis hermanos.

Ella se enfurece conmigo, dice que soy una osada, que a pesar de que ella se preocupa por mí, lo único que hago es echarle en cara todo lo que hace mal.

Me dice que en los tiempos de mi progenitor las cosas eran realmente difíciles, ya que él tuvo una infancia desastrosa con una familia totalmente disfuncional.

Su madre, mi abuela paterna, era una servidora sexual en su juventud y quedó embarazada de no saben quién. Eso dio fruto a mi progenitor. Como no sabían realmente quién era el padre, y con la vida bohemia que llevaba mi abuela, ella era una de las favoritas de un famosísimo abogado, el cual estaba perdidamente enamorado de mi abuela paterna.
Así que decidió darle el apellido a mi progenitor e incluso se lo llevó a vivir un tiempo, diciéndole a su esposa que era hijo legítimo de él y que por eso lo había reconocido.

Me cuentan que vivían realmente en carencia, que no tenían absolutamente nada para comer.

Sus hermanastros y su madrastra se dedicaban a la agricultura, pero era muy poco lo que hacían, y a él lo hacían trabajar como burro: regar todos los cultivos, las cosechas, todo.
Sus hermanastros abusaban de él, lo golpeaban muy fuertemente hasta dejarlo sin respiración.

Cuando el padre de mi progenitor se enteró de eso, decidió llevarlo nuevamente donde mi abuela paterna. Aún así, le dio estudio; él iba a ser un gran general o coronel, pero, lastimosamente, mi progenitora salió embarazada de mí y desde ahí todo fue una locura, un caos. Me dice que yo tengo la culpa de todo eso solo porque decidieron tenerme.

Tal vez sea cierto: Bug amante de las películas para adultos, Revel un jovencito que va por muy mal camino, y yo, una persona que se siente totalmente perdida sin saber qué rumbo tomar, porque cualquier rumbo que coja será totalmente dañino para alguien.

Ella me mira con poca o nula comprensión, empieza a sacar en cara todo lo que nos da a mí y a mis hermanos: desde la vestimenta, techo, comida, hasta el hecho de habernos tenido.

Sin dejarme contestar, sale de mi habitación. En realidad, no me gusta que entre, siempre discutimos cada vez que lo hace.

Horas más tarde, Revel llega a casa del instituto con mucha hambre. Yo no sé por qué mi progenitora dice que hay comida y nos saca en cara lo de la alimentación si a veces comemos una vez al día.

Mi progenitor dice que tiene todo el derecho de darse sus gustos porque él hace el dinero. Me siento perdida, agotada, desdichada, como un cero a la izquierda del que todo el mundo depende y aún así no se me reconoce nada.

Revel me comenta cómo ha sido su día: más materias, clases totalmente aburridas, otras más interesantes, en receso con sus amigos y con su queridísimo mejor amigo, que pronto estará por aquí.

Él sabe que mi progenitor le había dicho que no fuera hoy, pero también está cansado. Me comenta que está cansado de trabajar, que quiere dedicarse a estudiar, pero que mi progenitor no entiende absolutamente nada de eso.

Ya hemos tenido esa plática varias veces y yo se lo he comentado a mi progenitor, "osadamente", como él suele decir, pero lo único que dice es que si yo no lo apoyara, simplemente no le daría dinero para la escuela.

Sirvo la carente cena, que simplemente es un té y ya. Mis progenitores empiezan a discutir como de costumbre. Ya para nosotros no es nada nuevo. Lo que hacemos en esos casos es encerrarnos en nuestra habitación, excepto Bug, que está en la computadora como siempre.

Revel se va a su habitación a prepararse para lo que se viene, yo por mi parte me encierro en mi habitación esperando lo mismo.

Escuchamos que algo se rompe, algo de vidrio supongo yo que es un vaso.

Escucho gritar a mi hermana menor diciendo que no es justo, que por qué la van a sacar de ahí, que por qué se tiene que ir de su habitación y por qué se tiene que ir a dormir, cosas de adolescente.

Mi progenitor llama a Revel. La Nonna está sentada en la sala tejiendo algo, ve todo el espectáculo al que yo no me podría enfrentar, al contrario de ella.

Mi progenitor le reclama a mi hermano que por qué no se quedó en casa, que lo necesitaba para una junta importante y que el instituto puede esperar.

La Nonna, ofendida, como si a ella le hubieran dicho eso, le dice a mi progenitor con frustración, impotencia palpable y a la vez furia, que los niños se tienen que dedicar a ser niños y los adolescentes a ser adolescentes.
En este caso, ellos se tienen que dedicar a sus estudios y tú, Boris, a tu trabajo.

Boris contesta:
—Cállese, vieja loca. Ya le he dicho que si no le gustan las cosas como las hago aquí en la casa, retírese.

—Ojalá pudiera cumplir tu deseo e irme a otra parte, Boris, aún así no me tientes porque recuerda que la mitad de la custodia de estos niños es mía. Si te llego a demandar, que no me faltan ganas, te quitaré la custodia completa y la tendré yo.

Mi progenitor mira a la Nonna con mucha rabia, con desprecio palpable en su mirada. Parece que le ha dado en su punto débil, lo que lo hace siempre huir de las conversaciones cuando le dicen las verdades.

Se va a encerrar a la habitación y los platos rotos los paga mi progenitora. Se escuchan golpes, vociferaciones y pedidos de auxilio. La Nonna llama a la policía y él se va antes de que la policía llegue.

Ojalá las cosas se pudieran arreglar en algún momento, pero ahora lo veo totalmente inexistente. A veces me pregunto cómo acabaré yo con esta vida que llevo.

Si mi progenitor se respalda en que él es así porque su vida es un caos, esta no deja de ser menos caótica que la de él, ni en comparación.

Una vida conmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora