-1-

213 12 3
                                    

Elena parpadeó confusa al escuchar el sonido de multitud de sirenas y bocinas, como si estuviera en mitad de un atasco. Sin embargo, no había coches a su alrededor, solo las paredes de su dormitorio. La alarma que había elegido la noche anterior le pareció lo suficientemente estridente como para evitar quedarse dormida. Sin embargo, al mirar la hora en su móvil, comprobó horrorizada que no eran las nueve de la mañana, sino las diez menos cuarto.

Maldita vida.

Saltó de la cama a toda prisa, sabiendo que había perdido el autobús y que le tocaría ir andando. Su madre había salido media hora antes de lo habitual porque tenían inventario en la óptica en la que trabajaba, así que no podría llevarla.

Al abrir el armario de par en par en busca de unos vaqueros y una camiseta, localizó su antigua mochila, que había sobrevivido fielmente a sus tres primeros años de instituto. Y no tenía pensado reemplazarla justo en el último. Aprovechando que dentro había varios cuadernos y el estuche que había dejado olvidado en junio, se la echó al hombro a toda prisa y se dispuso a correr todo lo que le permitieran sus piernas para no llegar tarde al día de presentación.

Todavía no sabía si le había tocado en la misma clase que sus dos mejores amigas. Por eso, habían quedado a las diez menos cuarto frente a los tablones de anuncios para poder buscar sus nombres en las listas. Solo podía rogarle al todopoderoso Karma que la bendijera e hiciera que al menos una de ellas estuviera con ella.

Mientras alternaba entre correr y andar rápido para poder recuperar el aliento, buscó en su móvil algún mensaje reciente de sus amigas, que por fortuna se habían percatado de su ausencia. Tenía dos llamadas de Keira y cuarenta mensajes de Karen, que en su mayoría eran letras mayúsculas al azar o emoticonos. Entró en el grupo de WhatsApp de Descendientes de Venus para mandarles un audio cuando oyó la música estridente de un grupo de rock. De no haber sido por la guitarra eléctrica y la batería, no habría logrado ver el coche a tiempo.

Dio un torpe salto hacia atrás, agitando sus brazos en el aire para evitar golpearse la cabeza contra el suelo, mientras escuchaba un grupo de voces masculinas provenientes del interior del vehículo.

-Mierda, ¿estás bien?

El corazón le tronaba en el pecho de una forma tan enloquecedora que apenas tuvo tiempo de darle las gracias al Karma mientras luchaba por respirar con normalidad. Se volvió para mirar al chico que la observaba con los ojos muy abiertos, esperando su respuesta. De no haber estado tan alterada, se habría fijado en que era el copiloto y que no estaba burlándose de ella. Pero tras haber mirado a la muerte a los ojos y comprobar que los del coche eran unos chicos de su edad, probablemente idiotas sin ningún respeto por las leyes de tráfico, Elena explotó.

-No se puede ir a más de treinta por esta carretera, imbécil.

El chico abrió la boca para responder. Sin embargo, Elena fue más rápida. Agarró su mochila casi vacía y le propinó un contundente, aunque inofensivo, golpe en la cabeza antes de retomar su camino a toda prisa.

Cuando volvió a mirar su móvil, comprobó que todo había quedado grabado en un audio. Decidió mandarlo al instante para evitar que se perdiera semejante joya, y después envió otro explicándoles que llegaba tarde. Sus amigas no tardaron ni dos minutos en pasarle una foto de la lista y confirmar sus temores. No habían coincidido en el mismo grupo ese año, solo en dos de las optativas.

Bendito y Todopoderoso Karma, solo te ruego no ser la última en llegar a clase.

Confiando en la fuerza suprema del universo y en la lentitud del alumnado que estaría eufórico por el reencuentro, recorrió las últimas calles caminando lo más rápido que pudo. En parte porque no quería llegar asfixiada y porque apenas le quedaba resuello.

¡Que el Karma me proteja!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora