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Llegaron a la habitación enredados entre besos y caricias. Las ansias les quemaban la piel, y no podían esperar a tener sus cuerpos desnudos. Pero Elena había pasado mucho tiempo en la pista de baile. No quería que su primera vez fuera con aquel nauseabundo hedor, por mucho que Leo dijera que olía genial.

-Solo me voy a dar una ducha rápida, y enseguida volveré -le explicó tratando de apartarlo mientras Leo le mostraba cuán poco le afectaba su sudor recorriendo con la lengua su garganta. Todo el vello se le erizó y sufrió una deliciosa sacudida cuando Leo sustituyó la lengua por los dientes. Iba a derretirse entre sus brazos si continuaba así-. Solo cinco minutos, te lo prometo -gimió notando como sus pechos se apretaban contra el firme torso de Leo.

Lo escuchó gruñir como un animal rabioso cuando por fin logró separarse de él. Se escabulló al baño a toda prisa y cerró la puerta. Buscó un cerrojo con el que mantenerlo a raya, pero no había ninguno. Apenas se había quitado el top y los pantalones cuando Leo irrumpió en el baño sin llamar.

-Te dije que me esperaras fueras.

Leo volvió a gruñir recorriendo su cuerpo de arriba abajo. Parecía un ser absolutamente primitivo en aquellos momentos. Tenso de los pies a la cabeza y listo para atacar. Se acercó a ella antes de que pudiera seguir regañándolo, y pegó su torso a su espalda, guiándola hasta el lavabo.

-¿Pero qué haces? -Dijo con una risa nerviosa.

Apoyó sus manos en el lavabo cuando Leo frotó su entrepierna con su trasero mostrándole lo excitado que estaba. Entonces, sus manos morenas se posaron brevemente en su cintura, antes de ascender hasta agarrar sus pechos. La imagen que le devolvía el espejo del baño hizo que le ardieran las mejillas. Leo se alzaba por encima de ella con su tonificado cuerpo, haciendo que el de ella pareciera diminuto y delicado. Sus manos masajeaban sus senos, aún cubiertos por el sujetador rojo, rozando por encima de los pezones para endurecerlos.

-Leo, por favor -jadeó con la voz estrangulada-, déjame ducharme primero.

Las palabras murieron en sus labios cuando Leo le desabrochó rápidamente el sujetador y tomó sus pechos entre sus manos expertas. Elena sucumbió a sus caricias, inclinando la cabeza sobre su hombro mientras le dejaba tocarla como quisiera. Notaba como el centro de su cuerpo se humedecía, reclamando atenciones. Sin embargo, Leo continuó torturándola durante largos minutos besando y mordiendo su cuello. Cuando finalmente sus dedos trazaron un lento camino hasta el interior de sus muslos, Elena casi le dio las gracias al Karma en voz alta. En su lugar, un suave gemido escapó de sus labios logrando que Leo sonriera. No había quitado los ojos de su cuerpo y su rostro en ningún momento. Era como si quisiera grabar la escena a fuego en su memoria. Sus dedos frotaron la tierna carne de su sexo por encima de la ropa interior. Aquella deliciosa fricción hizo que su placer escalara hasta que notó como le temblaban las piernas.

-Leo, por favor -le rogó con el cuerpo al borde del abismo-, no puedo hacerlo de pie. Vamos a la cama.

Pero Leo no la escuchó. Aumentó la presión de sus dedos haciendo que gritara y finalmente alcanzara el orgasmo. Las sacudidas que sufrió su cuerpo le doblaron las rodillas. Ni siquiera sus manos apoyadas en el lavabo lograron sostenerla. De no haber sido por el brazo de Leo, que rápidamente rodeó su abdomen, se habría caído al suelo.

-Por Zeus -gimió tratando de recuperar el aire. El orgasmo había sido tan bueno como recordaba.

-¿No querías tomar una ducha? -Dijo de pronto mientras abría el agua para que se pusiera caliente.

-Eh, sí.

-Entra -le ordenó un instante antes de salir del baño.

Su tono severo la confundió. Sin embargo, después del orgasmo que había tenido no vio razones para replicar. Se quitó el tango rojo completamente empapado y se metió debajo del chorro de agua caliente. Leo apareció desnudo unos segundos después. Se había quitado el traje y todo lo que llevaba encima en la habitación. Y aunque no era la primera vez que lo veía en todo su esplendor, se ruborizó y apartó la vista avergonzada. Le resultaba sorprendente lo cómodo que se sentía Leo con su desnudez.

¡Que el Karma me proteja!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora